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Para revertir el temor al contagio

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 12 de febrero de 2016

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Agosto de 1987.


¿Cuál es la responsabilidad de los Científicos Cristianos cuando las autoridades prevén que la incidencia de cierta enfermedad puede alcanzar proporciones epidémicas? Es fundamental para la práctica de la Ciencia Cristiana hacer lo que nuestra Guía, la Sra. Mary Baker Eddy, esperaba que hiciéramos: responder mediante la oración a las necesidades de la humanidad. Ella escribe: “En épocas de enfermedades contagiosas, los Científicos Cristianos se esfuerzan por elevar su consciencia al verdadero sentido de la omnipotencia de la Vida, la Verdad y el Amor, y la comprensión de esta gran realidad en la Ciencia Cristiana pondrá fin al contagio” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág 116).

La comprensión espiritual de que Dios es omnipotente, que es Todo, es como una línea invisible pero formidable en nuestra consciencia, que divide la realidad de la irrealidad. Esta “línea” es una barrera contra toda sugestión del mal, ya que el temor al mal nunca puede entrar furtivamente donde la totalidad de Dios es comprendida. Y lo que comprendemos, que se demuestra al expresar moralidad y purificación espiritual, anula la amenaza de que la enfermedad pueda existir, y mucho menos ser diseminada, con la verdad de que Dios, el bien, ya está en todas partes; y este hecho previene el mal.

Comprender que la enfermedad es una ilusión, una sugestión mental más que un fenómeno físico, no nos hace indiferentes a los temores de otros o insensibles al sufrimiento. Nuestro Maestro, Cristo Jesús, ejemplificó la actitud valiente y amorosa de un verdadero cristiano hacia alguien que sufre de una enfermedad contagiosa, cuando tocó y sanó a un leproso “intocable” (véase Mateo 8:2, 3). Si hubiera pensado que la enfermedad era inevitable o irreversible, no habría podido destruirla.

Sin embargo, actualmente muchos creen que los virus pueden propagar la infección indiscriminadamente, y no ser afectados por la protesta sanadora de la oración. La Ciencia Cristiana, siguiendo el ejemplo del Maestro, desafía esta línea de razonamiento.

Puesto que Dios es la Mente omnipotente, el Espíritu, esta Ciencia deduce que la enfermedad no posee de sí misma ni inteligencia ni sustancia ni poder con los cuales propagarse discriminada o indiscriminadamente, intencionalmente o de otra forma. Cualquiera sea la influencia que la materia parezca tener, viene a través de la mente carnal o mortal, la que sugiere una realidad o poder aparte de Dios, la única Mente y Vida del hombre, creado espiritualmente a semejanza de Dios.

Si hemos de contribuir a detener una amenaza de contagio, debemos hacer un alto en nuestra vida diaria, y dejar de darle dominio a toda la pretensión idólatra del pensamiento mortal. Orar para superar la creencia y el temor a las enfermedades mediante la comprensión de que Dios es la única inteligencia, sustancia o Vida de cada uno de nosotros, es fundamental para adorar a un solo Dios. El fundamento para depender de la oración para sanar y prevenir la enfermedad, es la verdad del existir que Dios revela. Y la verdad es que Dios, el bien, nunca creó nada malo, dañino o destructivo.

El contagio afirma tener poder para multiplicarse a través de “pensamientos de gérmenes” de miedo o pecado. Pero podemos estar alerta a lo que pensamos, aceptando como verdadero solo lo que queremos expresar o ver expresado. Podemos estar atentos a lo que hacemos, de modo que nuestras vidas se inclinen cada vez más hacia Dios. A pesar de que todo pecado se castiga a sí mismo hasta que es desechado y destruido, no necesitamos aceptar la sugestión de que la enfermedad existe como un castigo divino para aquel que no está alerta o actúa mal. La enfermedad no existe en absoluto en la omnipresencia de Dios, por lo que uno podría pensar que un remedio seguro para la creencia en la enfermedad sería alcanzar una mejor comprensión de Dios y de aquello que sí habita en Su presencia. La Sra. Eddy nos advierte: “A fin de que la razón humana no oscurezca el entendimiento espiritual, no digáis en vuestro corazón: La enfermedad es posible porque nuestros pensamientos y conducta no proporcionan suficiente defensa contra ella” (Miscelánea, pág. 161).

La virtud cristiana y la comprensión espiritual pueden servir para defendernos de todo mal; la defensa está implícita en la omnipotencia de Dios, el bien que no tiene oposición. Pero no son solo nuestros pensamientos y manera de vivir lo que nos exime de la enfermedad; el hecho real de que Dios no creó la enfermedad impide que esta pueda coexistir con el hombre de Dios, nuestra verdadera identidad. El hombre es invulnerable porque Dios, el bien, es Todo-en-todo.

