Estaba en medio de mi partido de fútbol, y conseguí la pelota para lanzarla. Cuando corrí a hacerlo, un perro saltó de la línea de banda y me mordió en el costado. Al principio estaba demasiado sorprendida como para darme cuenta de lo que había sucedido. Pero luego caí al suelo llorando, y estaba bastante conmocionada. Cerré los ojos y dije: “Dios está conmigo”. Sabía que Dios había hecho buena a Su creación. Eso significaba el perro y yo. Entonces negué de inmediato que el perro tuviera la intención de hacer daño.
Cuando abrí los ojos, mi entrenador, mis padres y personas que ni siquiera conocía me estaban ayudando. Me quedé allí acostada mientras limpiaban y vendaban las marcas de las mordeduras. Oré para que el perro estuviera a salvo y que nada pudiera lastimarme porque yo era una hija de Dios. Amo a Dios porque Él ama a todos, a los animales y a los seres humanos. Mis padres también estaban orando.
La hija del dueño del perro estaba muy molesta. Le dije que yo estaba bien y le di un abrazo. Cuando me senté, todo el equipo se arremolinó a mi alrededor, diciéndome que tenía que ir al hospital. Pero les aseguré a todos que estaba bien. Quería orar al respecto. Luego le pregunté a mi entrenador si podía volver al juego y me dejó jugar de nuevo.
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