He tenido numerosas curaciones mediante la Ciencia Cristiana, pero quiero compartir una que cambió drásticamente no solo mi salud, sino también mi opinión de mí misma.
Una mañana me desperté y descubrí que todas mis articulaciones, de la cabeza a los pies, estaban rígidas y me dolían. No traté de levantarme hasta que terminé de orar cosa que estoy acostumbrada a hacer a primera hora de la mañana. Pero me tomó otra hora de oración y esfuerzo antes de poder levantarme de la cama.
Afirmé la totalidad y la bondad de Dios, el Espíritu, y pude realizar cojeando las necesidades básicas durante el día. Además, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me diera tratamiento metafísico.
Cada día, después de eso, me venían a la mente nuevas revelaciones espirituales. Entonces, un día hubo un cambio radical. Me desperté recordando el abuso que había sufrido cuando era niña.
Durante los últimos años, había estado leyendo diariamente una declaración de Retrospección e Introspección, escrito por Mary Baker Eddy: “... nuestra historia material y mortal, no es sino el registro de los sueños, no de la existencia real del hombre, y los sueños no tienen lugar en la Ciencia del ser” (pág. 21). Nunca antes había aplicado esta verdad a la memoria de haber sido abusada, pero entonces declaré con vehemencia que el abuso nunca había ocurrido en el reino de Dios, donde la Biblia dice que realmente vivimos.
Antes no había pensado en hacer esto porque cuando me fui de casa a los diecisiete años, decidí no volver a pensar en la experiencia nunca más. Ahora me di cuenta de que no pensar en algo es muy diferente de saber que no fue causado ni conocido por Dios, el Amor infinito, y por lo tanto era irreal en primer lugar. Esta revelación resultó en una mejora física, aunque no en una libertad total.
Unos días más tarde, experimenté la necesaria transformación del pensamiento. Desperté comprendiendo que todo lo real, bueno o correcto es la manifestación del Amor divino: perfecto, completo y hermoso. Pero también reconocí que no me estaba viendo a mí misma bajo esa luz; me veía a mí misma como si estuviera fuera del reino de Dios, mirando hacia adentro. Entonces me di cuenta de que, como hija de Dios, soy Su expresión amada. No estoy dando ni recibiendo amor en un sentido personal; yo soy el reflejo del Amor divino.
Este cambio de perspectiva trajo una curación completa y una paz que nunca antes había conocido. Siempre había hecho todo lo posible para proteger y ayudar a quienes me rodeaban. Pero desde esta experiencia, he comprendido que la mejor ayuda es conocer la presencia eterna y la omnipotencia de Dios, y Su amor por Su creación. Aunque a menudo todavía me siento guiada a ofrecer una mano, también sé que Dios es Amor, es Todo y es la única realidad.
Jane Ludlow
Jamesport, Nueva York, EE.UU.