Una Navidad, fuimos bendecidos con un nuevo bebé en la familia. Cuando nació nuestro nieto, fue una alegría muy grande ver cuánto lo querían sus padres. ¡Parecía que a ningún otro niño se lo podía amar tanto! La ternura, paciencia y gratitud por la presencia de este bebé como regalo de Dios, impregnaba todo pensamiento y acción en aquel hogar.
Con este precioso regalo, estuve más consciente que nunca de que la Biblia ilustra con mucha frecuencia la revelación y el desarrollo espiritual por medio del concepto del nacimiento. No se encuentra solamente en la historia de la Navidad, sino en todo el Antiguo y el Nuevo Testamento. Incluso en la oración del Padre Nuestro la petición de “líbranos” se podría considerar que se relaciona con el nacimiento espiritual. Jesús dice que debemos nacer de nuevo, y Mary Baker Eddy, quien siguió sus enseñanzas con devoción, dice que el “nuevo nacimiento” se produce a cada hora. Ella usa términos tales como labor y parto para describir sus esfuerzos para establecer la Ciencia Cristiana en la tierra, entre los cuales estaba restablecer la curación espiritual para la humanidad.
Al observar cuánto amaban a mi pequeño nieto, también recordé un pasaje en particular de los escritos de la Sra. Eddy que menciona atesorar al “niño” de la curación cristiana: “En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar. Éste es el niño que rodea con brazos amorosos el cuello de la omnipotencia, e invoca el infinito cuidado del amoroso corazón de Dios” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 370).
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