Después del terremoto en Turquía y Siria hace varios meses, encontré una nueva razón para estar agradecida por haber sido educada en la Ciencia Cristiana. Recuerdo la orientación que mi madre me dio cuando fuimos al cine en la época de la Guerra de Corea. Antes de que comenzara la película, había noticieros que mostraban la devastación en Corea. Cuando esto apareció en la pantalla, mi madre me hizo bajar la cabeza para que no aceptara esas intensas imágenes. Esto no era para protegerme de las noticias en sí, ya que yo sabía que había guerra en el mundo. De hecho, mi padre había regresado recientemente a casa después de servir en la Segunda Guerra Mundial. Pero comprendí que la razón de la petición de mi madre era no permitir que esas imágenes tan discordantes llenaran mi pensamiento, así que fui obediente.
Pasando al terremoto. Todos los canales de televisión en Turquía, donde vivo, estaban constantemente inundados con transmisiones en vivo desde diez provincias. Todos tenían escenas que mostraban destrucción. Después de enterarme del terremoto, comencé a ver la televisión en casa antes de ir a trabajar, y luego en mi computadora en la oficina, olvidándome de “sé el portero a la puerta del pensamiento” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 392), para dejar fuera las imágenes que argumentan a favor de la realidad y el poder de la muerte y la destrucción.
Esa noche, después de la cena, sentí como una molestia en el estómago y comencé a tener un dolor intenso en la espalda. Surgió el pensamiento de que, si me acostaba, esto desaparecería. Así que me acosté, pero el dolor no desapareció. Entonces escuché un pensamiento claro de Dios, y me di cuenta de cuál era el problema. Había estado atribuyendo poder al mal cuando vi esas escenas en la televisión. Los escritos de la Sra. Eddy usan el término magnetismo animal para referirse a esta hipnótica creencia de que el mal es un poder que puede contradecir a Dios.
En oración, escuché la “voz callada y suave” (1 Reyes 19:12, KJV) que la Biblia dice que vino tras un terremoto para calmar (deshipnotizar) mi pensamiento perturbado. Aparté la mirada del “testimonio discordante de los sentidos materiales” (Ciencia y Salud, pág. 306) y trabajé para restablecer la consciencia de mi conexión con Dios —la Mente divina única— que en verdad jamás se corta. Me mantuve en la bondad de nuestro Padre-Madre Dios y en Su totalidad y amorosa omnipotencia. Me concentré en percibir la presencia del Amor divino, Dios, y pronto me di cuenta de que el dolor de espalda se había detenido. Esto no fue porque acosté mi cuerpo, sino porque había dejado de lado cualquier aceptación de la sugestión, impulsada por esas imágenes perturbadoras, de que el mal tenía poder.
La curación del dolor de espalda me inspiró a orar por las personas en la zona del terremoto, sabiendo que son los hijos amados de Dios, tal como yo. También sabía que podían sentirse consolados por el Amor divino omnipresente, tal como yo lo había sido. Insistí mentalmente en que Dios es el único poder y que Su promesa siempre se cumplirá: “Los montes se moverán, y los collados temblarán, pero no se apartará de ti mi misericordia” (Isaías 54:10).
Mi querida madre había protegido mi joven pensamiento, al no permitir que escenas perturbadoras de la Guerra de Corea se apoderaran de mi pensamiento. Hoy nuestro querido Padre-Madre Dios, del todo armonioso, gobierna nuestro pensamiento, guiándonos a cada uno de nosotros a rendirnos ante la verdadera consciencia divina, que es estable e imperturbable. Como dice la Biblia, debemos tener en nosotros “este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). Como hijos de Dios, todos nosotros realmente tenemos esta “Mente de Cristo” (Ciencia y Salud, pág. ix), que por siempre abarca toda la creación de Dios. Sabiendo esto, podemos aferrarnos a lo que es espiritualmente cierto acerca de aquellos que experimentaron el terremoto —su inquebrantable integridad, totalidad y perfección— y podemos conocerlos como el Amor divino siempre los ha contemplado, sobre el terreno por siempre sólido de la vida en y del Espíritu, Dios.
Gloria Onyuru
Ankara, Turquía