La curación espiritual va mano a mano con la humildad.
Eso es lo que sigo descubriendo en mi propia práctica de curación. En su forma más evidente la humildad manifiesta un deseo maduro de ponerle freno a los móviles egoístas y materiales. Y permite así que Cristo, la presencia y poder de Dios, gobierne. La humildad no es esa actitud de pensamiento que dice “no me mires”, soy indigno, y que viene acompañado por una montaña de temor detrás de sí. La auténtica humildad es firme, audaz, y dice: “Mira lo que Dios puede hacer. Su bondad y gracia te satisfacen y sanan.” Lejos de un estado mental de debilidad, la humildad le da poder y estabilidad al sanador y a quien está buscando curación.
Lo bueno es que cada uno de nosotros ya posee esta cualidad. La humildad es parte de nuestra propia naturaleza como expresión de Dios, pues todos nosotros somos, por sobre todas las cosas, Sus ideas espirituales, Sus hijos. Jesús dijo, “No puede el hijo hacer nada por sí mismo, sino que lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”Juan 5:19.. Esto es humildad. Jesús sabía que él era la idea o expresión de Dios, y por ello, vivía para expresar el poder y la bondad de Dios. Él probó que esto es verdad también para ti y para mí ahora mismo.
Todos los días, trato de escuchar la guía de Dios para saber de qué modo puedo ser un mejor sanador. Una cosa que estoy aprendiendo es que para tener el corazón de un sanador tengo que llegar a la “casa de Simón”. Para mí, la casa de Simón significa la auténtica humildad.
El libro de Lucas nos cuenta de un fariseo de nombre Simón. Él invitó a cenar a Jesús a su casa, y Jesús fue. Estando allí, una mujer de la ciudad, que es descripta como “una pecadora”, se presentó con un “frasco de alabastro con perfume”. Ella soltó su cabello y “comenzó a regar con lágrimas” los pies de Jesús, secándolos con sus cabellos, y finalmente le puso un costoso perfume –acciones, todas ellas, consideradas muy privadas y humildes. En tanto, Simón estaba desconcertado. Después de todo, ¿no sabía Jesús qué tipo de mujer era esta? Pero Jesús tenía una lección muy importante que enseñarle a Simón. Le dijo: “No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama”.Ver Lucas 7:36-50.
Simón no había sido descortés con Jesús. Él hizo lo que se esperaba que hiciera, pero nada más. Por otro lado, la confianza de la mujer en el mensaje sanador de Cristo la condujo a los pies mismos de Jesús. Ella renunció a mucho, incluso al costoso perfume y a lo embarazoso de mostrar en público sus emociones. Esta mujer demostró que el Cristo –la verdadera expresión de Dios, la cual Jesús vivía tan plenamente- valía todo lo que ella pudiera hacer. Ella honró a Jesús en todas las formas en que podía hacerlo. Y en respuesta, Jesús la honró a ella.
Mary Baker Eddy vio que el concepto de humildad era tan importante que comenzó el capítulo “La práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud con la historia que tuvo lugar en la casa de Simón. Ella vio a través de su experiencia que para sanar a través de la Ciencia Cristiana, uno necesita un corazón puro y una vida alineada con Dios. Escribió: “Si el Científico posee suficiente afecto de la calidad del Cristo para lograr su propio perdón y ese elogio de Jesús del que se hizo merecedora la Magdalena, entonces es lo suficientemente cristiano para practicar científicamente y tratar a sus pacientes con compasión; y el resultado corresponderá con la intención espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 365.
La mujer (mencionada en este pasaje como “La Magdalena”) recibió de Jesús el respeto y el toque sanador de Cristo, porque tuvo tanto el valor como la mansedumbre para ir a la casa de Simón en primer lugar. De manera similar yo tuve que preguntarme a mi mismo, “¿estoy en camino hacia la casa de Simón?” Si lo estoy, entonces, tal como la mujer que se arrepintió, debo humillarme a mí mismo –ceder mi voluntad humana a la divina. Si estoy de camino a la casa de Simón, estoy agradecido por el ejemplo tan completo que Jesús dio del Cristo. Reconozco las debilidades y pecados que falsamente acepté como parte de mí mismo y de los demás. Y los reemplazo con lo que aprendo de la naturaleza espiritual e impecable que Dios nos ha dado a todos.
