Una noche, al levantarme de una silla, sentí un preocupante dolor en la planta del pie, y no pude poner ningún peso sobre ese pie.
Algunos pensamientos temerosos revolotearon por mi mente, incluida la preocupación de cómo llegaría al trabajo al día siguiente. Pero sabía por experiencia que entretener pensamientos temerosos no trae felicidad ni salud. En cambio, volverse a Dios en oración trae descanso y la curación de situaciones discordantes, incluidos los desafíos físicos.
Así que decidí no irme simplemente a la cama y aceptar que mi pie siguiera dolorido. Me senté a orar, afirmando que Dios es la fuente de mi ser y que Él, que es sólo bueno, tiene todo el poder.
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