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“¿Quién?”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 6 de noviembre de 2015

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 10 de marzo de 1951.


Todo es la Mente y sus ideas. Nada puede existir fuera de la Mente única que lo incluye todo. Lo único que la Mente divina puede tener conocimiento es de sí misma y de sus propias ideas. 

Asimismo, la mente mortal solo puede tener sus propios conceptos. No puede percibir nada externo a sí misma. No obstante, debe entenderse que el concepto de pecado que tiene el individuo no es la totalidad del pecado. Si las sugestiones denominadas enfermedad, escasez o desempleo fueran realidades, que existen separadas de nuestro pensamiento, entonces nos enfrentaríamos con la dificultad de tratar de controlar fuerzas y sucesos que existen afuera de uno mismo. Pero como se encuentran dentro de la consciencia, estamos en condiciones de controlarlos, porque siempre podemos ejercer dominio sobre nuestro propio pensamiento.

Ninguna actividad externa a la consciencia humana puede transferirse a ella. Toda llamada condición discordante, incluso la enfermedad, debe ser mental, porque no podría aparecer a la consciencia humana como una cosa, sino solo como un pensamiento. Aunque los mortales afirman lo contrario, la consciencia humana no tiene que sentirse impresionada por los incidentes que ocurren en un universo material externo a ella. Por el contrario, el fenómeno que ve como el mundo, está ocurriendo únicamente dentro de la aparente consciencia humana misma, puesto que ve sus propios pensamientos.

En consecuencia, podemos cambiar lo que aparece como una manifestación externa, cambiando nuestro pensamiento. Esto explica el dominio que Jesús tenía, no solo sobre la escasez, la enfermedad, el pecado y la muerte, sino también sobre el viento y las olas. Al reducir todas esas manifestaciones a pensamientos, él las reemplazaba con las ideas correctas y de esta manera expresaba el dominio que Dios le ha dado al hombre sobre toda la tierra.

“No hay nada que necesite más reforma que los hábitos de otras personas”, observó jocosamente Mark Twain. Pero la Ciencia Cristiana revela que, por cuanto el error que vemos en otra persona no es sino nuestra propia percepción de ella, lo que necesita reformarse es simplemente esta percepción, jamás es la persona. Esto es siempre cierto, puesto que ya sea que un problema envuelva el negocio de alguien, sus relaciones humanas o su cuerpo, la solución yace dentro del reino de su propio pensamiento. Pablo señaló esto cuando dijo: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:12, 13).

No importa cuántos individuos no receptivos tenga a su alrededor, ninguno de ellos podrá impedirle que mejore su propio pensamiento. Un joven, que no le caía bien a sus compañeros de trabajo, le dijo en confidencia a un viejo amigo un día: “Hay mucha gente en la planta que no aprecia mi trabajo; no son justos, y yo no voy a soportar eso. Yo los voy a enderezar a todos, a cada uno de ellos”. Hubo un largo silencio, y con un suspiro profundo, continuó: “Como te imaginarás, me va a costar bastante trabajo hacerlo. Son muchos”.

Entonces su amigo respondió: “Bob, la verdad es que puedes hacer ese trabajo enderezando simplemente a uno de los trabajadores de tu planta”.

Bob no entendió el punto, y ansioso preguntó: “¿A cuál de ellos?”

Entonces su amigo tuvo que decírselo: “A ti mismo”.

Aquel que trabaja para una organización donde parece reinar la injusticia, no necesita cambiar a varias personas para obtener armonía. Como tampoco debería aceptar la creencia de que puede rectificar la situación quitando a alguien del medio o moviéndose él mismo. Eso no indicaría progreso espiritual. Sería una admisión de su ineptitud para corregir su propio pensamiento. Para obtener armonía uno debe demostrar que tiene una mente espiritualizada; debe reconocer que la falta de armonía no está ocurriendo en ningún lado excepto en una consciencia mortal engañada. Si se consiente o se cree en el error, este parece real para nosotros; pero el hecho de creer en él no puede hacer que exista. Mientras que el hecho de no creer en el mal, lo destruye. La consciencia iluminada con el Cristo, la Verdad, es un remedio infalible, puesto que la iluminación impide que aceptemos la creencia errada. Es muy raro que otra persona u organización necesite que se la ponga en orden. La idea correcta o verdad alterativa que el individuo abriga destruye la única creencia en el mal que trata de usar a muchos, y hace que se manifieste la armonía.

Para aquellos que parecen tener problemas de relaciones familiares, la Ciencia Cristiana también revela “quién de ellos” necesita espiritualizar su pensamiento. El magnetismo animal intentaría oscurecer el asunto, haciendo que uno acepte la dificultad como una condición externa a su pensamiento o como una persona en falta, a la que se debe cambiar para que pueda surgir la solución. Sin embargo, las palabras del Apóstol Pablo son inequívocas: “En lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo” (Romanos 2:1). Y cuán pertinente es la declaración de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “El método divino de pagar el salario del pecado entraña desenmascarar nuestros enredos y aprender por experiencia cómo distinguir entre el sentido y el Alma” (pág. 240).

