En mi empleo anterior, supervisaba la distribución y el manejo de productos químicos industriales en varias fábricas y enseñaba a las personas en las plantas a usar estos productos correctamente. Por lo general, eran entregados en grandes contenedores por semirremolques, luego se distribuían a través de sistemas automatizados; por lo que nunca tenía que manipular los productos químicos. Pero un día, una empresa pequeña necesitaba los productos mezclados a mano de contenedores más pequeños de cinco galones. Con precaución, procedí como era necesario para realizar la tarea, pero uno de los contenedores se me escapó de las manos y cayó al suelo, y el contenido me salpicó la cara y los brazos.
Consciente de las numerosas advertencias sobre tales sucesos y cómo responder a ellos, fui al pequeño fregadero en la sala de calderas y me eché agua en la cara y los brazos.
También afirmé para mí misma de inmediato que, por ser una idea pura y perfecta de Dios, nunca podía ser amenazada o dañada ni estar temerosa de un peligro inminente. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, nos dice: “Admitir para uno mismo que el hombre es la propia semejanza de Dios, libera al hombre para dominar la idea infinita” (pág. 90). Eso era exactamente lo que estaba haciendo: admitir mi propia individualidad espiritual en Dios, no sujeta a las pretensiones de la materia, sino gobernada por el poder infinito del Amor divino.
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