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La exploración espiritual y la curación

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 23 de marzo de 2023


Las preguntas abren la puerta a cosas maravillosas. Por ejemplo, para que la humanidad fuera a la luna, la misión tenía que comenzar con preguntas: ¿Es posible? ¿Cómo podemos hacerlo? Claramente, las respuestas estaban allí y fuimos a la luna. Pero antes de que eso pudiera suceder, los científicos tuvieron que abrir su pensamiento a formas de entender el universo que desafiaban las opiniones personales, las ideas preconcebidas y las limitaciones.

Las ciencias físicas, basadas grandemente en la exploración y el descubrimiento, siempre han dependido de preguntas para investigar nuevos caminos. Lo mismo podría decirse de la Ciencia del Cristianismo, que llegó como un avance espiritual para una mujer del siglo XIX —Mary Baker Eddy— quien había cuestionado durante décadas la naturaleza de la realidad y buscado soluciones para su mala salud. Después de una lesión casi fatal, experimentó una curación sorprendente, lo que dio lugar a más preguntas profundas que ella respondió a lo largo del resto de su vida.   

Aquellos de nosotros dedicados a nuestra propia exploración espiritual podríamos encontrar una guía útil en este enfoque. Hacer el tipo de preguntas espirituales inquisitivas que nos llevan más allá de los límites de lo que percibimos —o creemos saber— puede ser una herramienta poderosa para avanzar en nuestro propio crecimiento hacia el Espíritu, así como para experimentar curación.

Hay amplia evidencia bíblica de que se efectuaban preguntas como preludio a la curación. Cristo Jesús a menudo las hacía antes de llevar a cabo sus poderosas obras. Por ejemplo: “¿Quieres ser sano?” “Hijitos, ¿tenéis algo de comer?” “¿Ninguno te condenó?” Estas preguntas exigían que el oyente desafiara sus conceptos limitados acerca de su propia identidad, acerca de Dios e incluso de la realidad.

Con cada pregunta, se ponían a prueba las expectativas. Era como si Jesús hiciera entender con claridad el punto de que se requería algún cambio en la consciencia para que se produjera la curación. Sus preguntas impulsaron a sus oyentes a ver más allá de lo que consideraban la realidad, y a través del Cristo, la actividad iluminadora de la Verdad, sus conceptos fueron transformados. La curación fue el resultado.

Pero no todos en el círculo íntimo de Jesús comprendieron de inmediato qué tipo de preguntas eran eficaces y cuáles no. Por ejemplo, una vez, cuando Jesús y sus discípulos se encontraron con un hombre ciego, los discípulos le preguntaron el porqué de la ceguera, tratando de discernir la fuente de la dolencia: “Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2). En respuesta, Jesús les dijo que nadie había pecado. Luego sanó al hombre, y demostró esencialmente que las preguntas sobre la naturaleza del mal no nos hacen avanzar, mientras que las preguntas acerca de la realidad —la naturaleza de Dios— sí lo hacen. Su curación ilustró que no tiene sentido tratar de investigar algo que en última instancia no es real.

Plantear preguntas es una gran manera de permitir que Dios, la Mente divina, se nos revele. Al estudiar la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, puede ser útil hacer preguntas al orar sobre los puntos que nos gustaría aclarar. La investigación en términos de comentarios, diccionarios y varias traducciones de la Biblia también puede ayudar. 

Para mí, un ingrediente esencial de la oración es plantear preguntas. Con frecuencia le pregunto a Dios: “¿Qué necesito saber?” O, “¿Por qué necesito orar?”. Dios, la inteligencia infinita, ya es consciente de cada idea. Pero las preguntas ayudan a abrir nuestro pensamiento a esta inteligencia divina, y mediante la actividad del Cristo omnipresente, las respuestas nos vienen a todos.

En una ocasión, una amiga me dijo que hacía tres días que no podía retener la comida, y me preguntó si podía orar con ella. Acepté con alegría, y mi oración fue: “Dios, ¿qué necesito saber?”. 

Me vino claramente la idea de orar sobre el resentimiento. “No”, pensé, “eso no puede ser correcto”. Así que volví a preguntar: “Por favor, Dios mío. ¿Qué debo saber?”. La respuesta fue la misma. Pregunté una vez más. Lo mismo. Finalmente, recibí el mensaje y oré por el Amor. Sabía que debido a que Dios, el Amor, llena todo el espacio, no podía haber nada más que Amor. 

Varias horas después vi a mi amiga y le pregunté cómo se sentía. ¡Me dijo que estaba bien y que había almorzado una hamburguesa, papas fritas y un batido! Pero dijo que lo mejor era que ella y su esposo se habían reconciliado después de tres días de no hablarse debido a una gran pelea. Yo no tenía idea de que habían estado enojados. Pero plantear la pregunta —y realmente escuchar la respuesta— reveló lo que verdaderamente necesitaba tratarse.

A lo largo de la historia, los mayores descubrimientos y avances científicos se han producido a medida que los científicos y exploradores se han atrevido a imaginar la vida más allá de lo que el ojo puede ver. De la misma manera, a medida que participamos en la exploración espiritual, nosotros también debemos ir más allá de las apariencias superficiales para ver más de la realidad. “¿Dónde ha de fijarse la mirada”, preguntó la Sra. Eddy, “sino en el reino inescrutable de la Mente?” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 264). 

Las preguntas nos dan acceso a este reino de la Mente infinita, donde podemos explorar la asombrosa profundidad y amplitud de Dios. En este reino, que es el único universo real, encontramos que nuestras educadas creencias —aunque en última instancia defectuosas— acerca de la vida son corregidas o anuladas. Descubrimos que el Espíritu es verdaderamente la única sustancia: nuestra única sustancia; que el Amor cuida de nosotros y nos provee de todo lo que necesitamos. Nuestra visión se expande naturalmente para mirar hacia afuera desde la Mente, y el resultado, incluso cuando no lo estamos buscando específicamente, es el ajuste en nuestras vidas que llamamos curación.

Sigamos haciendo las preguntas correctas y escuchando las gloriosas respuestas de Dios. 

Deborah Huebsch 
Escritora de Editorial Invitada 

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