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Cien por ciento confiado

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 9 de mayo de 2022


La sabiduría convencional dice que no podemos estar absolutamente seguros de nada, que siempre hay alguna duda. La norma para la calidad en el ámbito de la manufactura es si solo hay 3,4 defectos por millón de oportunidades de que haya defectos, o 99,9996 por ciento puro en total. ¿Es 99,9996 por ciento lo suficientemente bueno? Es probable que muchos digan que sí. El ámbito del control de calidad indica que es prohibitivamente costoso —algunos dirían imposible— lograr el cien por ciento, o la perfección, en la manufactura. Pero cuando oramos para sanar, ¿es posible tener cien por ciento de confianza en Dios? 

Cristo Jesús dio a conocer al mundo de una manera extraordinaria el concepto de la perfecta seguridad y la absoluta y apacible certeza del bien, Dios. Sus oraciones mostraban una confianza del cien por ciento en el poder de Dios, y eran demostraciones de la plena seguridad de que Dios gobernaba al hombre (la identidad espiritual de cada uno de nosotros) por ser perfecto, cien por ciento puro, justo en el medio de un problema. Y como resultado se producía la curación.

Cuando resucitó a Lázaro de entre los muertos, Jesús dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”, y luego resucitó a Lázaro con el mandamiento: “¡Lázaro, ven fuera!” (Juan 11:41-43). No preguntó si era posible sanar a Lázaro; claramente esperaba que se produjera la restauración, basándose en su profunda comprensión de que el hombre ya era y por siempre será perfecto como hijo de Dios. Confiaba tanto en el poder omnipotente de Dios que Le agradeció por la curación antes de que fuera evidente. ¡Eso es pensar al “cien por cien”! Jesús conocía la realidad del poder y la perfección invariables de Dios tan claramente que tenía cien por ciento de confianza en la capacidad de Dios para sanar. Esta confianza total en Dios es un conocimiento espiritual completo.

Los discípulos tuvieron que aprender cómo podía Jesús tener tanta confianza en el poder de Dios. Cuando los discípulos no pudieron sanar a un niño a quien Jesús logró sanar rápidamente, le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo [al demonio] fuera?”. La respuesta de Jesús es reveladora: “Por vuestra poca fe; …si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:19, 20). Después de la resurrección de Jesús, cuando los discípulos habían obtenido más convicción de la autoridad del poder de Dios, sanaron con rapidez, como hizo Pedro al sanar a un hombre cojo en el Templo y al resucitar a una mujer.

Hace varios años, tuve una curación cuando llegué a estar cien por ciento convencido de que Dios podría sanarme y me sanaría. Me desperté una mañana sin poder caminar debido a lo que parecían ser calambres en las piernas. Estaba preocupado porque me hallaba en Escocia y tenía programado tomar un vuelo a Londres un rato después. Había planeado recorrer esta ciudad durante varias horas el día antes de volar de regreso a casa en los Estados Unidos. Pero no podía moverme de mi cama sin sentir dolor.

Esta declaración de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, me vino al pensamiento: “Puedes comprobar por ti mismo, querido lector, la Ciencia de la curación...” (pág. 547). Esta promesa me hizo sentir que podía sanar si seguía simplemente los preceptos de curación que conocía en la Ciencia Cristiana. Comencé mi tratamiento metafísico con la idea de que toda enfermedad, incluida esta condición, es un “error de creencia” (Ciencia y Salud, pág. 208) y nada más. Razoné que, si esto era así, entonces lo que parecía ser una desafortunada realidad era solo una evidencia falsa. 

Vi el problema como una creencia solamente. Curiosamente, tan pronto como tomé esta posición firme, fui bombardeado con fuertes sugestiones de que debía dudar de mi oración. Pensamientos como estos: “Eso es una tontería; por supuesto que es real” y “No puedes orar por esto”, eran agresivos. Recurrí a Dios y recordé la declaración de Jesús en la Biblia diciéndonos que pidiéramos cualquier cosa en su nombre, y se nos daría (véase Juan 16:23). Lo hice y descubrí que afianzarme en la autoridad de la Biblia me daba confianza en que mi oración era válida y que tenía el derecho de mantenerme firme en ella y sanar.

Tomó tan solo unos minutos volverme a Dios y orar de esta manera para que mi pensamiento se transformara en convicción espiritual; la convicción de que la condición dolorosa era completamente irreal. Comprendí que mi verdadero ser estaba intacto y nunca había sido tocado por la creencia agresiva en la mala salud. Me regocijé en esta verdad. Entonces supe que podía ponerme de pie y realizar mis actividades del día. Así lo hice. Completamente libre, volé a Londres y caminé con alegría varios kilómetros por toda la ciudad. A la mañana siguiente tomé mi vuelo a casa, regocijándome en la bondad de Dios a cada paso del camino.

El tratamiento mediante la oración cambió mi percepción y comprendí que la supuesta condición física era una impresión falsa, no una realidad. ¡Qué radical! Cuando estamos completamente convencidos de que lo que parecemos experimentar es solo una creencia, una percepción errónea, y nos mantenemos firmes en esta convicción con la autoridad del Cristo, la Verdad, se produce la curación.

La perfección eterna de Dios y Su creación cierra la brecha entre la esperanza de un resultado humano bueno, aunque indeterminado, y la consciente percepción de la verdad cien por ciento espiritual y perfecta. La Sra. Eddy, la Descubridora de la Ciencia del Cristianismo, escribió: “La comprensión a la manera de Cristo del ser científico y de la curación divina incluye un Principio perfecto e idea perfecta —Dios perfecto y hombre perfecto— como base del pensamiento y la demostración” (Ciencia y Salud, pág. 259). Cuando oramos desde la base de “Dios perfecto y hombre perfecto”, sin ser tocados por las creencias falsas, cedemos a una profunda convicción espiritual, basada cien por cien en nuestra identidad espiritual. Esto no solo elimina el temor, sino que también saca a relucir la salud y la curación. Y glorificamos con alegría a Dios.   

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