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Curioso por conocer la Vida infinita

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 8 de diciembre de 2025


Al comienzo de mi adolescencia, sentía curiosidad por la muerte. En el bachillerato, eso se convirtió en querer saber más sobre Dios, quien —a través de algunos amigos  Científicos Cristianos— aprendí que era la Vida infinita.  

Al principio, fue la forma de vida de mis amigos lo que me atrajo a la Ciencia Cristiana. Parecían enfrentar cada situación adversa y odiosa con amabilidad y  reflexiva positividad. Con el tiempo, a medida que compartían conmigo cada vez más sobre la curación metafísica, me sentí guiado a comenzar a estudiar la Ciencia Cristiana; una decisión por la que sigo agradecido.

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras que la resurrección de Cristo Jesús de la muerte sirvió para elevar a otros “a la percepción de posibilidades infinitas” (pág. 34). Razoné que estas posibilidades proceden de una comprensión más profunda de Dios como Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad y Amor infinitos, y que nuestro desarrollo en la vida proviene de hacer preguntas sobre la totalidad de Dios y esforzarnos por vivir de acuerdo con lo que aprendemos de Él. Ciencia y Salud también nos dice que “comprender a Dios es la obra de la eternidad y exige absoluta consagración de pensamientos, energías y deseos” (pág. 3).

Hace unos años, me desafié a mí mismo a recuperar mi curiosidad inicial y mi entusiasmo por la Ciencia Cristiana y a hacer un estudio profundo de Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana. El pensamiento que me vino fue centrarme en la palabra infinito. 

En lugar de simplemente releer el libro de texto, algo que había hecho muchas, muchas veces a lo largo de los años, decidí escribirlo con bolígrafo y papel. Este proceso de copiar Ciencia y Salud de mi propia mano se convirtió en una experiencia muy profunda y personal. Estaba viendo las palabras de la Sra. Eddy y conectándome con ellas de una manera nueva. También fue cómico en ocasiones, ya que a veces  descubría que, en lecturas anteriores, había omitido o sustituido mentalmente palabras que sonaban o se veían similares, pero tenían significados diferentes. Escribir las palabras reales me dio nuevas formas de ver las verdades espirituales que estaba leyendo.

Mi momento decisivo al tratar de definir infinito provino de algo que escuché en un podcast. El locutor estaba describiendo la diferencia entre un millón y mil millones en términos que los oyentes podían entender fácilmente. Lo dividió en medidas de tiempo: un millón de segundos son aproximadamente 11 días y medio, y mil millones de segundos son un poco más de 31 años y medio. (Y para los curiosos, más tarde descubrí que un billón de segundos son más de 31.500 años.)

La brecha entre un millón de segundos y mil millones de segundos me tomó por sorpresa, y me dije a mí mismo: “Vaya, ¿qué decir de la brecha entre la Mente infinita, Dios, y la creencia falsa de que hay inteligencia en un cerebro físico finito?”.

Mientras compartía mi descubrimiento con mi esposa, agregué: “Si tratara de contar hasta mil millones, probablemente me llevaría cerca de 32 años”. Ella respondió: “Pero solo te tomaría un momento concebir mil millones”. En otras palabras, la idea completa de mil millones ya estaba en el pensamiento y no era necesario contar el número.

Esto me trajo un lindo recuerdo: una curación de alergia, que fue mi primera curación a través de la práctica de la Ciencia Cristiana. Había ocurrido cuando estaba leyendo Ciencia y Salud y llegué a la siguiente idea: “Toma consciencia por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales —ni están en la materia ni son de ella— y el cuerpo entonces no proferirá ninguna queja. Si estás sufriendo por una creencia en la enfermedad, repentinamente te encontra­rás bien. El pesar se convierte en gozo cuando el cuerpo es controlado por la Vida, la Verdad y el Amor espirituales” (pág. 14). Había tomado tan solo un momento de comprensión de que Dios es la única Vida y la única inteligencia que gobierna mi vida, para que me liberara de esas alergias para siempre.

Días después de tener mis nuevos pensamientos sobre el infinito, estaba cocinando nuestro plato italiano favorito; una receta que requería agregar ingredientes al aceite de oliva muy caliente. Había hecho esto innumerables veces, pero en ese momento, cuando levanté la tapa de la sartén para agregar los tomates, la mezcla explotó, cubriendo mi cara con aceite caliente y tomates. 

Me da vergüenza decir que mi reacción inmediata fue maldecir. Pero inmediatamente después de eso, recordé estos dos pasajes de Ciencia y Salud: “Una niñita, que ocasionalmente había escuchado mis explicaciones, se hirió seriamente un dedo. Pareció no darse cuenta. Al preguntársele sobre ello, contestó ingenuamente: ‘No hay sensación en la materia’. Se fue corriendo, con ojos alegres, y añadió poco después: ‘Mamá, el dedo no me duele para nada’” (pág. 237). Y, “... consultas a tu cerebro para recordar qué te ha hecho daño, cuando tu remedio consiste en olvidar todo eso; pues la materia no tiene sensación propia, y la mente humana es lo único que puede producir dolor” (págs. 165-166).

El primer pasaje me vino a la mente porque lo habían incluido en la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana de esa semana, y yo acababa de copiar la última declaración de Ciencia y Salud. Ambos me llegaron más como un sentimiento que como un recitado de palabras; todo dentro de un espacio de tiempo que las palabras no pueden definir.

Al no sentir dolor, me reí de mis palabrotas, me limpié los tomates y la grasa de la cara y seguí cocinando. Serví la cena, que mi esposa y yo disfrutamos, y vimos una película. A mitad de la película, tuve que sofocar una sugestión mental de que la curación no estaba completa y que más tarde podría sufrir malos efectos del incidente. Recordé esta declaración de Ciencia y Salud: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o la Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casuali­dad por el sentido correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía” (pág. 424).

Para mí, eso significaba que debido a que no hay Mente sino Dios, nunca hubo un momento ni un lugar donde pudiera ocurrir un accidente. Dejé de participar en la creencia de que tenía mi propia mente basada en la materia y me centré en el hecho eterno de que la Mente divina, nuestro Padre-Madre Dios, es totalmente buena y me permite conocerla como omnipotente, omnipresente, omnisciente y suprema, ahora y en todas partes, por toda la eternidad. Me liberé del temor y jamás experimenté ningún efecto negativo del aceite salpicado.

Al principio estaba un poco reacio a compartir algo de esto, ya que no he terminado de copiar Ciencia y Salud, ni he estado cerca de concluir mi estudio del infinito. Pero todo eso pareció una tontería cuando razoné: “Estás estudiando el infinito. ¿Cuándo crees que terminará eso? ¡Adelante, comparte tu experiencia!”

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