Dios está siempre presente, y Él nunca comparte Su presencia con nada desemejante a Sí mismo. Él es Todo-en-todo en el momento exacto en que somos tentados a pensar que hay una víctima de la enfermedad que es pecadora y merece estar enferma. Así mismo, Dios es Todo-en-todo cuando somos tentados a pensar que hay una víctima de la enfermedad que es buena y no merece estar enferma. La totalidad de Dios excluye, tanto la enfermedad como el falso sentido material de que el bien y el mal pueden mezclarse, porque este sentido falso trata de engañarnos para que aceptemos que la enfermedad es posible e incluso inevitable en algunos casos.

Para estar verdaderamente libres del riesgo de caer enfermos, debemos entender con claridad que estamos totalmente exentos de enfermedad. Esto se logra mediante la práctica diaria consagrada, la cual estriba en comprender los fundamentos de nuestra libertad. Esta libertad es inherente a la naturaleza pura y espiritual del hombre como semejanza de Dios. Al llevar una vida moral afianzada en la comprensión espiritual, nos volvemos alertas para percibir la verdad del existir. No obstante, ni la vil inmoralidad puede cambiar el hecho de que la verdad del existir es real y puede ser demostrada. Desde el momento en que una persona vislumbra y comienza a inclinarse hacia la verdad, puede demostrarse que la misma es una defensa segura contra la sugestión agresiva y una ley para su experiencia, una ley que excluye cada vez más el pecado y el castigo.

No podemos entender plenamente que estamos libres de la enfermedad y el pecado si no comprendemos, al menos en parte, que todos podemos demostrar esta liberación. Incluso aquellos que parecen menospreciar las exigencias morales y espirituales que Cristo, la Verdad, impone a los mortales, pueden reformarse y ser regenerados a través del poder del Cristo. Y una vez que entendemos esto, ya no dejamos de protestar en oración contra una amenaza para la población mundial, así como no dejaríamos de defender nuestra propia seguridad mediante la oración.

Ciencia y Salud establece el sistema divino de la curación a través del cual toda clase de enfermedad y degradación puede curarse y prevenirse. En última instancia, nuestra comprensión de este sistema, más bien que los detalles que sabemos acerca de la enfermedad, es lo que nos permite sanar o prevenir enfermedades. Si bien es cierto que cooperamos con los requisitos legales relativos al contagio, nuestro dominio sobre la enfermedad se produce a través de nuestra práctica de lo que sabemos y demostramos de la verdad del existir.

Si procuras sanar o comprender tu inmunidad espiritual contra la enfermedad, puedes llegar a saber mucho al meditar y practicar honestamente las verdades del libro de texto de la Ciencia Cristiana, tal como esta: “Tiene que estar claro para ti que la enfermedad no es la realidad del ser como tampoco lo es el pecado. Este sueño mortal de enfermedad, pecado y muerte debiera cesar por medio de la Ciencia Cristiana. Entonces una enfermedad sería destruida tan fácilmente como otra” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 418).

El método de curación por la Mente de la Ciencia Cristiana se aplica a todos los casos y al tratamiento de cada caso. El tratamiento de cada uno de ellos es individual, incluso cuando los casos tienen síntomas similares o idénticos. Pero respecto a nuestra necesidad de ayudar a detener la aparente influencia de la creencia en el contagio, que tanto parece propagarse, se nos ha dado una promesa divina que abarca todas las pretensiones de que el sufrimiento pueda ser transmisible. Nuestro libro de texto declara: “La Verdad trata el contagio más maligno con perfecta seguridad” (Ibíd., pág.176).

Puesto que la acción de la Verdad es irreversible y bendice a todos inevitablemente, el temor al contagio y sus efectos pueden revocarse. La influencia moral que se difunde por todas partes al compartir y probar la Ciencia Cristiana, está divinamente autorizada para impugnar la creencia y la indulgencia del mal, así como la llamada transmisión de la inmoralidad. En vez de que la culpa y el sufrimiento que ocasiona, puedan atacar e invadir la santidad de la inocencia y la pureza que nos pertenecen como hijos de Dios, estas tienen poder para acosar, alcanzar y destruir todo vestigio de la creencia en el pecado y el sufrimiento.

Ni el pecado ni la enfermedad tienen realidad alguna en la verdad, y porque esto es así, la creencia misma de que la tienen, se desvanece a medida que aumenta la comprensión en la consciencia individual, hasta que desborda en obras de curación. Cuando se demuestra la bondad de esta manera, llegamos a ver que la única cosa que podría ser transmitida al hombre es el bien que Dios concede. Y esto nunca puede ser un medio para sentirse alarmado.

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