Perdonar después de haber sido profundamente agraviado puede ser difícil. ¿Quién no ha luchado a veces para liberarse del sufrimiento, el resentimiento, la ira y el deseo de tomar represalias?
No obstante, Cristo Jesús enseñó que es imperioso perdonar. Piensa en el ejemplo absoluto que nos dio en la cruz cuando dijo de sus perseguidores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
El amor puro y abnegado expresado en esta oración fue esencial para que Jesús superara la muerte. Él comprendía que el odio de sus perseguidores no tenía poder real para separarlo de Dios, la Vida omnipotente, y esta consciencia de la supremacía del Amor lo capacitó para triunfar sobre la tumba.
Perdonar requiere ver más allá de lo que la apariencia material presenta acerca del hombre. Allí mismo donde una personalidad humana errada parece estar, la consciencia que está en sintonía con Dios percibe al hombre real y espiritual, la verdadera semejanza de Dios. Y esta perspectiva a semejanza del Cristo trae curación a nuestra experiencia.
Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, dice en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (págs. 476-477).
El valor del perdón en nuestra práctica cristiana está indicado en la prominencia que tiene en las enseñanzas de Jesús, incluido el Padre Nuestro. Jesús nos enseñó a orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Ciencia y Salud afirma que el Padre Nuestro “cubre todas las necesidades humanas” e indica “la celestial aspiración y consciencia espiritual… que sanan instantáneamente a los enfermos” (pág. 16), señalando que el perdón es de primordial importancia en nuestra travesía para comprender y sentir la presencia de Dios en nuestras vidas.
Nuestros “deudores” obviamente incluyen a aquellos que se han comportado mal con nosotros de alguna manera. Pero el término también podría aplicarse más ampliamente a cualquier individuo en quien los atributos divinos parecen estar ausentes u oscurecidos. Todo aquel que representa un cuadro de escasez —falta de bondad, de comprensión, de salud, de provisión— sugiere que la totalidad de la creación de Dios está en peligro.
El perdón comienza con la disposición de ver más allá de las manifestaciones materiales de nuestros semejantes, y afirmar en cambio la verdad de la naturaleza del hombre como la expresión pura, perfecta y espiritualmente amada de Dios. No importa cuán real parezca ser la visión falsa del hombre, o cómo parecería afectarnos a nosotros; una comprensión más profunda de Dios, el Amor divino, nos capacita para rechazar toda apariencia de odio o la pretensión de que el Amor divino está ausente.
Aprendí acerca del perdón hace unos años, cuando mi esposo y yo estábamos luchando para llevarnos bien con nuestros vecinos. Nuestro dormitorio estaba muy cerca de la pared que separaba nuestras propiedades. Poco después de mudarse, ellos comenzaron a tener fiestas muy ruidosas en su jardín de atrás, el cual estaba junto a las ventanas de nuestro dormitorio. Cuando hablamos con ellos sobre el problema, les pedimos que llevaran al grupo adentro después de cierta hora, pero no fueron muy receptivos. Después de varias instancias, tuvimos que pedirle a la policía que viniera y les pidiera que se calmaran. Las relaciones se volvieron hostiles.
Al orar por la situación, yo anhelaba ver a estos vecinos completamente bajo el cuidado de Dios. Oraba para conocerlos como hijos de Dios, como expresiones armoniosas y colaboradoras de la Mente divina. Le pedí a Dios que me mostrara cómo veía Él a Sus hijos.
Lo que se me ocurrió después fue una sorpresa. Había estado pensando en qué necesitaban hacer los vecinos para restaurar la armonía. ¿Pero qué pasaba conmigo? ¿Qué podía hacer yo para mejorar las circunstancias? Me di cuenta de que nuestra cama estaba justo al lado de las ventanas. Podíamos moverla para que estuviera menos expuesta al ruido exterior. También nos dimos cuenta rápidamente de que reemplazar las ventanas viejas ayudaría a reducir el ruido.
Poco después, los vecinos vinieron y nos hicieron algunas sugerencias sobre cómo instalar unos amortiguadores de sonido en la pared entre las dos casas. Fue interesante notar que también dejaron de tener las fiestas nocturnas en el jardín de atrás que perturbaban nuestro sueño. Después de eso, nuestras relaciones con ellos fueron cordiales.
Más recientemente, tuve que perdonar cuando la actitud de mi jefa hacia mí fue hostil. Yo no había estado de acuerdo con algunas decisiones administrativas y sentí que era apropiado dar a conocer mi posición, ya que esas decisiones me afectaban directamente. Después de eso, fui criticada enfrente de otras personas, se me asignaron trabajos de un nivel inferior, y ya no me permitían participar en la toma de decisiones y en las reuniones. Traté de encontrar otro puesto, pero mis esfuerzos fueron inútiles. Mi trabajo comenzó a verse afectado.
Oré sinceramente para comprender que tanto mi jefa como yo estábamos bajo el gobierno armonioso de Dios; hice lo mejor que pude para poner la situación en Sus manos, y no permitir que la ira controlara mi pensamiento. También me empeñé por reconocer tanto como fuera posible el bien que había a mi alrededor. Me di cuenta de que había muchas cosas en el trabajo por las que tenía que estar agradecida y en las que no había pensado antes. Esto me ayudó a soportar las crecientes hostilidades entre mi jefa y yo.
Al continuar orando, comencé a comprender mejor que el hombre de Dios jamás puede odiar ni ser odiado. El odio, cualquiera sea, es sensual y animal, no la realidad del ser espiritual en la Ciencia divina. Este discernimiento me capacitó para ver más allá del comportamiento de mi jefa, y guardar en el pensamiento la verdad de la creación de Dios. Pude mantenerme tranquila y no reaccionar en varias instancias en las que ella me gritó.
A medida que continué recurriendo a Dios en busca de refugio, me vino la idea de que una relación de depredador/presa no existe en el reino de los cielos. En realidad, nadie podía lastimarme, porque Dios es mi fuente y mi protector. El temor desapareció. Pude pensar que mi jefa era inocente.
Muy pronto después de eso, me di cuenta de que yo había trabajado allí por muchos años, y estaba cerca de lo que se considera la edad para jubilarse. Aunque no se me había ocurrido antes, investigué los requisitos para retirarme y descubrí que podía irme de la organización en unos pocos meses. Mi esposo sintió que nuestra situación financiera permitía que hiciera esa transición. Después de informar mi decisión, los ataques de mi jefa disminuyeron considerablemente.
Cuando llegó el momento de irme, las dos pudimos expresar un afecto genuino. Ella me escribió una linda tarjeta, organizó una fiesta para despedirme y me dio una resplandeciente carta de recomendación. Pensé en todas las veces que nos habíamos reído juntas, y pude agradecerle sinceramente. Fue una despedida armoniosa. Desde entonces he encontrado trabajo en una diversidad de formas creativas, usando las habilidades que disfruto hacer.
La esperanza de sanar es a menudo lo que nos acerca al cristianismo, pero sentir más el amor de Dios en nuestras vidas es lo que nos mantiene allí, aun cuando enfrentemos dificultades. Practicar el perdón es clave para ser un ejemplo del Amor divino y experimentar sus efectos sanadores en nuestra vida.
