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En la Mente divina no hay actividades limitadas

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 14 de noviembre de 2019


¿Te has sentido alguna vez inadecuado para enfrentar una situación por medio de la oración únicamente, pensando, quizás, que tu conocimiento de la Ciencia Cristiana es demasiado limitado como para demostrar el poder de la Verdad que sana? Yo sé que a veces me he sentido así.

No obstante, Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, comienza el Prefacio de su obra fundamental, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, con estas alentadoras palabras: “Para aquellos que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones” (pág. vii). Siempre que sentimos que nuestras oraciones no son respondidas, ayuda poner toda nuestra confianza en Dios, el Amor divino. Como relata la Biblia de diversas maneras, el Amor divino nunca nos defrauda, y podemos apoyarnos —depender totalmente— en él para resolver nuestros problemas. Nunca debemos tener un sentido limitado de nuestra capacidad para saber qué debemos hacer a continuación.

Cuando uno de nuestros nietos era muy pequeño, le encantaba que yo dibujara con él, y pasamos muchos momentos felices juntos. Más tarde, cuando tenía unos cinco o seis años, la alegría a veces era interrumpida porque se enojaba y se impacientaba consigo mismo si algo no resultaba como quería. Entonces gritaba: “Oh, me salió mal; No soy bueno en esto. ¡No puedo hacerlo!”

En esas ocasiones, me mantenía firme sabiendo que siempre podemos contar con el Amor divino, la Mente infinita —la fuente de todas las ideas correctas— que está siempre allí para ayudar. Así que, al orar en silencio, afirmaba que, puesto que Dios no tiene limitaciones, nosotros, Sus ideas amadas, tampoco las tenemos. Con estos pensamientos en mente, suavemente alentaba a este pequeño a ver que el “problema”, que para él era tan grande, podía resolverse fácilmente.

La Biblia nos dice: “En la tranquilidad y en la confianza está su fortaleza” (Isaías 30:15). Yo sabía que las capacidades de mi nieto eran expresiones de la Mente infinita, y que, en verdad, él expresaba confianza, no frustración. Entonces lo persuadía amablemente para que se tranquilizara y le decía: “Amor mío, nunca digas ‘no puedo’ cuando algo te sale mal, porque eres bueno para dibujar y realmente puedes hacerlo correctamente, y tú también lo sabes. Una persona que piensa que no puede hacer nada bien a menudo simplemente se da por vencido y se pierde toda la diversión. Tú no eres una persona “que no puede hacerlo”, ¿no es cierto?”. Él asentía sacudiendo la cabeza y yo continuaba diciendo: “Así que cuando algo parece salir mal, mantén la calma y recuérdate a ti mismo que tú eres un chico que ‘puede hacerlo’. Piensa en silencio en tu dibujo por un minuto, y pronto verás qué puedes hacer para cambiarlo”. Entonces, después de calmarse y pensar en ello, borraba aquello que no le gustaba y con alegría realizaba un dibujo con el que estaba satisfecho.

En ocasiones, se produjeron otros progresos y retrocesos, pero al comprender que su creatividad era un don que Dios le había dado, continué alentándolo, recordándole siempre que él era capaz de dibujar el caballo o el dinosaurio que visualizaba. Cuando tenía ocho años, mi nieto entró en una competencia de la ciudad que invitaba a los niños a pintar una flor para el concurso anual “Inglaterra en flor”. Él eligió como tema el lirio —que no es la flor más fácil de representar— y se sintió muy entusiasmado al recibir el segundo premio en el grupo de su edad, y probarse a sí mismo que su capacidad para dibujar no era limitada. A los trece años, ingresó a una clase de arte para estudiantes “talentosos y sobresalientes”, y para cuando cumplió los quince ya era un artista realmente bueno.

Recordé esto hace un tiempo, cuando comencé a pensar en hacerme miembro de una filial de la iglesia de la Ciencia Cristiana a la que había estado asistiendo por unos dos años. Antes de eso, por ser uno de los pocos miembros que quedaban de una Sociedad de la Ciencia Cristiana con gente de edad avanzada, me había sentido abrumada por todo lo que se esperaba de mí, y ya no disfrutaba de las tareas de la iglesia. Me había gustado mucho ser Primera Lectora por unos años, alternando cada dos meses como maestra de la Escuela Dominical, pero ahora, además, era la que dirigía todas las reuniones necesarias para cerrar la iglesia y vender el edificio, y también me desempeñaba como secretaria. Cuando el edificio de la iglesia finalmente se vendió, sentí que no me apresuraría a hacerme miembro de otra filial. 

Sin embargo, me sentía muy cómoda en esa iglesia afectuosa y activa, donde los miembros me recibían tan bien y me incluían amablemente en varias de las actividades después de la iglesia. Una mañana, estaba sentada en la congregación, y de pronto sentí un amor tan abrumador por los queridos miembros, que se me llenaron los ojos de lágrimas de felicidad, y supe en ese momento que no podía continuar sin retribuir esa amabilidad. Después del servicio pedí una solicitud para afiliarme, y aquellos que se enteraron expresaron su alegría.