Si estoy acercándome a la casa de Simón, me estoy aproximando al Cristo, tal como Magdalena lo hizo, “desde la cumbre de la consagración devota, con óleo de alegría y perfume de gratitud, con lágrimas de arrepentimiento y con esos cabellos todos contados por el Padre”.Ibid., pág. 367. Desde esa perspectiva, la Sra. Eddy nos asegura de que estaremos lo suficientemente preparados para practicar el corazón y el alma de la curación por la Ciencia Cristiana.
Un amigo mío, tuvo una curación que ilustra la importancia de este tipo de entrega del yo. Él tenía un problema que lo había molestado por años. A menudo, no podía tragar por completo ciertos alimentos y líquidos –simplemente no bajaban, era como si algo le estuviera bloqueando el paso. La dificultad se fue agravando con el correr de los años, y le causaba mucha irritación, incomodidad e incluso vergüenza en situaciones sociales. Había instancias en que un bocado de comida no lograba bajar por horas. Entonces, una tarde, se tomó un día de licencia en el trabajo para orar, y me llamó para que lo apoyara en oración. Si bien mi amigo en muchas ocasiones había orado, y había obtenido algún alivio, esta vez ocurrió algo diferente.
Esta vez, yo creo, mi amigo encontró el camino a la casa de Simón. La desesperación cedió ante un sentido de confianza y esperanza. La frustración y el miedo dieron paso a la calma y a la humildad. Me dijo, “me sentí fortalecido por el Amor”. Este Amor es Dios, la fuente de todo amor y de la verdadera Vida y Mente de cada uno de nosotros. Luego, esa tarde tuvo lugar la curación completa. Lo que estaba atorado, bajó naturalmente. Dijo que sintió como si algo que había estado bloqueando físicamente su garganta, simplemente hubiera sido removido, y de inmediato me llamó para decirme: “Estoy sano”. Dijo que fue muy simple, y que se quedó con una sensación profunda de humildad y gratitud. Desde ese momento ha podido comer sin ninguna de las dificultades anteriores.
Entonces, ¿cómo podríamos encontrar, tú y yo, nuestro camino a la casa de Simón? Especialmente cuando el orgullo y el materialismo están predominando con frecuencia –intentando tirar con fuerza nuestro pensamiento hacia abajo y detener así nuestro progreso. Nuestra habilidad para sanar y para escuchar la dirección divina ha de estar basada en el conocimiento y confianza en Dios. Si esa habilidad no está basada en el Espíritu, la auto-confianza enterrada por el ego y la voluntad personal no nos permitirá ni a mí ni a nadie estar ni siquiera cerca de lo que se describe en Ciencia y Salud como el “brazo extendido de la justicia”.Ibid., pág. 465.
Es útil también pensar acerca de lo que ocurrió cuando la mujer abrió el frasco de perfume. Una maravillosa fragancia debe de haber llenado la casa. De manera similar, la presencia y poder de la Verdad impregna por completo la atmósfera cuando practicamos la humildad y nos preguntamos a nosotros mismos, “¿Cómo puedo usar mejor lo que Dios me ha dado? ¿Qué más puedo hacer para cuidar de los demás?”
La mujer que entró en la casa de Simón debe de haber reconocido la diferencia entre la verdadera humildad y el menosprecio que ella había estado aceptando. Decidió que no quería llevar más consigo esa falsa imagen de sí misma. Y Jesús le mostró que esa imagen nunca fue verdaderamente la suya. Él reconoció la disposición de la mujer de vivir como Dios la hizo para que viviera. Simón el fariseo también notó la indignidad de la mujer, pero en lugar de verlo como un estado de pensamiento que el Cristo podía redimir, continuó viéndolo como parte de la identidad de la mujer. Y no pudo ver la hipocresía de sus propias acciones. La presencia del Cristo estaba ahí mismo en su casa, y aún así no la vio –para así obtener un beneficio total de ella.
Por último, la historia ilustra que el perdón está íntimamente relacionado con la humildad. El perdón significa comenzar con un amor renovado, haciendo borrón y cuenta nueva. Es el Cristo, la Verdad, quien hace borrón y cuenta nueva. El Cristo es “el divino limpiador”, que elimina pecado, enfermedad y muerte. La mujer comenzó su travesía entrando con humildad en la casa de Simón. Su humilde aceptación del Cristo, bañó y lavó su conciencia con su apacible autoridad –aún antes de lavar los pies de Jesús. Podríamos decir que su curación comenzó en el camino hacia la casa de Simón y se completó cuando partió de allí perdonada.
Qué cambio maravilloso podemos esperar que la gracia de Dios realice en nuestros corazones, en nuestras vidas y en nuestra práctica de curación de la Ciencia Cristiana, cuando con humildad –respetuosamente- entramos en la casa de Simón.