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Progreso este año: espiritual e innegable

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 31 de diciembre de 2020


Abrir un nuevo calendario, lleno de páginas intactas, representa un nuevo comienzo, una puerta abierta al progreso. En ese momento, las personas a menudo se dan permiso así mismas para liberarse de lo que ha ocurrido antes e ingresar expectantes al siguiente capítulo no escrito de sus vidas, y al mundo.

Pero a veces, casi tan rápido como soplan los vientos de nuevas posibilidades, una fuerza contraria de dudas y rutina puede atenuar las aspiraciones, diciéndonos que no estamos listos para seguir adelante, que no deberíamos hacernos demasiadas ilusiones (acuérdate del año pasado), que el camino por delante será difícil. 

Pablo, uno de los primeros cristianos, enfrentó una serie de pruebas y tribulaciones durante muchos años (una lista parcial de ellas se encuentra en Segunda a los Corintios 11:25–33). Sin embargo, escribió lo siguiente sobre cómo avanzar: “No, amados hermanos, no lo he logrado, pero me concentro únicamente en esto: olvido el pasado y fijo la mirada en lo que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar al final de la carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de Cristo Jesús. Que todos los que son espiritualmente maduros estén de acuerdo en estas cosas. Si ustedes difieren en algún punto, estoy seguro de que Dios se lo hará entender” (Filipenses 3:13–15, NTV). 

Para Pablo, el progreso no consistía en objetivos externos y en esforzarse por alcanzar las medidas humanas de éxito y logro. Se trataba de seguir al Cristo, buscando a Dios, el Espíritu, para conocer el camino a seguir, y caminar de todo corazón por esa senda, como Jesús lo hizo con tanta perfección. Pablo pensaba y vivía desde la perspectiva de lo Divino: por medio del amor desinteresado, la confianza en Dios, el bien y la gracia.

El camino de progreso de Pablo —en línea con Cristo, el Mostrador del camino de la humanidad— fue una experiencia interior con consecuencias exteriores. Fue una travesía en el pensamiento que lo llevó de una existencia centrada en el yo a una fundada en Dios, de perspectivas y metas materiales limitadas o basadas en la materia al progreso moral y espiritual. Estos cambios de pensamiento produjeron cambios de opinión y profundas percepciones del amor y la omnipotencia de Dios, y no solo para satisfacer sus propias necesidades. Lo hicieron cobrar consciencia a él y a los demás de su capacidad innata, como hijos de Dios, de reflejar Su naturaleza; y sus ideas y su ejemplo continúan despertándonos de la misma manera hoy.

Ese progreso —el progreso que es bueno para todos, que trae beneficios para la humanidad— es también lo que más significa y hace más por nosotros individualmente, como señaló Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana. Ella ofreció una guía atemporal para este tipo de avance: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresada en paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 4).

Este crecimiento emana de lo que es divinamente verdadero, ahora y siempre, y toma forma como el desarrollo de la comprensión espiritual en la consciencia individual. De hecho, la Sra. Eddy una vez definió la gracia como “el resultado de comprender a Dios” (La Ciencia Cristiana en contraste con el panteísmo, pág. 10). Cada uno de nosotros tiene la capacidad y, en realidad, el deseo más profundo de conocer a nuestro Padre-Madre Dios, de asimilar el carácter de Cristo y de aplicar lo que estamos aprendiendo de nuestra propia y verdadera relación, y la de todos, con Dios.

Cuán reconfortante es saber que, debido a que esta relación con Dios es incesantemente verdadera, siempre es posible progresar en la demostración de las cualidades divinas que hemos sido creados para expresar. Solo tenemos que recurrir a nuestro Progenitor divino, el Amor omnipresente, para comenzar a deshacernos de las peculiaridades de la mente mortal como son la deshonestidad, el egoísmo, el orgullo, la indolencia y así sucesivamente, que pretenderían obstaculizar el satisfactorio desarrollo de la gracia que nuestros corazones y el mundo tanto anhelan y requieren para vivir productivamente. 

Un significado antiguo de la palabra progreso es “una travesía del estado” (Noah Webster, American Dictionary of the English Language, 1828); es decir, un circuito que una reina o rey haría para observar la condición de su reino. Nuestro Soberano, el Dios Todopoderoso, continuamente percibe, nutre, ama y se regocija en Su propia creación, lo que Jesús llamó “el reino de los cielos” (Mateo 4:17). Podemos recorrer mentalmente ese curso a menudo con nuestro Dios y contemplar cómo el Amor hace la armonía celestial que frecuentemente se mantiene oculta, pero que verdaderamente está allí, en nosotros: en nuestras familias, colegas, amigos, vecinos, líderes, opositores, extraños, miembros de la iglesia.

Una vez, un miembro de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, se desmayó mientras conducía un servicio religioso en la iglesia, y las oraciones inmediatas de la congregación produjeron una curación completa e instantánea. Más tarde, ese hombre expresó gratitud a su familia de iglesia, no solo por sus oraciones y la curación física, sino porque se había liberado de un preocupante sentido de superioridad que había sido el aspecto más importante de esta curación. Continuó sirviendo durante muchos años en una empresa internacional, donde se destacó al trabajar con otros para resolver problemas empresariales complejos.

Ciencia y Salud explica: “Cada día nos exige pruebas más convincentes en lugar de profesiones de poder cristiano. Estas pruebas consisten únicamente en la destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte mediante el poder del Espíritu, como Jesús los destruía. Este es un elemento de progreso, y el progreso es la ley de Dios, cuya ley exige de nosotros sólo lo que ciertamente podemos cumplir” (pág. 233).

Este año, tenemos oportunidades todos los días de escribir una nueva página en los libros de nuestra vida y en el cumplimiento de la ley del crecimiento espiritual. Nuestro éxito ya está asegurado, porque solo se nos pedirá que hagamos lo que incuestionablemente somos capaces de hacer. Y podemos comprometernos con este esfuerzo de progreso espiritual con el mismo fervor y alegría que Pablo manifestó al avanzar “hasta llegar al final de la carrera” de ser todo lo que estamos destinados a ser: las expresiones pacientes, mansas y amorosas de Dios, llenas de buenas acciones. “Y si [pensamos diferente] en algún punto, estoy segur[a] de que Dios [nos] lo hará entender”. Ningún otro compromiso que podamos asumir hará más para ayudar a la familia humana a descubrir y demostrar la paz, el bienestar y el progreso este nuevo año.

Ethel A. Baker
Redactora en Jefe

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