Este fue un saludo vital para los primeros cristianos. Vital con el mismo significado de “esencial”, pero también vivaz, estimulante, inspirador. La respuesta esperada al saludo era: “¡Ciertamente ha resucitado!”. Esto celebraba el hecho que cambió la historia de que el inspirado maestro y sanador Jesucristo —quien había sido tan injustamente crucificado— se levantó vivo tal como lo había prometido.
A su manera, sus primeros seguidores también se habían levantado. Su comprensión de lo que les había enseñado fue elevada debido al resultado del supremo sacrificio del Maestro, lo cual les demostró a ellos —y mediante su testimonio posterior del hecho, a todos— la plenitud de la Filiación divina que había sido designado para ejemplificar. A través de su amor ilimitado por el Padre, Dios, se sometió voluntariamente a la muerte y obtuvo la victoria sobre ella. Él demostró que la vida no es la existencia mortal que parece ser, sino la experiencia y expresión eterna de la Vida inmortal, Dios.
La resurrección de Jesús despertó a sus discípulos a la continuidad ininterrumpida de esta Vida divina, y a esforzarse en comprender que lo que él hizo y demostró puede despertarnos a nosotros hoy. Pero él no estaba simplemente ilustrando una eternidad e inmortalidad que nos esperan después de la muerte. Vencer la muerte fue su evidencia más elevada del Cristo, la idea espiritual de la perfección de Dios y la creación de Dios, la cual él probó a lo largo de su ministerio sanador. Cada vez que sanaba una enfermedad física o mental, o apartaba del pecado a alguien sumido en el pecado, Jesús mostraba que la inmortalidad estaba allí mismo donde la enfermedad y el pecado parecían estar.
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