Hace unos años tuve una experiencia que me demostró el poder de la Palabra viva de la Biblia y el hecho de la relación inseparable del hombre con Dios. Aquella mañana, cuando salí a caminar para orar y pasear al perro como hago habitualmente, todavía estaba oscuro. Al atravesar un área donde no había luces en el camino, mi perro se sobresaltó por algo y me hizo perder el equilibrio. Tropecé y caí pesadamente sobre mi brazo y hombro.
Exclamé en voz alta que todo estaba bien. Era tentador preguntarme cómo y por qué había sucedido esto y qué pasaría a continuación, pero en la Ciencia Cristiana he aprendido a tomar posesión de cada pensamiento e insistir inmediatamente en mi verdadero estado como la idea espiritual y perfecta de Dios.
Al instante me vino un pasaje de la Biblia: “El Señor será tu confianza, y guardará tu pie de ser apresado” (Proverbios 3:26, LBLA). Esto indicaba el poderoso hecho espiritual de lo que realmente estaba sucediendo en ese mismo momento: que nada podría sacar jamás mi pie de debajo de mí. Refutó completamente todos los argumentos opuestos que se presentaron, como “El perro tiró de la correa y te hizo perder el equilibrio” y “La acera estaba desigual y tropezaste”.
Dios gobierna cada uno de nuestros pasos, y no hay fuerza material que nos empuje o tire de nosotros, nos haga tropezar o nos cause daño de ninguna manera. No hay ninguna condición material que pueda interrumpir nuestra unidad científica con Dios. El hombre —es decir, cada uno de nosotros— es la manifestación activa del Alma divina, Dios, y por lo tanto expresa agilidad y precisión.
Tuve que abordar la pregunta “¿Qué pasa con tu brazo y hombro? Te duelen”. Me tranquilizó el hecho de que en realidad hay un solo brazo: el brazo de Dios. En la Biblia, “el brazo del Señor” (Isaías 53:1, LBLA) se refiere al poder supremo de Dios. El hombre, como imagen y semejanza de Dios, no es una entidad separada hecha de partes materiales. La omnipotencia de Dios sostiene todo el ser del hombre como espiritual e indestructible.
De camino a casa reconocí con alegría que la totalidad y la bondad de Dios perpetúan mi ser completo y armonioso. Cuando llegué a casa, realicé todas mis actividades normales, aunque con cierta restricción en la movilidad del brazo y el hombro. Cada vez que había una punzada de miedo, lo tomaba como un recordatorio de que en realidad soy perfecta e intacta como hija de Dios. Por ser la idea de Dios, el hombre es “lo que no tiene mente separada de Dios; lo que no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad; lo que no posee ninguna vida, inteligencia ni poder creativo propios, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 475).
Durante los días siguientes, mantuve mi pensamiento lleno del hecho de que lo que tiene Dios, yo lo tengo por ser Su expresión inmediata y constante. Sentí que el poder de esta verdad disipaba toda duda y apoyaba mi comprensión espiritual con expectativa y alegría. En tres días estaba nadando libremente y podía moverme con total comodidad y facilidad. Esta curación ha sido permanente.
Para mí, una conclusión clave de esta experiencia es que la Palabra de Dios es la única realidad y está siempre activa y presente: el orden que todo lo incluye de la Vida, Dios, para toda la creación. Todo lo que es contrario a la Palabra de Dios es irreal y no puede imponernos condiciones. Por esta comprensión estoy profundamente agradecida.
Lois Marquardt
St. Louis, Missouri, EE.UU.