A lo largo de los siglos, los filósofos políticos desarrollaron la teoría de que la democracia es un pacto social en el que las personas, por su propio bien, se someten a la toma de decisiones colectivas. Pero incluso las democracias más fuertes necesitan una constante renovación. ¿Cómo se puede lograr esto? ¿Qué pasaría si el amor ampliara nuestro interés más allá de nosotros mismos para incluir a toda la humanidad? ¿Qué pasaría si todos tuviéramos interés en amar por la gran alegría y satisfacción que se sienten al saber quiénes somos realmente como hijos de Dios, el Amor? Esa sería la base para un nuevo contrato social unificador.
El libro de Primera de Juan en la Biblia dice que Dios es Amor. Y Jesús ilustra la naturaleza de Dios como Amor en la parábola del hijo pródigo, en la que un padre compasivo da la bienvenida de regreso a su hijo, quien lo ha tratado muy irrespetuosamente y desperdiciado su herencia antes de admitir su ofensa finalmente. El padre se regocija por el retorno de su hijo, y demuestra que Dios nos ve y ama a cada uno de nosotros; no como un ser humano imperfecto, sino como Su expresión espiritual.
Dado que nuestro origen, nuestro Padre-Madre, es el Amor divino y el Espíritu infinito, somos naturalmente amorosos y espirituales. Esto significa que el lenguaje agresivo que a veces se usa en política, los ataques virulentos y la tendencia a pensar en aquellos a cuyas políticas nos oponemos como enemigos, no solo son profundamente antidemocráticos, sino también profundamente ajenos a nuestra verdadera individualidad.
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