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Una mirada a los “siete pecados mortales” (2ª Parte)

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De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 1º de julio de 2010

Originalmente publicado en The Christian Science Journal de diciembre de 2009.


Sirven como una brújula moral para millones. Pero, ¿tienen alguna potencia o poder real esos “pecados capitales”? El mes pasado, los primeros tres pecados (soberbia, ira y pereza) fueron vistos a la luz de la Ciencia Cristiana. Este mes los últimos cuatro –lujuria, gula, avaricia y envidia – serán analizados bajo un microscopio espiritual.

¿Lujuria? No existe ninguna atracción mortal. La evidencia del Alma es generosa y pura.

De los siete “pecados mortales” la lujuria es tal vez el que ha sido más justificado ya que deriva de lo que las ciencias físicas denomina “instinto natural”, la manera natural de asegurar la perpetuidad de la raza humana y de varias especies de animales. Se nos ha dicho que tenemos un patrón de conducta inmodificable en relación a la lujuria y que nos encontramos atraídos los unos a otros por una “atracción o magnetismo animal”. Esto significa que aquellos que ven a los hombres y a las mujeres como seres físicos, cuestionan el porqué hemos de considerar como pecado un aspecto “normal” de la corporalidad. Pero para aceptar y vivir nuestra presente impecabilidad como semejanza del Alma, necesitamos darnos cuenta de que no somos criaturas físicas. Nosotros somos seres espirituales. Y es sólo a través de este reconocimiento, que podemos declararnos “sin pecado”.

Los Diez Mandamientos tratan dos veces el tema de la lujuria, aquello que puede mantener a alguien en la creencia de pecado: “No cometerás adulterio” (Ex. 20:14), y “No codiciarás la mujer de tu prójimo” (Ex. 20:17). Y Cristo Jesús retomó ese mandamiento para negar la lujuria con más profundidad en el Sermón del Monte “yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mateo 5:28). Así señaló que incluso el pensamiento lujurioso es un pecado. ¿Por qué? Porque es egoísta; está siempre buscando la satisfacción sensual. En su ansia de placer carnal, la lujuria, al extremo, puede conducir a la adicción a la pornografía, la fornicación, la violación y el incesto.

Sacamos a luz la verdad de nuestro ser en la proporción en que la vivimos. Cuanto más consistentes seamos al expresar el Amor divino, menos atraídos nos sentiremos por la atracción animal y la “química”. Sintiéndonos atraídos hacia Dios en lugar de hacia la persona, nos encontramos experimentando un compañerismo amoroso, compatible, en variadas formas. “El magnetismo animal no tiene base científica”; explica Ciencia y Salud: “puesto que Dios gobierna todo lo que es real, armonioso y eterno, y Su poder no es animal ni humano”, “…hay una sola atracción real, la del Espíritu.” (p. 102).

¿Cómo podría uno saber si lo que siente por alguien es amor o lujuria? Bueno, puesto que Dios es el Amor mismo, el amor verdadero expresa cualidades que representan a Dios. Estas cualidades se evidencian en las buenas relaciones, que son aquellas que incluyen generosidad, integridad, ternura, compromiso, y finalmente conducen a la felicidad.

Los escritos de Mary Baker Eddy invocan tanto a la realidad espiritual como al simple buen sentido común. Hace referencia a la castidad y a la monogamia, y luego deja que cada individuo para haga su propia demostración. Al hacerlo, descubrimos el hecho de que la lujuria no es parte de un hijo de Dios, porque la identidad del hijo del Alma es espiritual.

¿Gula? No existe un apetito humano incontrolable. El reflejo del Principio hace banquete del amor divino.

En su raíz, la gula es falta de control y exceso de consumo, un comportamiento que nunca podría existir en el orden del Principio divino, ni se expresa en la idea del Principio, la creación de Dios. Es muy interesante que la tentación que primero vino a Jesús en el desierto, fue la de buscar alimentos para restaurar su vigor, en lugar de buscar su vigor en Dios. No había comido durante 40 días, sin embargo, Jesús no aceptó que la comida fuera su primer necesidad o su mayor deseo. A esta sugerencia diabólica, Jesús le contestó: "Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás "(Mateo 4:10).

El Teólogo medieval Tomás de Aquino vio la gula como la obsesión por las comidas, ya sea comer demasiado o demasiado caro, y comer demasiado ansiosa, salvaje, o delicadamente. Hoy en día probablemente vería que comer con demasiada "delicadeza” es dedicar excesiva atención a lo que los alimentos contienen y cómo están preparados. Baste decir que adoramos aquello en lo que pensamos más, entonces el consumo de manera excesiva se convierte en un "dios", enfocando nuestra atención en los alimentos, en lugar del único Dios omnipotente. También implica una glotonería, humanamente hablando, el estar dispuesto a consumir más de nuestra cuota correspondiente de alimentos del mundo. Si bien es cierto que un determinado bocado de alimento no puede ser disfrutado o apreciado simultáneamente en otro lugar, aun así el pensamiento humano y las desigualdades que éste crea, tienen una forma de expresión colectiva. Por lo tanto, nuestra expresión de moderación en la mesa en realidad contribuye a nuestra oración reverente por el derecho divino de todas las personas del mundo a tener una alimentación adecuada.

La vida cotidiana puede ser considerada como una escuela preparatoria en la que se practica la disciplina de decir "sí" a todo lo que es espiritual y "no" a todo lo que es mortal y auto-gratificante. Entonces, si no hemos logrado realizar la proeza de decir "no" a una porción extra de pasta, ¿qué probabilidades tenemos de decir "no" a la noción de muerte, que la Biblia dice es "el último enemigo" por superar? (I Cor. 15:26).

