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La humildad

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 8 de mayo de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Octubre de 1966.


Un rayo de luz, no una alfombra en la puerta, es un buen símbolo de humildad. Un rayo de luz solo puede existir junto con su fuente, nunca actúa solo. Es siempre la expresión o emanación de su fuente. De igual manera, la verdadera humildad es expresada por el hombre, quien depende de Dios, la Mente. El hombre espiritual y perfecto de la creación de Dios, es realmente la emanación y expresión de su creador; manifiesta y refleja cualidades divinas. No tiene inteligencia, vida o existencia separada de su Padre.

El individuo que comprende dicha humildad percibe que no es debilitante, sino ennoblecedora. Brinda al que la practica inspiración y mayores capacidades. Al mantener una dependencia consciente de la Mente, se siente fortalecido por el apoyo y la fortaleza que siente. Al recurrir a la Mente en busca de inspiración, encuentra que las ideas fluyen en su consciencia desde una fuente inagotable, lo que le permite manifestar originalidad, inventiva, creatividad.

Cristo Jesús preeminentemente demostró la maravillosa cualidad de la humildad. En el Nuevo Testamento hay varios pasajes donde reconoce que él no era el poder responsable de las notables obras que realizaba. El hecho de estar constantemente en comunión con Dios, escuchando a su Padre, lo capacitaba para hacer su obra. Desde niño había estado en los negocios de su Padre, y durante toda su vida su meta fue hacer la voluntad de su Padre.

Después de haber sanado a un hombre que había estado enfermo durante treinta y ocho años, sus adversarios, probablemente envidiosos de su poder sanador, lo criticaron, ostensiblemente porque había hecho la obra en el día de reposo. La respuesta de Jesús, “Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”, solo enfureció a sus enemigos, “porque no sólo quebrantaba el día de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”. Luego Jesús explicó: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:17-19).

Es significativo que su humildad haya provocado la nueva acusación de que se hacía igual a Dios. Esta acusación era típica de la mente carnal, la cual es mentirosa y pretende hacer sus obras diciendo mentiras. La envidia, que es una de sus cualidades, oscurece la visión de manera que, para el envidioso, la mentira parece ser verdad.

En otra ocasión, un hombre vino a Jesús y se dirigió a él llamándolo “Maestro bueno”. Él le respondió con estas palabras: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19:16, 17).

Durante la Última Cena, cuando su gran carrera se acercaba a su fin, Jesús enseñó a sus discípulos varias lecciones importantes, entre ellas la necesidad de tener humildad. Cuando terminó la cena, se levantó y lavó los pies de cada uno de ellos. Explicó la lección de la siguiente manera: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:13-17).

La humildad y mansedumbre de Jesús lo capacitaron para demostrar fuerza y poderío para echar del templo a los cambistas, para soportar la crucifixión, y para salir de la tumba vivo. Su humildad lo ayudó a mantener su unidad con el Amor y la Vida.

La humanidad por lo general considera que la humildad es algo inadecuado, ineficaz, pasivo. Este es el falso concepto de humildad, el sentido adormecido, que describiría al hombre como un pecador miserable. La denigración propia es una forma de mala práctica la cual es destructiva, ridícula y limitante. No es humildad. Deshonra a Dios porque Le atribuye una creación estéril.

Uno de los aspectos de este falso sentido de humildad a veces se encuentra en declaraciones como esta: “Deja todo en manos de Dios y se resolverá”. A primera vista parece indicar una actitud muy humilde, pero también puede indicar que se está eliminando al hombre de la situación. En otras ocasiones, puede ser un enfoque indolente. El hombre es esencial para la situación. Sin el hombre, Dios no estaría expresado, como un sol sin los rayos de sol.

Si existe algún problema que necesita resolverse, es necesario trabajar. Nuestro trabajo en la Ciencia Cristiana no se hace simplemente “dejando todo en manos de Dios”, sino orando para comprender nuestra unidad con la Mente divina. La Mente ya mantiene la armonía perfecta del universo. Las leyes de Dios están en operación a cada momento. Si enfrentamos un problema, necesitamos trabajar para ser receptivos a la Verdad, para permitir que el Cristo despierte a la consciencia humana para que perciba la armonía y perfección que la Mente ha hecho y mantiene. La inspiración, inteligencia y energía para hacer este trabajo deriva de Dios. El reconocimiento de esto nos permite hacer el trabajo con eficacia y humildad.

