Cuando era un niño pequeño, contraje una enfermedad grave que nuestro médico no podía diagnosticar y, por lo tanto, se sentía incapaz de tratar. Por recomendación suya, mis padres me llevaron al hospital local, donde se realizaron pruebas adicionales, pero sin resultados concluyentes.
Recuerdo estar acostado en una sala de cuidados intensivos y ser alimentado por vía intravenosa mientras los médicos y enfermeras trataban sin éxito de bajar mi temperatura. Después de dos días sin progreso, le pidieron a mi madre que se quedara conmigo durante la noche. Debido a que generalmente a los padres se les hacía esta solicitud solo cuando el personal médico no esperaba que el niño sobreviviera la noche, ella tenía miedo. En ese estado mental, llamó a su madre, mi abuela.
Mi abuela recientemente había comenzado a estudiar la Ciencia Cristiana, y mis padres la habían ridiculizado por ello. Pero durante esta llamada, le dijo a mi madre algo como: “Tu hijo está bajo atención médica, pero necesitas sanar el miedo que te está controlando”. Luego le pidió permiso a mi mamá para llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana para que le diera tratamiento mediante la oración en la Ciencia Cristiana a mi mamá, quien respondió: “¡Sí, cualquier cosa que pueda ayudar!”.
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