¿Por qué debe uno desenmarañar sus enredos y “distinguir entre el sentido y el Alma”? En realidad no hay ningún presente malo. La dualidad no existe. No hay sino un  solo creador, Dios, cuya creación es buena y perfecta, como Él Mismo. Sus hijos no pueden caer ni caen en la imperfección. Reflejan eternamente a la Mente divina. La aparente dificultad en realidad no tiene lugar, pero parece existir únicamente en la falsa percepción que uno tiene de las cosas. Es el magnetismo animal tratando, mediante la forma de pensar materialista, de apartar el pensamiento de la espiritualidad y la perfección presente.

En la Ciencia Cristiana no procuramos liberarnos de una situación desfavorable censurando a otros, como tampoco permitimos que la autocondena nos detenga debido a alguna equivocación que ha parecido ocurrir en nuestra experiencia. Más bien, nos disponemos a corregirla mediante nuestra demostración de la Verdad. El error no es el hombre, sino siempre una creencia impersonal falsa. Con cuánta lucidez explica la Sra. Eddy esta verdad cuando escribe: “¿Quién es tu enemigo a quien debes amar? ¿Es un ser viviente o una cosa fuera de tu propia creación? ¿Puedes ver a un enemigo, a menos que primero le hayas dado forma y luego contemples el objeto de tu propia concepción?” (Escritos Misceláneos, pág. 8). 

Uno nunca puede enfrentarse con nada excepto con su propio concepto de las personas y las circunstancias. Los otros no forman nuestro concepto de ellos por nosotros. Solo nosotros somos responsables de eso. Lo que ellos hagan o piensen no pueden cambiar dicho concepto ni lo cambian, a menos que nosotros lo aceptemos. También es reconfortante saber que el concepto equivocado que ellos tienen de nosotros no puede llegarnos ni tocarnos. El mal no puede transmitirse; el verdadero amor sí. No pierde de vista la inherente perfección de nadie. Continúa amando a pesar de los aparentes errores de familia o amigos.

Jesús dijo: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7:3). Al comentar sobre este pasaje, nuestra amada Guía afirma: “Entérate de lo que en tu propia mentalidad es desemejante al ‘ungido’, y échalo fuera” (Escritos Misceláneos, pág. 355). Puesto que uno no puede estar consciente de algo afuera de su propia mentalidad, un practicista, cuando sana al enfermo, ve la dificultad, no como una persona, lugar o cosa, sino como una sugestión del magnetismo animal que debe enfrentarse primero en su propio pensamiento. Cuando lo ha reducido a una sugestión que está argumentando contra su pensamiento, lo tiene justo en el lugar donde puede eliminarlo, porque él siempre tiene dominio sobre su propio pensamiento.

El practicista jamás está lidiando con algo afuera de su propia consciencia. Su propio concepto perfecto del hombre, por tener ascendencia en la consciencia, prevalece en su propio pensamiento sobre la sugestión mesmérica, entonces se produce la curación. El practicista no limita su tratamiento pensando que un paciente u otra persona puede limitarlo. Él sabe, más bien, que en la medida que el tratamiento en la Ciencia Cristiana sea la consciencia divina reflejada, esta consciencia sana y nada puede oponerse a ella.

 La Ciencia Cristiana señala que nosotros podemos realmente resolver problemas relacionados con los negocios, relaciones familiares o enfermedades, cambiando nuestros conceptos. El hecho de no reconocer esta verdad básica es un error prevaleciente. El mal, cualquiera sea la forma que asuma, no es una condición de los negocios, un pariente, nuestro paciente; como tampoco es de nosotros mismos. El error es la creencia impersonal. No le pertenece a nadie, sino que cada individuo enfrenta su pretensión mesmérica en su propia consciencia. ¿Cómo hace esto? Empieza con Dios, la Mente única que lo incluye todo, la Mente de todo hombre. La perfección inviolable de la Deidad y Su creación, el hombre, es siempre la base del pensamiento.

No hay duda respecto a “quien” necesita corrección. Uno hace la aclaración necesaria en su propio pensamiento con la verdad de Dios perfecto y hombre perfecto que le ha sido revelada. A medida que continúa expresando al Cristo, maneja cada vez más fácilmente las sugestiones mesméricas del magnetismo animal, específicamente y por nombre. Y ¿por qué los niega? Porque ellos niegan a Dios.

Dios siempre ha sido Dios. Nada excepto lo que Él crea ha poseído por siempre realidad o existencia. Jamás ha habido un momento en que todo no haya sido la Mente y sus armoniosas y perfectas ideas. Estas verdades se evidencian aquí en la paz y en la armonía que inevitablemente resultan de tener una mayor consciencia de la perfección inexpugnable de la Deidad y Su universo perfecto, en el cual nada ni nadie necesita ser corregido.

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