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Una Iglesia viviente

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 24 de agosto de 2023


Un artículo de noticias reciente informa acerca del “éxodo masivo” del cristianismo en los Estados Unidos. Se refiere a los adultos que crecieron en el cristianismo pero han dejado la religión y la iglesia como “no conversos”. Las estadísticas muestran que un número creciente de personas en todo el mundo rechazan la religión. (Véase Suzette Lohmeyer y Anna Deen, “A mass exodus from Christianity is underway in America. Here’s why,” Grid News, December 17, 2022.).

Si bien cualquiera que ame la iglesia y haya experimentado las bendiciones que trae a las personas y comunidades debe estar alerta a esta tendencia, la Biblia nos infunde confianza. El profeta Isaías describe el reino del Cristo de este modo: “El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin sobre el trono de David y sobre su reino, para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia desde entonces y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará esto” (Isaías 9:7, LBLA).

Haciéndose eco de esta profecía en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, quien fundó la Iglesia de Cristo, Científico, escribe: “... ‘su reino no tendrá fin’, pues el Cristo, la idea de Dios, regirá finalmente todas las naciones y todos los pueblos —imperativa, absoluta, definitivamente— con la Ciencia divina” (pág. 565). Esto es alentador, porque significa que la existencia continua del reino del Cristo, representado humanamente por la iglesia, está segura en la promesa inmutable de Dios.

La historia del profeta Elías es instructiva. Estaba desalentado porque creía que todos habían dejado de adorar al único Dios verdadero y que sólo él permanecía fiel (véase 1 Reyes 19:1-18). También estaba huyendo de la reina Jezabel, que pretendía matarlo. Sin embargo, una mejor comprensión de Dios calmó su pensamiento atribulado, y poco después, Dios le abrió los ojos para que viera que, en realidad, había siete mil adoradores que todavía eran fieles al Dios vivo.

¿Qué papel desempeñamos para ayudar a la humanidad, incluyéndonos a nosotros mismos, a reconocer el privilegio y el gozo de la iglesia? Viviendo la Iglesia, la idea espiritual de la Iglesia. Una manera importante de hacerlo es a través de la curación como lo hizo Jesús. La Sra. Eddy incluye este Estatuto en el Manual de La Iglesia Madre: “Yo recomiendo que cada miembro de esta Iglesia se esfuerce por demostrar con su práctica que la Ciencia Cristiana sana al enfermo rápida y completamente, probando así que esta Ciencia es todo lo que afirmamos que es” (pág. 92). 

La Ciencia Cristiana enseña cómo lograr esto. Tener el deseo de conocer a Dios y familiarizarnos —mediante la luz derramada por Ciencia y Salud— con las ideas espirituales y reveladoras presentadas en la Biblia nos permite comenzar a sanar por medio de la oración, como Jesús sanó.

También podemos saber que todos desean ver el bien en su vida. Ciencia y Salud declara: “La aspiración al bien celestial nos viene aun antes que descubramos lo que pertenece a la sabiduría y al Amor” (pág. 265). Es alentador que la mayoría de las personas quieran ayudar a la comunidad y ser útiles y saludables; es decir, desean expresar estas cualidades de Dios, el Amor divino, que la Iglesia incluye y nutre. Es tan solo una percepción nublada de la Iglesia lo que oculta estos tesoros de nuestra vista. El Cristo, la Verdad, atraviesa todo lo que ocultaría la vitalidad y la alegría de la Iglesia. El Cristo no está limitado a ninguna iglesia o religión, sino que es la demostración práctica del Dios universal, que se manifiesta a toda la humanidad de la manera en que cada individuo puede comprender mejor.

Si pensamos que sanar como hizo Jesús es una meta imposible o futura, podemos saber que cada uno de nosotros tiene más práctica de curación de lo que cree. Todo aquel que alimenta a los que anhelan amor, seca con paciencia las lágrimas de los heridos, eleva el pensamiento de los que están perdidos, consuela al doliente, da esperanza a los desesperados y socorre al extranjero y al que siente nostalgia es la Iglesia viviente.

La Iglesia misma debe ofrecer “prueba de su utilidad” y hallarse “elevando la raza, despertando el entendimiento dormido de las creencias materiales a la comprensión de las ideas espirituales” (Ciencia y Salud, pág. 583). Sus servicios y sermones deben sanar a los enfermos y pecadores. Esto puede parecer una tarea difícil, pero como idea de Dios, la Iglesia está intrínsecamente capacitada para cumplir con esta norma y responder a la necesidad. Jesús promete que ni siquiera las puertas del infierno prevalecerán contra la iglesia fundada en el Cristo (véase Mateo 16:18). Todos nosotros somos “‘piedras vivas’ en el templo universal del Espíritu” (Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 64). Cada uno de nosotros es parte integral de la Iglesia.

La consagración sincera a Dios levanta el estandarte del Amor divino y la norma de la Verdad divina, y muestra que la vida y la práctica de curación de cada uno de nosotros, por modesta que sea, es parte fundamental e indispensable de la estructura de la Iglesia.

El deseo de ver un cambio en la tendencia a declinar de las iglesias comienza con cada uno de nosotros. Nuestro compromiso y renovada consagración a la iglesia encienden y reavivan nuestros corazones con el fuego del amor y el fervor por Dios y el hombre, y avivan lo que puede parecer un sentido reducido o menguante de la iglesia. La curación cristiana atrae al corazón abierto y sediento a la iglesia. Entonces, como Elías, podemos sentir que Dios nos revela a esos innumerables fieles buscadores listos para recibir las ideas transformadoras del Amor. De este modo, encontramos que la Iglesia es vibrante, permanente y esencial.

Moji George,
Redactora Adjunta

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