Tenía una buena vida, un matrimonio feliz, un hogar encantador y seguridad financiera, pero sentía que me faltaba algo. Había logrado mucho en mi vida, pero había comenzado a sentirme letárgica, sin inspiración e inquieta. Y ahora se avecinaba la jubilación. ¿Habían terminado mis años productivos?, me pregunté. Y con una población cada vez más grande de personas mayores en muchas partes del mundo, sabía que no era la única que se sentía así.
Mientras oraba sobre esto, me di cuenta de que carecía de un sentido de propósito. Sentía que simplemente ocupaba un espacio en el planeta y que era irrelevante, improductiva. Pero al mismo tiempo sentía que también estaba pisando el freno mientras corría hacia un inevitable callejón sin salida. Anhelando una respuesta, recurrí a los escritos de Mary Baker Eddy, una pionera del descubrimiento espiritual, y encontré esto: “El Espíritu, Dios, reúne los pensamientos informes en sus conductos adecuados, y desarrolla estos pensamientos, tal como abre los pétalos de un propósito sagrado con el fin de que el propósito pueda aparecer” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 506).
Esta fue mi respuesta: que Dios continuaría teniendo un propósito para mí después de mi jubilación y que me lo revelaría. Y eso fue lo que sucedió. Descubrí que tenía interés y aptitud para escribir. ¡Y qué descubrimiento tan alegre y satisfactorio fue! Cada idea inspirada por Dios que ha surgido —ya sea que haya resultado en un artículo o testimonio publicado en las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana o haya tomado alguna otra forma— me ha bendecido, dándome un maravilloso sentido de propósito, así como la alegría de compartirla con los demás.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!