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Los muros no están allí

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de mayo de 2024


A veces, tenemos muchas ganas de que caigan esos muros de la limitación humana. Nos separan de alguna meta preciada, como la salud, la alegría, la actividad correcta, la paz. Sabemos que Dios es una ayuda presente en las tribulaciones, y nos volvemos a Él radicalmente y con gran expectativa. Pero entonces las órdenes que recibimos de Él pueden parecer extrañas a nuestro sentido personal de las cosas; como las que le  dio a Josué y sus hombres ante la muralla de Jericó: El último día den seis vueltas alrededor de la ciudad, y en la séptima ronda toquen sus trompetas y griten.

Josué fue obediente y el muro de Jericó “se derrumbó” (véase Josué 6:1-20). Esta colorida y dramática historia del Antiguo Testamento tiene un significado especial para nosotros hoy en día, porque hay muros que deben derribarse: muros de codicia, prejuicio, ignorancia, miedo. Y se derrumbarán, siempre y cuando obedezcamos los mandamientos de Dios.

La mente de los mortales se resiste a obedecer la realidad espiritual e incluso duda de la eficacia de las cosas profundas del Espíritu para resolver los problemas.  Preguntamos: ¿cómo puede Dios, la Verdad y el Amor divinos, científicamente comprendidos, disolver esta materialidad arraigada?

A través de la educación espiritual adquirida en el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, la Ciencia del Cristo, aprendemos que esos grandes muros de limitación no son el obstáculo final para nuestro progreso como parecen ser. No son sino los estados subjetivos producidos por el miedo, la ignorancia, el odio, el pecado. Son sueños de ese soñador llamado la mente mortal.

Dios, que es la Mente infinita y verdadera del hombre, nos revela una visión muy diferente de la realidad. En lugar de las evidencias de la mortalidad, Él nos muestra la sustancia hermosa y pura de la semejanza de Dios. En lugar de la mano seca, los miembros cojos, la conducta pecaminosa, el mar tempestuoso, Él nos muestra la obra de Sus manos manifestada en el gobierno infalible y armonioso del Principio. En síntesis, los muros realmente no están allí de ninguna manera; solo el camino a seguir. Cristo Jesús, el Hijo de Dios, demostró el poder espiritual y el control de la Mente infinita para ajustar, corregir, sanar; es decir, para redimir la condición humana del mal. Nuestro objetivo debe ser seguir al Maestro en nuestras propias situaciones para resolver problemas.

¿Qué nos prepara para derribar esos muros del materialismo que parecen separarnos de la victoria y la libertad? La unión eterna del hombre con la Mente divina, percibida y espiritualmente comprendida es lo que puede hacerlo. Un mero sentido personal o material de sabiduría o fuerza no es la preparación adecuada para la tarea. Se requiere un profundo poder espiritual: el Cristo, siempre presente como inteligencia divina, la verdadera consciencia de la que habla Pablo cuando dice: “Tenemos la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16). Por medio de la Mente de Cristo nosotros también podemos demostrar la divinidad que salva a la humanidad de las aplastantes cargas del materialismo.

Pero ¿qué decir del sonido de las trompetas? ¿Ayudará esto a derribar esos muros? No, no como una acción física. Pero fue una prueba de la fidelidad y el compromiso del pueblo con la instrucción de Dios. Para Josué y su pueblo, el poder invisible del Espíritu era la fuerza determinante que estaba en operación. Y este es el poder al que también nosotros debemos ser fieles si queremos ver desaparecer los muros de la limitación mortal.

Los seres humanos tienen la tendencia a confiar en remedios y soluciones materiales hasta que es obvio que estos no funcionarán. Entonces nuestra fe se vuelve con urgencia hacia el Principio divino, Dios. Podemos ahorrarnos mucha frustración si desde un principio vamos más allá de los fallidos remedios físicos hacia el reino de la Mente divina. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La mente produce toda acción” (Ciencia y Salud, pág. 419). Y en Retrospección e Introspección dice: “Esta es la Mente ‘que hubo también en Cristo Jesús’, y no conoce limitaciones materiales. Es la unidad del bien y el vínculo de la perfección” (Retrospección, pág. 76). Aquí, en esta consciencia propia del Cristo, está el conocimiento que nos guía con seguridad hacia las soluciones necesarias. Aquí también está la inteligencia divina que, al reflejarla, ajusta la situación humana y se ajusta a ella hasta que coincide con la voluntad divina. Luego descubrimos que esos muros no están allí.

Para experimentar el gozo del dominio sobre los males y las limitaciones carnales, necesitamos practicar fielmente la Ciencia del Cristo. Esto significa comprender la unidad absoluta con nuestro Padre-Madre Dios y la verdadera naturaleza del hombre hecho a semejanza de Dios. Significa reflejar la armonía de la Mente divina y aprender cómo lidiar inteligentemente —a través de la oración espiritualmente científica— con cualquier obstáculo que se nos presente.

Podemos conocer la alegría que sintieron los hombres de Josué cuando descubrieron que esos muros que parecían tan impenetrables ya no estaban allí. ¿Qué los derribó? ¿Qué derriba los muros que se nos presentan? No es el esfuerzo o el plan humano, ni las trompetas o los gritos, sino la Mente del Cristo reflejada en nuestra comprensión espiritual del Dios que todo lo incluye, el bien.

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