Una noche, en 2020, me despertó un dolor de estómago repentino e intenso, aterrador y persistente. No podía moverme, solo podía quedarme acostada.
Como Científica Cristiana, me habían enseñado a orar, a buscar a Dios para alcanzar la comprensión necesaria a fin de liberarme de cualquier cosa que negara mi derecho a tener armonía y una salud perfecta como hija de Dios. En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Siempre comienza tu tratamiento apaciguando el temor de los pacientes” (pág. 411). Así que comencé por volverme de todo corazón a Dios para que me ayudara a disipar cualquier temor con respecto a esta situación.
Lo primero que pensé fue que Dios no sabía nada de esta sensación física de dolor. Al principio, esto no me pareció útil. Me preguntaba cómo podía rescatarme Dios si no sabía que yo estaba sufriendo. Pero el Salmo 46:1 dice: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”, así que razoné que Dios me ayudaría, y que podía confiar en esta promesa.
Mientras pensaba más profundamente en la promesa de ese versículo, me llegó un mensaje angelical —un pensamiento de Dios— que iluminó claramente mi consciencia. Me trajo la comprensión de que Él no estaba allá arriba, en algún lugar, mirándome desde lo alto acostada en mi cama. Él estaba allí mismo donde yo estaba. Dios siempre estaba muy cerca de mí y en completo control, amándome porque soy Su hija amada: una idea espiritual mantenida para siempre en la Mente divina. Y en una idea espiritual no hay ni puede haber jamás dolor.
Percibí que el rescate de Dios estaba a mi alcance, para alejarme de la falsa creencia de que el sufrimiento es real o de que estoy en algún lugar separada de Él. Supe con certeza que era completamente espiritual; no parcialmente o de vez en cuando espiritual, sino que era inequívocamente la manifestación pura y perfecta de Dios, el Espíritu, aquí y ahora.
Mientras continuaba orando y escuchando, percibí que me era imposible estar en dos estados de pensamiento —uno de salud y otro de dolor— porque solo hay una Mente, un Dios. No podía ni por un instante estar separada de Dios porque Él es mi Vida. También comprendí que Dios es la Verdad, la luz que extingue la creencia falsa de que podía estar adolorida en lugar de en la atmósfera de salud, tranquilidad y consuelo amoroso de Dios.
No estoy segura de cuánto tiempo oré, pero en las primeras horas de la mañana me quedé dormida completamente libre de temor y dolor. Cuando desperté, me sentía renovada y permanecí libre de todo dolor. Estoy extremadamente agradecida por esta curación y por muchas otras que he experimentado a lo largo de los años de practicar la Ciencia Cristiana.
Marianna Milliken
Placerville, California, EE.UU.