Orgullo, ira, pereza, lujuria, gula, codicia, y envidia –los llamados “siete pecados capitales” – sirven como una “brújula moral” o modelo de virtud para millones de personas. Estos pecados son mencionados en la Biblia, pero nunca aparecen todos juntos en una lista formal. La “lista” comenzó con un monje llamado Evagrius Ponticus del siglo cuarto, el cual catalogó los ocho males que seducen a la humanidad. En el año 590 después de Cristo, el Papa Gregorio condensó la lista de Evagrius en sólo siete pecados y los llamó “Los siete pecados capitales”.
Ya que el número “siete” se usa en las Escrituras para representar la totalidad, podemos decir que los siete “pecados mortales” representan la suma total de la tentación mortal. Y es aquí donde nació mi interés por este tema. La Ciencia Cristiana le enseña a uno que al buscar la curación se debe orar de manera exhaustiva, pero también específica. Mary Baker Eddy escribió: “El error que no se condena no es anulado. Tenemos que condenar la pretensión del error en cada una de sus fases para poder probar que es falsa y, por consiguiente, irreal.” (Mensaje para 1901, 15:4)
He visto en mi propia experiencia que al hacer frente a estos “obstáculos” para el crecimiento espiritual, es más fácil reconocer las estratagemas del mal una vez que han sido vistos en sus diversas formas. El hecho es que cada uno de nosotros, como semejanza de la Mente divina, se mantiene exento de todo pecado “mortal” o de cualquier otro tipo. Esta verdad, al ser vivida y aceptada, no solamente nos ayuda a liberarnos de futuras tentaciones sino que nos libera del historial de errores pasados.
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