La ansiedad solía golpearme como una ola. En un momento estaba bien, al siguiente sentía que me estaba ahogando. A veces los pensamientos eran específicos; otras, era tan solo el aplastante peso de los sentimientos de ansiedad. Todo eso era horrible.
Muchos de ustedes me han contado que incluso si su situación parece diferente, la ansiedad es algo que les preocupa por sus amigos o porque están lidiando con ella ustedes mismos. Es por eso que quiero contarles mi propia curación de ansiedad, porque podemos hacer más que manejar este problema. La curación es posible debido a quienes somos.
La ansiedad trataría de contarnos una historia sobre quiénes somos: que estamos a merced de nuestros pensamientos y sentimientos. Que pueden irrumpir, golpearnos, y somos incapaces de hacer algo al respecto. Así es como solía sentirme. Pero un día, durante uno de estos episodios de ansiedad, se abrió paso un pensamiento que sabía que era de Dios.
Esto no me sorprendió mucho, yo había orado bastante por la ansiedad. La oración había sido mi opción porque la Ciencia Cristiana me había ayudado muchísimo con otros problemas de salud mental. Y tenía sentido para mí que percibir más de la presencia y el poder del bien infinito e imparable —Dios— me ayudaría a sentirme más tranquila, menos ansiosa. Estaba segura de que, así como la felicidad pura no deja lugar para la tristeza, ser consciente de las cualidades divinas de bondad, paz y estabilidad descartaría los pensamientos ansiosos, inestables y temerosos. Uno excluye naturalmente al otro.
Había tenido momentos de alivio al orar de esta manera. Pero la ansiedad continuó hasta que escuché este pensamiento de Dios: ¿Cómo orarías por esto si estuvieras orando por un amigo?
Sé que ese pensamiento realmente no parece relacionarse con mi problema. Pero lo que me encanta de las ideas de Dios es que nos ayudan a llegar a la esencia de lo que sea con que estemos lidiando en lugar de dejarnos para que lo vayamos eliminando a un nivel superficial. Y este pensamiento me hizo tomar conciencia de que debía orar por la ansiedad. Me di cuenta de que había vacilado. Le estaba dando poder a la ansiedad en lugar de a Dios, a pesar de que sabía por mi lectura de la Biblia que Dios es omnipotente, es literalmente todo el poder.
Reconocí todo esto mientras pensaba en esa pregunta de cómo oraría por un amigo que estaba luchando con la ansiedad. Y al hacerlo, sentí que brotaba en mí una fortaleza que nunca antes había sentido. Sabía que estaría absolutamente convencida de que la ansiedad no podía controlar a mi amigo y no era parte de sus pensamientos o de su vida. Sabía que vería la ansiedad como un enemigo a destruir en lugar de como un matón que manipula. Sabía que dejaría de escuchar todo pensamiento negativo y temeroso sobre mi amigo y me dedicaría por completo a escuchar los pensamientos que el Amor divino me estaba dando.
¿Entonces qué ocurrió? Me vino el siguiente pensamiento de Dios. ¿Por qué no haces esto por ti misma?
Sabía que lo que Dios me estaba empujando a hacer no implicaba alejar voluntariamente la ansiedad. Había sentido mucha autoridad al pensar en orar por un amigo que lidiaba con el mismo problema porque entendía muy claramente quién era ese amigo hipotético: la expresión de Dios. Cuando te expresas, esa expresión refleja quién eres, ya sea divertido, creativo, inteligente, serio o todo esto. Del mismo modo, la expresión de Dios debe ser como Dios. Y como Dios no está ansioso, nosotros tampoco podemos estarlo. Las cualidades de Dios incluyen paz, fortaleza, equilibrio, armonía, constancia. Esos son los tipos de cualidades que conforman lo que somos.
Esta fue mi base para orar por mí misma también, sabiendo quién soy realmente. Ser la expresión de Dios, la expresión del bien, significaba que podía decir que no a cualquier cosa que no fuera buena. Y podía decirlo con autoridad. Sentí mucha fortaleza cuando pensé en cómo Mary Baker Eddy caracterizó esta rebelión contra todo pensamiento impío: “Sepan, entonces, que poseen poder soberano para pensar y actuar correctamente, y que nada puede desposeerlos de su herencia e infringir el Amor” (Pulpit and Press, p. 3).
Esto puede sonar como algo salido de una película de Marvel, pero en el momento en que me levanté contra la ansiedad sobre la base de la identidad que Dios me ha dado, se produjo como una gran ¡explosión! en mi pensamiento. Esa sensación de estar abrumada por los nervios y el temor se rompió y se disolvió. Me embargó la paz más profunda que haya sentido jamás. Supe que estaba libre, y lo estaba. Ese fue el final de esos episodios de ansiedad.
La identidad espiritual que reconocí ese día también es tuya. Se origina en Dios, y no es vulnerable a los problemas de salud mental ni está destinada a luchar interminablemente contra los pensamientos de intimidación. Incluye paz y libertad, y la fortaleza para reclamar esas cualidades como propias.