 Bueno, hoy no lo puedo creer, pero fue entonces que una sugestión serpentina y solapada se entremetió, manifestándose como mi propio pensamiento, como un pensamiento de duda: “¿Estás segura de esto? ¿En qué te estás embarcando?”. ¡Sí, suena ridículo! ¿Qué otra cosa podía ser que no fueran oportunidades para el bien y para el crecimiento espiritual? No obstante, la mente mortal argumentaba que ahora yo ya no era tan joven, y que tenía que manejar un trecho largo para llegar al centro de la ciudad, algo especialmente difícil los miércoles por la noche en invierno, así como otros pensamientos negativos que decían “Yo no puedo hacer esto”, y “Me va a resultar difícil hacerlo”.

De pronto me di cuenta de que estaba pensando como una persona que “no puede hacerlo”. Ahí estaba yo, queriendo afiliarme porque deseaba retribuir y ser parte activa de esta iglesia, no obstante, era obvio que había permitido que los limitados argumentos mortales dominaran mi pensamiento, en lugar de escuchar lo que Dios, la Mente divina, me estaba diciendo de las amorosas oportunidades de desarrollo que la Mente me tenía preparadas.

Ciencia y Salud hace esta observación: “¿No oyes a toda la humanidad hablar del modelo imperfecto? El mundo lo está manteniendo ante tu vista continuamente. El resultado es que estás propenso a seguir esos patrones inferiores, limitar la obra de tu vida y adoptar en tu experiencia el diseño anguloso y la deformidad de los modelos de la materia” (pág. 248).

¡Estaba contenta de haber visto a tiempo a dónde me estaba llevando el razonamiento falso!  

Ocasionalmente, cuando usamos la computadora, se nos pide que activemos o desactivemos alguna función, que la apaguemos o prendamos. Parecía que yo había apretado algún botón de “desactivar” y estaba apoyada en él.

Debía orar en serio, y comencé con el Padre Nuestro con su interpretación espiritual, como aparece en Ciencia y Salud, páginas 16 y 17. Cuando llegué a “Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”, y su interpretación espiritual,   “Capacítanos para saber que —como en el cielo, así también en la tierra— Dios es omnipotente, supremo”, me vino claramente el pensamiento: Dios ha capacitado a Su idea, el hombre (incluida yo), para conocer y expresar Su omnipotencia y supremacía.

Esto me recordó algo más que escribió la Sra. Eddy: “Como parte activa del único estupendo todo, la bondad identifica al hombre con el bien universal. Que cada miembro de esta iglesia pueda así elevarse por encima de la tan repetida pregunta: ¿Qué soy yo?, a la respuesta científica: Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 165).  

Comprendí que el hombre está activado, jamás desactivado; jamás apagado, rechazado, desconectado o fuera de servicio. La Mente divina omnipotente nos da poder, nos motiva y nos moviliza. Nunca podemos estar desligados de nuestra fuente de poder, sino que somos inseparables del Espíritu todopoderoso, estamos en total funcionamiento y libres de la creencia en el tiempo, el cual es definido en Ciencia y Salud como “Medidas mortales; límites …” (pág. 595). 

Debía manejar con firmeza la solapada sugestión mental de que la edad era un impedimento para comenzar un nuevo trabajo en la iglesia, y recordé algo que mi hija mayor me había contado. Me dijo que se había dado cuenta de que la vida no es secuencial, y citó de la Biblia: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2); y de Ciencia y Salud: “El astrónomo ya no mirará hacia las estrellas, mirará desde ellas hacia el universo; y el floricultor encontrará su flor antes que la semilla” (pág. 125). Las consecuencias son que no existe el tiempo, ni el nacimiento o la muerte, ninguna pauta, proceso ni limitaciones; por ejemplo, la juventud que parece estar tan llena de energía y flexibilidad, pero tiene poca sabiduría; y viceversa para la gente de la tercera edad.

 Al pensar en esto, me vino la idea de que Dios, el bien infinito, es Yo soy, ahora y para siempre. Así mismo el hombre, por ser Su imagen y semejanza, no puede decir yo era, acostumbraba a ser o algún día seré.; no puede pensar yo soy, espero ser o desearía haber sido. Nada puede agregarse ni quitarse para acercarnos a Dios. 

Después de eso, todas las dudas desaparecieron y me afilié con mucha felicidad a la iglesia, y en poco tiempo estaba sirviendo activa y alegremente a mi iglesia como Primera Lectora. Dos años después, en una reunión anual de elecciones, me dieron la oportunidad de servir en este puesto por un tercer año, y respondí: “¡Sí, por favor!”, para deleite y diversión de los miembros.

En Escritos Misceláneos 1883–1896, Mary Baker Eddy escribe: “La Mente no está sujeta a limitaciones; y nada sino nuestras propias admisiones falsas nos impiden demostrar esta gran verdad” (págs. 42-43).

Así que la lección es clara: No limites los talentos y capacidades que Dios te ha dado, sino aprécialos y disfrútalos, sabiendo de dónde vienen.

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