La sabiduría convencional dice que no podemos estar absolutamente seguros de nada, que siempre hay alguna duda. La norma para la calidad en el ámbito de la manufactura es si solo hay 3,4 defectos por millón de oportunidades de que haya defectos, o 99,9996 por ciento puro en total. ¿Es 99,9996 por ciento lo suficientemente bueno? Es probable que muchos digan que sí. El ámbito del control de calidad indica que es prohibitivamente costoso —algunos dirían imposible— lograr el cien por ciento, o la perfección, en la manufactura. Pero cuando oramos para sanar, ¿es posible tener cien por ciento de confianza en Dios?
Cristo Jesús dio a conocer al mundo de una manera extraordinaria el concepto de la perfecta seguridad y la absoluta y apacible certeza del bien, Dios. Sus oraciones mostraban una confianza del cien por ciento en el poder de Dios, y eran demostraciones de la plena seguridad de que Dios gobernaba al hombre (la identidad espiritual de cada uno de nosotros) por ser perfecto, cien por ciento puro, justo en el medio de un problema. Y como resultado se producía la curación.
Cuando resucitó a Lázaro de entre los muertos, Jesús dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”, y luego resucitó a Lázaro con el mandamiento: “¡Lázaro, ven fuera!” (Juan 11:41-43). No preguntó si era posible sanar a Lázaro; claramente esperaba que se produjera la restauración, basándose en su profunda comprensión de que el hombre ya era y por siempre será perfecto como hijo de Dios. Confiaba tanto en el poder omnipotente de Dios que Le agradeció por la curación antes de que fuera evidente. ¡Eso es pensar al “cien por cien”! Jesús conocía la realidad del poder y la perfección invariables de Dios tan claramente que tenía cien por ciento de confianza en la capacidad de Dios para sanar. Esta confianza total en Dios es un conocimiento espiritual completo.
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