El escritor que dijo: “La coherencia es una joya de fantasía que sólo el común de los hombres valora”, transformó una frase claramente contenciosa en un dicho bien conocido. No obstante, lo hizo a expensas de un axioma, un axioma que ha sido expresado infinitamente, pero jamás de forma tan poderosa como en la declaración de Pablo: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). La palabra coherencia puede que parezca tener connotaciones contradictorias, pero en su sentido verdaderamente científico significa estar en lo cierto y proceder de acuerdo con ello. Afortunadamente, el Científico Cristiano puede que sepa demasiado como para perder tiempo y esfuerzo en lo que Ralph Waldo Emerson llamó “una coherencia tonta”. Como discípulo del Maestro puede moldear cada vez más su demostración del Cristo con esa misma uniformidad, poniendo constantemente en práctica la verdad que declara.
Para Isaías, este radicalismo espiritual se transformó en una voz que a sus espaldas le decía: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (30:21). La inmutabilidad es una cualidad atribuida apropiadamente a Dios, sin embargo, la constancia deífica no es una condición estática. El bien constante de Dios como se expresa en Sus obras, en el hombre, incluso en el universo, también debe ser una variación infinita, una novedad eterna, la cual no da testimonio de fijeza, sino del movimiento perpetuo de la Mente. El regreso de la primavera significa no sólo revitalización, sino origen. El origen divino es la necesidad que claman individuos y movimientos. El crecimiento constante no proviene de la muerte, sino de la espontaneidad de la Vida, Dios.
A lo largo de las épocas, la gran incoherencia ha sido atribuir lo finito a lo infinito. El brahmanismo afirma que el mundo de la materia es irreal, una ilusión, no obstante, el Brahma o Deidad lo hizo. De ahí que la única manera de escapar del mundo externo ilusorio es la absorción en la Deidad. Dicha impersonalización inevitablemente produciría extinción, y si tal impersonalidad pudiera alcanzarse, sería olvido.
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