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El Amor: La base para una democracia renovada

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 16 de enero de 2023


A lo largo de los siglos, los filósofos políticos desarrollaron la teoría de que la democracia es un pacto social en el que las personas, por su propio bien, se someten a la toma de decisiones colectivas. Pero incluso las democracias más fuertes necesitan una constante renovación. ¿Cómo se puede lograr esto? ¿Qué pasaría si el amor ampliara nuestro interés más allá de nosotros mismos para incluir a toda la humanidad? ¿Qué pasaría si todos tuviéramos interés en amar por la gran alegría y satisfacción que se sienten al saber quiénes somos realmente como hijos de Dios, el Amor? Esa sería la base para un nuevo contrato social unificador.

El libro de Primera de Juan en la Biblia dice que Dios es Amor. Y Jesús ilustra la naturaleza de Dios como Amor en la parábola del hijo pródigo, en la que un padre compasivo da la bienvenida de regreso a su hijo, quien lo ha tratado muy irrespetuosamente y desperdiciado su herencia antes de admitir su ofensa finalmente. El padre se regocija por el retorno de su hijo, y demuestra que Dios nos ve y ama a cada uno de nosotros; no como un ser humano imperfecto, sino como Su expresión espiritual. 

Dado que nuestro origen, nuestro Padre-Madre, es el Amor divino y el Espíritu infinito, somos naturalmente amorosos y espirituales. Esto significa que el lenguaje agresivo que a veces se usa en política, los ataques virulentos y la tendencia a pensar en aquellos a cuyas políticas nos oponemos como enemigos, no solo son profundamente antidemocráticos, sino también profundamente ajenos a nuestra verdadera individualidad.

En Primera de Juan también hay un provocador pasaje rico en promesas: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque nos amamos unos a otros. El que no ama mora en la muerte” (3:14, New Revised Standard Version). Es solo el Amor divino, vivido prácticamente en nuestra experiencia diaria, lo que permite que nuestros sistemas políticos pasen metafóricamente de la muerte a la vida, para ser renovados y fortalecidos.

Pero ¿cómo puedes amar ante el odio, o ante el miedo al poder del odio de destruir la unidad y la cohesión en la sociedad? Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe: “La Ciencia Cristiana clasifica el pensamiento como sigue: Los pensamientos correctos son realidad y poder; los pensamientos incorrectos son irrealidad y carecen de poder, y tienen la naturaleza de sueños. Los pensamientos buenos son poderosos; los pensamientos malos son impotentes, y así es como debieran aparecer” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 252).

Es vital mantener el veneno del odio fuera de nuestros pensamientos, nuestras vidas y nuestras democracias, y podemos hacerlo de manera más eficaz al no temer el supuesto poder del odio y demostrar su impotencia. ¿Cómo? Al comenzar desde la perspectiva más elevada para ver que el Amor divino, el único creador, no ha creado el odio; que el odio no existe en la Mente que es Dios y solo puede parecer existir en la oscuridad de la mente humana. Esta es la clave para elevarse por encima del odio y sentir el amor y el afecto que son naturales para nosotros como hijos de Dios.

He aquí una modesta ilustración del poder unificador del Amor. Hace algunos años, nuestra filial local de la Iglesia de Cristo, Científico, que se gobierna democráticamente, enfrentó un asunto controvertido que ya había desafiado a varias otras iglesias de la Ciencia Cristiana, con lamentables resultados. En nuestra reunión de negocios se hizo una moción para amar a aquellos en ambos lados de la cuestión. La moción fue secundada, votada y aprobada. A través de la inspiración divina, el grupo había superado el mesmerismo de difamar a los del otro lado. Entonces uno de los miembros más elocuentes propuso una acción que fue tremendamente unificadora, la cual también fue aprobada, y puso fin a la controversia. Ese asunto jamás volvió a molestar a nuestra iglesia.

A medida que vemos más claramente la realidad y el poder del Amor —y la consiguiente impotencia del odio para dividir, mesmerizar y destruir— comenzamos a comprender y sentir algo que apuntala y renueva las democracias. Empezamos a saber que más allá de las diferentes políticas públicas y enfoques para resolver los problemas sociales, más allá incluso de la peor retórica pública y manipulación de hechos, se encuentra la unidad, la hermandad y el afecto fundamentales que provienen de Dios, el único Padre-Madre que crea al hombre (cada uno de nosotros) como espiritual, reflejando Su naturaleza. Nos volvemos más capaces de separar lo que es espiritualmente verdadero en el carácter humano de lo que es falso; nos volvemos más pacientes y perdonamos más, y estamos más dispuestos a considerar el punto de vista de los demás. 

Esto nos hace receptivos a las soluciones prácticas y nos capacita más para mantener nuestras discusiones políticas civilizadas y amables. Participamos de manera más inteligente en el sistema político, incluso por la forma en que votamos.

En respuesta a una pregunta sobre cuáles eran sus ideas políticas, la Sra. Eddy escribió: “En realidad no tengo ninguna, sino la de apoyar a un gobierno justo, amar a Dios supremamente, y a mi prójimo como a mí misma” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 276).

No hay poder en el cielo o en la tierra más grande que el Amor; ningún poder más apto para traer renovación a las democracias e inspiración a aquellos que buscan un gobierno democrático en todo el mundo. A medida que reconocemos que el Amor es supremo —la única autoridad gobernante verdadera— Dios nos ayuda a dejar de lado el odio y el conflicto y vivir el Amor, a fin de manifestar nuestra verdadera naturaleza como hijos del Amor.

Lyle Young
Escritor de Editorial Invitado 

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