A veces, tenemos muchas ganas de que caigan esos muros de la limitación humana. Nos separan de alguna meta preciada, como la salud, la alegría, la actividad correcta, la paz. Sabemos que Dios es una ayuda presente en las tribulaciones, y nos volvemos a Él radicalmente y con gran expectativa. Pero entonces las órdenes que recibimos de Él pueden parecer extrañas a nuestro sentido personal de las cosas; como las que le dio a Josué y sus hombres ante la muralla de Jericó: El último día den seis vueltas alrededor de la ciudad, y en la séptima ronda toquen sus trompetas y griten.
Josué fue obediente y el muro de Jericó “se derrumbó” (véase Josué 6:1-20). Esta colorida y dramática historia del Antiguo Testamento tiene un significado especial para nosotros hoy en día, porque hay muros que deben derribarse: muros de codicia, prejuicio, ignorancia, miedo. Y se derrumbarán, siempre y cuando obedezcamos los mandamientos de Dios.
La mente de los mortales se resiste a obedecer la realidad espiritual e incluso duda de la eficacia de las cosas profundas del Espíritu para resolver los problemas. Preguntamos: ¿cómo puede Dios, la Verdad y el Amor divinos, científicamente comprendidos, disolver esta materialidad arraigada?
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