Una noche, después de que mi esposa falleció, mientras yo sentía el vacío, de pronto se me presentó un pensamiento. En una ocasión, una practicista de la Ciencia Cristiana nos había pedido a mi esposa y a mí que consideráramos la sustancia material llamada aire que aceptamos que está siempre presente en todas partes, y nos rodea, pero sin ser vista. Luego nos animó a reconocer qué es lo invisible pero que está realmente siempre presente, y nos circunda a todos. Es el Amor divino, Dios. Entonces, en la oscuridad esa noche, oré para percibir el aire a mi alrededor como un símbolo o metáfora de algo mucho más grande: la omnipresencia infinita y espiritual del Amor, que estaba presente justamente donde yo estaba en ese mismo momento. Fue entonces cuando alcancé una clara comprensión sanadora: “El Amor no se ha ido de este hogar”.
Nuestras vidas pueden parecer lo opuesto a esto. Se pueden recordar acontecimientos trágicos, como días de gran pérdida en hogares de todo el mundo; hogares que han perdido a un esposo, esposa, hijo, hija o cualquier ser querido. Para algunos, su hogar todavía puede sentir la ausencia del afecto familiar, la risa y esa dulce conciencia de la preciosa presencia de otra persona, incluso al estar en diferentes habitaciones, realizando distintas actividades.
La partida de un ser querido puede venir en muchas formas: fallecimiento, divorcio, un nido vacío. Sin embargo, lo que realmente nos conecta a unos con otros, ya sea juntos o separados, es el Amor mismo, el Espíritu divino que es Dios, el Todo-en-todo.
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