El crecimiento espiritual requiere práctica y más práctica, y los hábitos alimenticios son un buen lugar para comenzar. Al expresar progresivamente la templanza, el equilibrio, la disciplina, y la satisfacción divina, nos elevamos a la individualidad verdadera que está siempre en unidad con Dios, absolutamente completa y satisfecha e inmutablemente simétrica.

¿Codicia? No hay "falta de algo" en el universo del Espíritu. Su copa está rebosando.

La codicia es un deseo desordenado por adquirir cosas personales en exceso. Es su propio castigo, pues cuanto más obtiene, más siente que le falta. Y tales intereses personales llevan al engaño, la corrupción, y al robo que son el tipo de cosas que muchas naciones y comunidades han visto demasiado últimamente.

Cuando los bancos empezaron a hundirse durante la reciente recesión mundial, muchas personas querían culpar del completo caos a las prácticas bancarias, a las compañías de tarjetas de crédito, y la mala gestión del gobierno. Pero además de las prácticas bancarias y aquello que los gobiernos hicieron o dejaron de hacer, ¿no tendrá también que ver con la codicia individual y la falta de honradez? ¿Con el hecho de que la gente siente que tiene derecho a cosas que no ha ganado y a comprar cosas a crédito que no puede pagar? A medida que los sentimientos de “derechos” materiales, reflejado en prioridades individuales y “necesidades” se reorganizan no sería purificada y bendecida la economía general?

Dado que hay una ley espiritual por la cual tenemos en proporción a lo que damos, es poco probable que la riqueza y la codicia vayan de la mano. La Biblia nos dice que el amor al dinero "es la raíz de todo mal" (I Tim. 6:10). La abundancia y la seguridad social que naturalmente fluyen de la demostración de las cualidades divinas, de la riqueza espiritual genuina, evidencian una profunda satisfacción en el corazón individual. La codicia y el egoísmo jamás se aplican a un hijo de Dios, porque Dios, como la perfecta Madre-Amor, da a Sus hijos todo lo necesario. De hecho, la expresión de este amor preferiría, si es que hubiera que elegir entre tener algo o que lo tengan sus compañeros o sus hermanos antes que él, prescindir de ello. Pero no hay que tomar esta decisión cuando entendemos que nuestro cuidado, provisión y gobierno divino pertenecen a Dios, El cual nos da a cada uno de nosotros la plenitud del bien, siempre manifestado de maneras prácticas.

¿Envidia? Nadie tiene "más" que los demás. Como la idea completa de la Verdad, cada uno de nosotros ya lo posee todo.

La envidia parece ser el más oculto de los siete "pecados mortales". Mientras que la gente discute libremente sus luchas con la gula, la lujuria, la soberbia, etc., incluso la codicia, pocos admiten la envidia, ya que requiere el admitir cuán bajo uno piensa de sí mismo. El que envidia se resiente con los demás por tener las habilidades y logros que él anhela. Es diferente de la avaricia porque, en lugar de ser un deseo insaciable por cosas materiales, dice, "Si no lo tengo yo, no quiero que tampoco lo tenga Ud." La envidia, en su extremo, motiva al odio y al temor. Conduce a las naciones a querer destruirse las unas a las otras.

Dado que la envidia surge de no darse cuenta del valor que uno mismo tiene, la solución radica en descubrir nuestra identidad divina. Cuando nos damos cuenta, en verdad, que todo niño, hombre y mujer es la imagen y semejanza de Dios, entonces, conscientemente, cada uno refleja no sólo algo de piedad, sino toda la piedad. Todo talento, capacidad y característica que hay en Dios, debemos incluir en nosotros mismos pues Dios hace que así sea, y lo expresamos de nuestra propia manera. Esto significa que ¡cada uno de nosotros, de distintas maneras, refleja la omnipotencia, la omnipresencia y omnisciencia! Como Cristo Jesús dijo, "El reino de los cielos está entre vosotros" (Lucas 17:21), dentro de su conciencia que refleja a Dios.

En realidad, nadie tiene más que nadie. Los individuos expresan las cualidades de Dios en una manera que nadie más lo hace, ni podría. Así que está lejos de ser “natural” el sentirse amenazado por la exquisita expresión de sus bendiciones únicas, porque se nos han dado a nosotros también, para expresarlas en nuestra forma exquisitamente única. En lugar de sentirnos en competencia los unos con los otros, podemos ocuparnos de ver las infinitas formas en que la perfección puede ser expresada. Así nos gloriamos en la completitud los unos de los otros, cada uno expresando el valor del Dios Todopoderoso mismo.

En Ciencia y Salud, la Señora Eddy describe la a menudo oculta y recurrente afirmación que somos miserables, pecadores mortales, “Perdemos de vista la semejanza de Dios debido al pecado, que oscurece el sentido espiritual de la Verdad; y percibimos esta semejanza sólo cuando vencemos el pecado y demostramos la herencia del hombre, la libertad de los hijos de Dios" (p. 315). Entonces, ¿cómo tomamos conciencia de esta semejanza? Negando en forma específica y profunda cada uno de los "siete pecados capitales" en sus diversas formas. Estando alertas y despiertos a la falta de poder de cada uno de estos pecados, se despeja la niebla de la materialidad, revelando la visión que Dios tiene de nosotros; nos ve como siempre hemos sido: totalmente espirituales y sin pecado.

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