Cuando se acercaba la época de los exámenes universitarios, comencé a sentirme agobiado. Ya no podía revisar mis notas de clase, me dolía mucho la cabeza y necesitaba acostarme para sentirme cómodo.
Cuando la situación empeoró, me di cuenta de que necesitaba hacer frente a la situación. Como estudiante de la Ciencia Cristiana, naturalmente me volví a Dios en oración, y la basé en “la declaración científica del ser” que se encuentra en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Sabía que esta declaración contiene verdades infalibles e irreversibles acerca de mi verdadera identidad como hijo de Dios. La primera línea dice así: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia” (pág. 468).
Puesto que la materia no tiene inteligencia, no puede actuar o reaccionar por sí misma, y nunca puede tocar el ser real de nadie. Dios es Todo, y lo que Él manifiesta —en otras palabras, cualidades como bondad, paz, fortaleza, energía— se expresa continuamente en cada uno de nosotros. El hombre, la idea de Dios, nunca puede estar cansado o agobiado, porque las energías divinas se renuevan cada día. Son nuestras en todo momento. Jamás estamos separados de nuestra identidad espiritual.
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