Todo ser humano individualmente se enfrenta con la necesidad de mejorarse a sí mismo. Cuanto más grande es la humildad con que se reconoce esto, tanto más rápido es el progreso. Es necesario hacer una clara distinción entre el hombre perfecto de la creación de Dios, y el ser humano cuyo desempeño actual dista de ser perfecto. La humildad es necesaria para detectar nuestros defectos. Si el tiempo y la energía que se dedican a hacer críticas innecesarias de nuestro prójimo, se dedicaran a mejorarse y a inmolarse a sí mismo, se lograría mucho más.

La amable aceptación de un cumplido merecido, cuando uno aprecia que la labor se ha realizado como el reflejo de la Mente, demuestra humildad. Sin embargo, la mera adulación de la personalidad humana puede arrullarnos para que caigamos en el letargo de la satisfacción propia.

Excusar nuestros propios errores o fallas del carácter, es asegurar que continuarán. A veces las fallas del carácter resultan en una enfermedad física, y es necesario tener la disposición de examinar sinceramente nuestro propio pensamiento, y de deshacernos de todo aquello desemejante al Cristo, antes de que pueda producirse la curación. En ocasiones es una tentación, en tal caso, creer que el problema físico se debe, no a nuestra equivocada manera de pensar, sino a la mala práctica de otros. Ninguna falla del carácter se ha sanado jamás ocultándola bajo la alfombra de la decepción propia.

La humildad es sumamente necesaria en la obra sanadora de la Ciencia Cristiana. ¿Quién querría ir solo junto a la cama de un paciente que parece críticamente enfermo, creyendo que la curación depende del propio esfuerzo humano, sin ayuda alguna? ¡Qué pesada parecería esa carga de falsa responsabilidad! Pero ir, sabiendo que no vamos solo, sino que vamos como un representante de Dios, conscientemente apoyados por el Amor divino, quien es realmente el poder sanador, es ir con humildad y confianza.

Para progresar es necesario estar humildemente conscientes de cuánto más tenemos que aprender de la Ciencia Cristiana. Estar meramente familiarizados con las palabras de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, no quiere decir que comprendemos necesariamente mucho del libro de texto. Sentirse satisfecho con un poco de entendimiento, es cerrar la puerta al progreso. Vislumbrar las infinitas vistas que se extienden delante de nosotros, y tener la determinación de aprender y practicar más de la verdad, asegura nuestro adelanto.

Nuestra Guía jamás dudó del valor de este gran libro; pero con modestia estaba consciente de que lo había escrito, no por su cuenta solamente, sino con la ayuda de la inspiración divina. Ella misma siguió siendo una asidua estudiante del libro, y en ciertos pasajes ella da a entender su propia necesidad de alcanzar mayor comprensión. En Escritos Misceláneos, dice: “La humildad es lente y prisma de la comprensión de la curación por la Mente; hay que tenerla a fin de comprender nuestro libro de texto; es indispensable para el desarrollo personal, e indica el plan de su Principio divino y la regla para su práctica” (pág. 356).

Para el Científico Cristiano la comunión no es un rito religioso, sino una comunicación diaria con la Mente divina, es escuchar con humildad la dirección divina. Este tipo de comunión lleva a la demostración del poder divino, y a la felicidad de estar al servicio de Dios. Al volvernos hacia nuestro Padre-Madre Dios con la confianza de un niño, brillamos con el resplandor de la Verdad, la Luz que es la fuente divina e inagotable del hombre. Esto es verdadera humildad. Nuestra Guía dice: “La Mente, gozosa en fuerza, mora en el reino de la Mente. Las ideas infinitas de la Mente corren y se deleitan. En humildad escalan las alturas de la santidad” (Ciencia y Salud, pág. 514).

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