Tres números del Sentinel. Eso es lo único que necesité para poner mi mirada en las verdades espirituales reveladas por Mary Baker Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras.
En un hermoso y soleado día de verano, una amiga del bachillerato vino a visitarme, y trajo a sus hijos en edad preescolar para jugar con mis hijos de la misma edad. Cuando se iban, ella mencionó casualmente que recientemente había estado en una conferencia de la Ciencia Cristiana y lo buena que había sido. Le respondí que estaba interesada en la Ciencia Cristiana, pero que sabía poco de ella. Sacó tres ejemplares del Sentinel de su auto y me los entregó sin hacer ningún comentario, y se marchó.
Leí los tres una y otra vez porque tardaba en comprender el significado de lo que estaba leyendo. Me estaban presentando otro lenguaje —el lenguaje del Espíritu— y tuve que pensar en él para entenderlo. Sabía que me gustaba lo que decían los artículos de estas revistas, pero hacer mías las ideas que contenían me llevaría algún tiempo.
Así fue como comenzó mi entrada paso a paso a la comprensión del reino del Espíritu, Dios. De vez en cuando asistía a los servicios religiosos de la Sociedad de la Ciencia Cristiana de mi localidad. Compré un ejemplar de Ciencia y Salud y lo leí lentamente de principio a fin, y descubrí que había muchas cosas con las que podía estar de acuerdo y muchas cosas que aún tenía que comprender. Descubrí un elevado nivel de lógica en las frases tan estrechamente entretejidas. El mensaje coincidía con una comprensión básica que parecía estar dentro de mí, aunque era desconocida para mí en ese momento. No obstante, ahora la reconozco como el espíritu del Cristo, la Verdad, dentro de mí.
Esta frase de Ciencia y Salud me ayudó a comprender que no tenía que entender el mensaje de un golpe, sino que podía perseverar en el estudio: “Es posible —sí, es el deber y el privilegio de todo niño, hombre y mujer— seguir, en cierto grado, el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, de la salud y la santidad” (pág. 37). Fue ese “en cierto grado” lo que me mantuvo persiguiendo el premio que no tiene medida, que se valora más que cualquier tesoro terrenal.
Luego me suscribí a las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Estas gemas llegaban semanal y mensualmente, trayendo respuestas, esperanza, soluciones, amor y las verdades que necesitaba para “emerger suavemente de la materia al Espíritu” (Ciencia y Salud, pág. 485). Estaba agradecida de saber que Dios es el único poder y que este poder es el Amor: infinito en alcance, que llena todo el espacio, que es Todo-en-todo. Me sentí agradecida al saber que soy espiritual, no material; que estoy hecha a imagen y semejanza de Dios, el Espíritu, como se afirma en Génesis 1; y que esta verdad nos incluye a todos. Aprendí que podía amar sin límites porque Dios es el Amor ilimitado.
El progreso espiritual se podía ver en el hecho de que ya no luchaba cada invierno contra las alergias estacionales, la amigdalitis o el dolor y las molestias menstruales cada mes. Estos cambios ocurrieron a medida que crecía en mi comprensión de lo que Jesús enseñó. Un día me di cuenta de que estaba libre de estas dolencias. La Ciencia Cristiana se ocupa incluso de las minucias de la vida y nos da una perspectiva espiritual que sana los problemas que enfrentamos a diario.
Estoy agradecida de aprender que la verdadera naturaleza de Dios es del todo amorosa y totalmente pura, de tener el ejemplo que Cristo Jesús trajo a la humanidad, y de saber que somos continuamente bendecidos por las verdades de la Biblia. Doy gracias por el trabajo incansable de la Sra. Eddy al traer la verdad de Dios al mundo, por la guía que brindó a los miembros de la iglesia en el Manual de La Iglesia Madre, y por las bendiciones que las publicaciones de la Ciencia Cristiana traen a sus lectores.