Serví como voluntaria para un programa de adopción internacional, ayudando a los trabajadores sociales profesionales a dar la bienvenida a los niños a medida que llegaban a los Estados Unidos y unirlos con sus nuevas familias. Por lo general, había de ocho a diez bebés y algunos niños pequeños que venían en un vuelo desde su país de origen. Se requería un voluntario para cada niño. Teníamos que sacarlos del avión, pasar por el proceso de aduanas de EE. UU. y cuidarlos en el aeropuerto hasta que podíamos conectarlos con sus nuevas familias.
La noche antes de pasar el día en una de estas aventuras, recibí una llamada de la agencia explicando que la trabajadora social principal no podía cumplir con el vuelo del día siguiente. Me habían recomendado para que manejara la logística y los procedimientos legales para el grupo, ya que había pasado por la rutina varias veces anteriormente. Acepté ayudar, llegar temprano para coordinar a los nuevos voluntarios y obtener los documentos que se enviarían por mensajería a la terminal del aeropuerto.
Esa noche, mientras esperaba con ansias lograr un buen descanso, inesperadamente me encontré completamente despierta y revisando un poco frenéticamente una lista de verificación mental de todos los detalles que necesitaba recordar. Y luego vino el temor de que no dormir lo suficiente haría que esta tarea fuera aun más difícil. Después, otro pensamiento intruso se apoderó de mí: el recuerdo de una vez que experimenté varias noches de insomnio que prácticamente perjudicaron mi capacidad para realizar mi trabajo como maestra. Si bien la situación en este momento ni se acercaba a ese extremo, estaba, no obstante, cada vez más preocupada.
Mientras luchaba por quedarme dormida, una serie de nociones comúnmente aceptadas sobre la falta de sueño inundaron mi pensamiento. ¿Estaría alerta? ¿Sería capaz de estar en sintonía con las necesidades de los niños y de todos los demás? Sentí que era crucial dormir cierta cantidad de horas. Era como si hubiera asimilado un montón de análisis materiales sobre el sueño y ahora tenía miedo de lo que sucedería.
Sin embargo, valió la pena estar despierta para mi siguiente pensamiento. Era la idea de que podemos “cambiar inmediatamente [nuestro] curso” y que “la materia no puede oponerse de ninguna manera a los esfuerzos correctos”, de una cita en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy (“Si crees en el mal y lo practicas a sabiendas, puedes cambiar inmediatamente tu curso y proceder bien. La materia no puede oponerse de ninguna manera a los esfuerzos correctos contra el pecado o la enfermedad, porque la materia es inerte, sin mente”, pág. 253).
Y luego me vino al pensamiento una línea del Himno 9 en el Himnario de la Ciencia Cristiana:
Él sabe qué necesitáis;
Sus ángeles vendrán
y a todos guardarán.
(Violeta Hay, © CSBD)
Aunque todavía estaba completamente despierta, ahora me hallaba lista para rechazar las predicciones materiales y escuchar a Dios. No era cierta cantidad de horas de sueño lo que necesitaba. ¡Necesitaba despertar a la comprensión de que ninguna de las llamadas leyes materiales tiene algún poder! La ley de Dios es la única ley y siempre está operando. Seguí orando.
Rudimentos de la Ciencia Divina de la Sra. Eddy comienza definiendo la Ciencia Cristiana “como la ley de Dios, la ley del bien, que interpreta y demuestra el Principio divino y la regla de la armonía universal” (pág. 1). Estaba empezando a ver la importancia de comprender que no hay leyes materiales que seguir ni preocuparse por romperlas.
Me invadió una tranquila sensación de confianza: confianza en Dios para guiar en el camino y cuidar cada detalle del día siguiente. El plan o propósito de Dios para cada uno de nosotros no incluye ningún temor, limitación o confusión.
Descansé en estos reconfortantes pensamientos mientras el sol ya brillaba a través de mi ventana. ¡“Mañana” ya se había convertido en hoy! Me levanté, me preparé, recorrí el camino de la autopista durante el tráfico de la hora pico, conocí y organicé a los voluntarios, recibí el vuelo a tiempo, pasé ocho preciosos bebés por la aduana y me regocijé al conocer a cada familia y entregarles su nuevo miembro.
Se ha vuelto cada vez más claro para mí que no estamos gobernados por leyes sobre el sueño o el tiempo, ni por ninguna otra de las llamadas leyes materiales que sugieren limitaciones o el bien restringido. Y no necesitamos seguir sus dictados. Sin embargo, se nos exige estar constantemente alerta, que identifiquemos lo que podemos haber aceptado inadvertidamente como hechos, como leyes; y esto exige vigilancia para proteger nuestro pensamiento contra las sugestiones intrusas que intentan robarnos el bien, la alegría y la paz que vienen al conocernos a nosotros mismos como la expresión de Dios. Qué alivio saber que cumplimos constantemente el propósito que nuestro Padre-Madre Dios tiene para nosotros como reflejo de la bondad del Amor divino.
