Prácticamente de la noche a la mañana, nos volvimos los guardianes legales de un muchacho, sobrino de mi esposo. Ninguno de sus padres podía cuidarlo. Nos dijeron que era rebelde y deshonesto. Había sido llevado a un psiquiatra, el cual predijo que su estado mental y su carácter continuarían de mal en peor.
Lo que yo vi fue un precioso niño que necesitaba amor. Mientras estábamos sentados frente al psiquiatra, escuchando su evaluación, yo estaba orando silenciosamente lo mejor que podía, afirmando lo que era real acerca de este niño. A través de mi estudio de la Ciencia Cristiana había llegado a reconocer y aceptar a Dios como el amoroso creador que lo hizo todo espiritualmente. Como imagen de Dios, hecho a Su semejanza, este joven era en verdad espiritualmente completo y perfecto. ¡Yo no podía ver a mis propios hijos en esta luz sin incluir a este joven! Me fui de la reunión con la firme convicción de que el joven no necesitaba cumplir la profecía que había sido hecha acerca de él.
Más tarde, al considerar la declaración bíblica “Dios no hace acepción de personas” del libro Hechos de los Apóstoles (10:34), comprendí que Dios no hace favoritismos. Cada uno de nosotros posee espiritualmente todo lo que necesitamos para vivir feliz y satisfactoriamente. La incapacidad de sus padres para cuidar del niño de ninguna manera podía disminuir su valor o importancia como hijo de Dios. Nuestro apoyo hacia él era simplemente el amor de Dios manifiesto en su vida. Y este mismo amor me nutriría a mí y a mi familia en esta nueva experiencia.
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