Romper con alguien que ha sido importante para ti puede traer una sensación de pérdida, tristeza, dolor y, a veces, enojo. Pero estos sentimientos no son inevitables. Contrariamente a lo que sugiere la sociedad, la separación puede ser algo positivo cuando la miramos a través de la lente de la Verdad. Me gustaría contarte cómo funcionó esto para mí.
Estaba en una relación de varios años con mi novio y tenía grandes planes para el futuro. Sin embargo, gradualmente se hizo evidente que algo no estaba bien. Habían sucedido cosas que sacudieron severamente la relación, y aunque habíamos hecho el esfuerzo de superar las dificultades, ya hacía un tiempo que no había mucha armonía entre nosotros. Finalmente, tuvimos que enfrentarnos a la pregunta de si debíamos romper.
Esta perspectiva me conmocionó. Comencé a sentirme triste, indefensa y sin esperanza. Sin darme cuenta, me había vuelto emocionalmente dependiente de mi novio. De repente tuve miedo de no poder sobrevivir por mi cuenta, y el miedo aumentó. Comencé a preguntarme: “¿Por qué esta situación me parece tan insoportable?”.
Después de unos días de estudiar profundamente la Lección Bíblica semanal que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, quedó claro cuál era el problema. En lugar de poner a Dios en el centro de mi vida, me concentré en mi novio. Se había convertido en mi pequeño dios. Sentía que no podía vivir sin él. Me di cuenta de que había ignorado por completo el Primer Mandamiento: “No tengas otros dioses además de mí” (Éxodo 20:3, Nueva Versión Internacional).
Al igual que el hombre imprudente al que se hace referencia en la parábola de Cristo Jesús en Mateo 7:24-27, yo había construido mi casa sobre las arenas movedizas del sentido material y el apego personal, y ahora se estaba hundiendo. Cuanto más preocupada me sentía por encontrar felicidad y seguridad en la relación, más discordia había entre nosotros. La decepción, la tristeza y la ira se habían convertido en mis compañeros diarios.
Una vez que reconocí que había quebrantado el Primer Mandamiento, llegó el momento de poner toda la relación en manos de Dios. O en otras palabras, dejar de tratar de controlar el resultado y confiar completamente en la dirección de Dios. Esto fue difícil, porque pensaba que si mi novio y yo nos separábamos, perdería todas las buenas cualidades que venían con él, como honestidad, orden, confiabilidad, generosidad, cuidado y empatía. Mi mayor temor era perder el bien y el amor que asociaba con él.
La Ciencia Cristiana revela que Dios, el Espíritu, es la única causa, y nosotros somos el efecto. Dios es el creador omnipotente que, como nos dice la Biblia, ha hecho todo muy bueno, incluso a cada uno de nosotros como Su imagen y semejanza perfectas. Así que en lugar de pensar que tenía que usar todos los medios humanos para arreglar la relación y mantenerla unida a toda costa, comprendí que en realidad no tenía que hacer nada más que reflejar a Dios. Sabía que Dios tenía el mejor plan para cada uno de nosotros.
Durante este tiempo, encontré inspiración en artículos de JSH-Online. Estos me ayudaron a comprender que la decepción, la tristeza y la ira provienen del miedo, y el temor no es parte del reino de Dios. El temor surge del falso concepto de que el mal es real y más poderoso que el bien. Pero Dios, que es infinito y lo hizo todo, no hizo nada más que lo bueno.
Si reconocemos a más de un Dios, dejamos espacio en nuestro pensamiento para estar de acuerdo en que podemos perder el bien o que alguien puede expresar el mal. En este difícil período, a veces solo veía a una persona asustada, egoísta, insegura, desconsiderada o hiriente. Pero a través de mis oraciones, llegué a comprender que en realidad sólo existe la expresión espiritual completa de Dios.
Cada vez que me sentía tentada a pensar en mí misma o en mi novio como menos que esta expresión espiritual, pensaba: “¡Detente! Dios es Amor, y Dios siempre está aquí, así que el Amor siempre está aquí. Ambos somos hijos amados de Dios, así que expresamos sólo las buenas cualidades que Dios nos ha dado”.
Continué orando de esta manera hasta que quedó claro que mi novio y yo nunca podríamos perder el amor, incluso si decidíamos tomar caminos separados. Este pensamiento era tan claro para mí que estaba lista para seguir adelante. El Padre Nuestro dice: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10), no hágase mi voluntad. Sentí que realmente había puesto toda la situación en manos de Dios.
Finalmente, mi novio y yo pudimos hablar las cosas armoniosamente y nos separamos en buenos términos. De una manera que no podría haber imaginado, todos los malos sentimientos y desarmonías de las semanas anteriores fueron reemplazados por un cuidado natural y amoroso del uno por el otro. Cada uno de nosotros llegó a las mismas conclusiones sobre por qué la relación ya no funcionaba.
Eso fue hace más de dos años, y desde entonces no he derramado una lágrima ni me he sentido triste. No siento que haya perdido el amor a través de esta separación, sino que obtuve la convicción de que el Amor divino tiene facetas y formas ilimitadas, y que el Amor es Dios, la fuente de todo amor.
Esta experiencia profundizó mi comprensión de Dios, y de que cada uno de nosotros por ser el reflejo espiritual de Dios, no carecemos de nada bueno. Además, ¡he entendido que la separación física no significa perder nada en absoluto! Por el contrario, incluso puede significar que se restablecerá la armonía. Mi conclusión más importante fue que nunca perdemos cualidades de Dios en nuestras vidas, porque incluso si alguien a quien hemos amado ya no está allí, las cualidades de Dios que refleja (y nosotros también) no se pueden perder. Se hacen evidentes en otras formas en nuestra experiencia.
Cuando Dios está en el centro de nuestros afectos, obtenemos satisfacción, paz y alegría duradera.
