Había estado parada en un semáforo en rojo, cuando una camioneta no logró girar hacia el carril junto a mí, golpeó mi auto de frente y lo envió más de tres metros hacia atrás.
“No llores”, me dije a mí misma al salir del auto para examinar el daño. “Mantén la calma”.
No estaba herida, pero sí enojada con el conductor y preocupada por el mal estado en que estaba mi auto.
Por más arrepentido que estuviera el otro conductor, no me importaba. Me sentía fuera de control, como si me hubiera convertido en una víctima de las circunstancias, y era difícil no estar molesta.
Sabía que mi ira no era productiva y que no me ayudaría a pensar con claridad, así que mientras esperábamos a que el alguacil apareciera y elaborara el informe policial, comencé a orar. Como estudiante de la Ciencia Cristiana, siempre he encontrado guía y curación cuando me he vuelto a Dios en situaciones difíciles.
El primer pensamiento que me vino fue: “Estuviste completamente protegida”.
Es extraño tener este pensamiento después de un accidente. Pero sabía que venía de Dios, porque era un cambio bienvenido de mis pensamientos frustrados, y las palabras me hicieron sentir la presencia de Dios. Pude ver que realmente había estado protegida. Ni el otro conductor ni yo resultamos heridos, y eso era algo por lo que estar agradecidos.
Cuando llegué a casa, llamé a mis padres para hacerles saber que, a pesar de mi mañana llena de acontecimientos, estaba a salvo. Mientras hablábamos, mi mamá dijo algo que me llamó la atención: que Dios había cuidado de mí y que continuaría cuidando de mí durante el resto de esta experiencia. Sabía que ella tenía razón porque había estado en muchas otras situaciones difíciles y había visto que Dios me había cuidado.
No obstante, me costaba superar el shock inicial. No podía dejar de temblar, y cada vez que cerraba los ojos, las imágenes del accidente se repetían en mi cabeza.
Así que comencé a orar de nuevo. Me vino a la mente una idea útil de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy: “Bien podemos estar perplejos ante el temor humano; y aún más consternados ante el odio, que levanta su cabeza de hidra, mostrando sus cuernos en los muchos engaños del mal. Pero ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada?” (pág. 563).
Ciertamente, el accidente no parecía ser “nada”. Pero de ese pasaje comprendí que necesitaba ver las cosas de manera diferente. El miedo y la conmoción que sentía trataban de decirme que Dios, el bien, no era todopoderoso, y que yo, como Su expresión, había estado separada de Él el tiempo suficiente como para estar en un accidente. Sabía que nada de esto era cierto. Entonces, razoné: ¿por qué me siento conmocionada y asustada por una experiencia en la que realmente había estado completamente protegida?
Mientras continuaba orando, dejé de temblar y las imágenes dejaron de repetirse en mi mente.
Pero ese no fue el último obstáculo. Cuando comenzó el proceso del seguro, me enteré de que el conductor que me había chocado no respondía a ninguna de las llamadas de la compañía de seguros. Comencé a preocuparme de que no asumiera la responsabilidad y pagara por los daños. A medida que mi ansiedad aumentaba, mi cuerpo se sentía increíblemente dolorido; especialmente la espalda y la pierna derecha, y el temblor incontrolable regresó.
El alguacil había mencionado que me sentiría adolorida el día después del accidente. Pero no me había sentido de ese modo hasta una semana después del accidente. Esta era una indicación de que mi temor y preocupación estaban detrás de la forma en que me sentía físicamente.
Una vez más, me enfrentaba a la sugestión de que era víctima de las circunstancias y que todo estaba fuera de mi control. Así que me volví de todo corazón a Dios y también le pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que me apoyara con la oración. Hablamos de que por ser hijos de Dios, nunca estamos separados de Él. Esto significa que todos, incluido el otro conductor, somos obedientes al Amor, y comencé a sentirme más segura de que él no podía ser deshonesto o inmoral, porque solo expresa a Dios, el bien.
Terminé mis oraciones reafirmando que Dios es el único poder y que toda la situación estaba en Sus manos. No había nada que pudiera hacer humanamente para controlar las cosas, pero podía saber que Dios tiene el control por completo.
Me desperté a la mañana siguiente libre de ansiedad y dolor. Solo un par de días después, me enteré de que el conductor había pagado los daños.
Es difícil sentir que Dios está cuidando de nosotros cuando experimentamos cosas que parecen aleatorias o aterradoras. Pero he aprendido que apoyarnos en el amor omnipresente de Dios y sentir la realidad de Su presencia nos ayudará a ver que el bien realmente tiene el control, sin importar las circunstancias que enfrentemos.
