Una noche, después de que mi esposa falleció, mientras yo sentía el vacío, de pronto se me presentó un pensamiento. En una ocasión, una practicista de la Ciencia Cristiana nos había pedido a mi esposa y a mí que consideráramos la sustancia material llamada aire que aceptamos que está siempre presente en todas partes, y nos rodea, pero sin ser vista. Luego nos animó a reconocer qué es lo invisible pero que está realmente siempre presente, y nos circunda a todos. Es el Amor divino, Dios. Entonces, en la oscuridad esa noche, oré para percibir el aire a mi alrededor como un símbolo o metáfora de algo mucho más grande: la omnipresencia infinita y espiritual del Amor, que estaba presente justamente donde yo estaba en ese mismo momento. Fue entonces cuando alcancé una clara comprensión sanadora: “El Amor no se ha ido de este hogar”.
Nuestras vidas pueden parecer lo opuesto a esto. Se pueden recordar acontecimientos trágicos, como días de gran pérdida en hogares de todo el mundo; hogares que han perdido a un esposo, esposa, hijo, hija o cualquier ser querido. Para algunos, su hogar todavía puede sentir la ausencia del afecto familiar, la risa y esa dulce conciencia de la preciosa presencia de otra persona, incluso al estar en diferentes habitaciones, realizando distintas actividades.
La partida de un ser querido puede venir en muchas formas: fallecimiento, divorcio, un nido vacío. Sin embargo, lo que realmente nos conecta a unos con otros, ya sea juntos o separados, es el Amor mismo, el Espíritu divino que es Dios, el Todo-en-todo.
Visto bajo esta luz de la totalidad del Amor divino, el preciado amor que se siente a través de la presencia de un individuo es, en realidad, una representación del amor del Amor por nosotros que se refleja en ellos. Y aunque es natural extrañar a una persona, la Biblia nos asegura que “la bondad de Dios [el Amor] perdura continuamente” (Salmos 52:1. KJV).
Las Escrituras también se refieren a los beneficios perdurables del Amor. Al hablar de Dios, el salmista dijo: “En tu presencia abunda la alegría; a tu diestra hay placeres eternos” (Salmos 16:11, Christian Standard Bible). En medio de una pérdida personal, podemos mantenernos firmes en estas promesas de la continuidad de Dios, el bien divino y la alegría incesante de experimentar la presencia del Amor. Lo que ha venido de Dios en una forma de expresión puede encontrar nueva expresión a medida que nuestros corazones se abren al continuo amor del Amor por nosotros y por todos. Debido a que la sustancia del Amor nunca se va, es solo la forma única en la que nos acostumbramos a experimentarlo lo que ya no es visible para nosotros.
Esto también es cierto para aquellos que ya no están en nuestras vidas. El Amor jamás los abandona tampoco, a medida que su individualidad sigue adelante, fuera de nuestra vista, pero nunca fuera de la Vida, Dios.
Varios relatos bíblicos, particularmente los que representan la resurrección de Jesús, muestran que la vida es más que la existencia material agotable que parece ser. Cuando Jesús dijo que el reino de los cielos está dentro de nosotros, estaba describiendo nuestra verdadera morada, la Vida espiritual, que continúa, sin cesar, tanto aquí como en el más allá. Esta es la armonía de la realidad, “del universo invisible y del hombre espiritual”, como lo expresa Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy (pág. 337).
No importa cuán vívida sea la imagen que presenten los sentidos materiales —que a alguien precioso ahora le falta vida— nunca hay realmente un ir y venir entre la Vida y la pérdida. La muerte es la visión material del observador, no el estado real de aquellos que percibimos que han fallecido, porque la Vida es la bondad inmutable del Espíritu. Ciencia y Salud describe el estado continuo de esta existencia de esta manera: “Puesto que la Vida es Dios, la Vida tiene que ser eterna, existente por sí misma. La Vida es el eterno Yo soy, el Ser que era y es y será, a quien nada puede borrar” (págs. 289-290).
No hay una sola mota de vacío en la Vida eternamente existente por sí misma, y una forma de saber que esto es cierto para aquellos que ya no están con nosotros es saber que es cierto para nosotros mismos. Es decir, aceptar, y demostrar gradualmente el constante abrazo divino de Dios que nos envuelve, como se describe en este versículo de un himno conmovedor:
Brazos del eterno Amor
guardan a Su creación.
Dios te da Su protección
y Su apoyo bienhechor. (John R. MacDuff, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 53, adapt. © CSBD)
Este es el Amor que nunca se va de nuestro hogar, nuestros corazones, nuestras vidas. Es nuestro no solo para reconocerlo en silencio, sino también para ceder a él y sentirlo, para comprenderlo y expresarlo, para acudir a él siempre en busca de amor; y amar, como dijo Jesús, con todo nuestro corazón, alma, fuerza y mente (véase Lucas 10:27).
En todo momento, esta conciencia de la Vida que es el Amor es nuestro verdadero hogar, el verdadero hogar universal de todos, incluidos nuestros seres queridos, del que ni ellos ni nosotros nos hemos ido jamás.
Tony Lobl, Redactor Adjunto
