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Una significativa curación en la familia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 24 de abril de 2024


Me gustaría compartir mi profunda gratitud por una maravillosa experiencia que tuve a través de la Ciencia Cristiana. Como alumna de la Escuela Dominical, aprendí mucho al estudiar las verdades de esta Ciencia divina, y fue de gran ayuda para mí en la escuela y en mi vida en general. 

Más tarde, recibí instrucción de clase Primaria de la Ciencia Cristiana, lo que me ayudó a orar por mí misma y por los demás, y esto me llevó a encontrar soluciones a situaciones complejas y difíciles. Oré y encontré la pareja correcta, y hemos disfrutado de un matrimonio gratificante y feliz.

Después de estar casados durante varios años, mi esposo y yo deseábamos tener una familia, pero desafortunadamente eso no sucedía. Un médico que consultamos descartó claramente las posibilidades de dar a luz sin intervención médica, e incluso con eso, a mi esposo y a mí nos dijeron que no había garantías. Para entonces, mi esposo había visto los efectos de la Ciencia Cristiana en su carrera y en varios otros aspectos de nuestras vidas, por lo que me apoyó para resolver nuestra incapacidad de concebir sin probar procedimientos médicos. Le pedí a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí.

En este punto, quería demostrar más cualidades propias del Cristo en mi matrimonio y en mis relaciones en general. También trabajé, paso a paso, con citas de la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, que tienen que ver con el parto. Usé una concordancia y reflexioné sobre el significado espiritual de palabras como fructífero, productivo, descendencia y expectativa. Poco a poco empecé a vislumbrar con más claridad lo que realmente es la concepción. Para dar a luz, primero uno debe concebir el concepto correcto del hombre —es decir, de todos nosotros— y comprender que el hombre es espiritual.   

Una de las definiciones de concebir es “tener una idea” (Collins English Dictionary), así que  consideré la idea de la Mente divina de mi verdadera identidad y la de mi esposo: nuestra naturaleza espiritual, cada una de las cuales es la preciosa y amada hija de Dios. Poco a poco llegué a comprender cada vez más claramente que la materia no es el originador de la vida. Los espermatozoides, los óvulos, la edad, no tienen nada que ver con la verdadera concepción. Como dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Las crudas creaciones del pensamiento mortal finalmente tienen que dar lugar a las gloriosas formas que a veces contemplamos en la cámara de la Mente divina, cuando el cuadro mental es espiritual y eterno” (pág. 264).

No obstante, anhelaba poner fin al problema de no concebir. Me volví a Dios y oré: “Hágase Tu voluntad, no la mía”. Para entonces, ya sabía que la verdadera maternidad no provenía solo de ser madre de un hijo, sino de expresar cualidades maternales de amor, gentileza, paciencia y bondad hacia todos los que me rodeaban. Había un amplio margen para que yo fuera una buena madre sin tener biológicamente mi propio hijo.

Un día sentí una gran sensación de paz y claridad acerca de la unidad inexpugnable de mi esposo y la mía con Dios, la Mente, que solo quiere lo mejor para Su creación. Como dice un artículo de los archivos del Journal: “Dios no nos da un deseo correcto y luego no logra llevarlo a cabo. Nunca hay una transacción parcialmente consumada o infructuosa en el plan de Dios...” (Milton Simon, “All the way,” December 1949). Como se promete en la Biblia: “Porque habrá simiente de paz; la vid dará su fruto, y dará su producto la tierra, y los cielos darán su rocío” (Zacarías 8:12).

Pronto nos emocionamos al escuchar la buena noticia de que venía un bebé en camino. 

Surgieron muchos desafíos, pero mi esposo y el practicista me apoyaron mediante la oración durante todo el embarazo, y una cosa quedó clara: nada podía tocar esta idea espiritual. Orar con la siguiente declaración de Ciencia y Salud un día resultó ser un punto decisivo para mí: “... la Ciencia separa el trigo de la cizaña, mediante la comprensión de Dios como siempre presente” (pág. 300). El bebé se desarrolló maravillosamente y estuvo saludable durante todo el embarazo y lo ha estado desde su nacimiento. 

Mi corazón rebosa de gratitud por este hermoso niño y por todos los años de estudio que me han hecho comprender que Dios es el único creador. Si no fuera por este desafío, no creo que hubiera crecido tanto espiritualmente.

Gracias, Dios. Gracias, Cristo Jesús. Gracias, practicistas de la Ciencia Cristiana. Y gracias, Mary Baker Eddy, por darnos esta preciosa Ciencia que nos muestra el camino, paso a paso.

Seema Cama
Singapur

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