Este fue un saludo vital para los primeros cristianos. Vital con el mismo significado de “esencial”, pero también vivaz, estimulante, inspirador. La respuesta esperada al saludo era: “¡Ciertamente ha resucitado!”. Esto celebraba el hecho que cambió la historia de que el inspirado maestro y sanador Jesucristo —quien había sido tan injustamente crucificado— se levantó vivo tal como lo había prometido.
A su manera, sus primeros seguidores también se habían levantado. Su comprensión de lo que les había enseñado fue elevada debido al resultado del supremo sacrificio del Maestro, lo cual les demostró a ellos —y mediante su testimonio posterior del hecho, a todos— la plenitud de la Filiación divina que había sido designado para ejemplificar. A través de su amor ilimitado por el Padre, Dios, se sometió voluntariamente a la muerte y obtuvo la victoria sobre ella. Él demostró que la vida no es la existencia mortal que parece ser, sino la experiencia y expresión eterna de la Vida inmortal, Dios.
La resurrección de Jesús despertó a sus discípulos a la continuidad ininterrumpida de esta Vida divina, y a esforzarse en comprender que lo que él hizo y demostró puede despertarnos a nosotros hoy. Pero él no estaba simplemente ilustrando una eternidad e inmortalidad que nos esperan después de la muerte. Vencer la muerte fue su evidencia más elevada del Cristo, la idea espiritual de la perfección de Dios y la creación de Dios, la cual él probó a lo largo de su ministerio sanador. Cada vez que sanaba una enfermedad física o mental, o apartaba del pecado a alguien sumido en el pecado, Jesús mostraba que la inmortalidad estaba allí mismo donde la enfermedad y el pecado parecían estar.
Podemos seguir sus pasos y alcanzar este reconocimiento. A medida que nos esforzamos por comprender mejor a Dios, el Cristo eleva nuestro sentido de cómo Dios realmente nos crea. Si bien esta verdad de lo que somos nos llena ciertamente de alegría, también nos hace tomar conciencia de en dónde no estamos a la altura de esa verdadera individualidad. A medida que somos honestos con nosotros mismos acerca de la necesidad de cambiar y ansiamos lograrlo, el deseo de crecer en nuestra comprensión y expresión de la identidad que Dios nos ha otorgado nos da el poder de abandonar esos rasgos falsos de carácter. Al hacerlo, la evidencia de que somos hijos de Dios, armoniosos y puros, emerge de manera práctica.
Después de su victoria sobre la muerte, Jesús fue aún más a fondo en su demostración de cómo liberarse de las limitaciones del materialismo. La Biblia describe la experiencia de esta manera: “fue llevado arriba al cielo” (Lucas 24:51). Esto no significó un cambio de lugar, sino de pensamiento. Fue su ascenso final por encima de cualquier conocimiento restante de haber estado atado por la materia. Como resultado de este pensamiento ascendente, aquellos que estaban con él, todavía sumidos hasta cierto grado en la concepción corpórea de la existencia, ya no pudieron verlo ni escucharlo. Esto les mostró cuán “alto” podemos llegar; es decir, cuán lejos finalmente nos elevaremos cada uno de nosotros por encima de la percepción errónea de que somos mortales y materiales hacia el reconocimiento de que somos inmortales y espirituales.
Así es como uno de los primeros seguidores de Jesús expresó lo que sucedió: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad” (Efesios 4: 8). Estas palabras apuntan a la continua relevancia de la demostración absoluta de Jesús de elevarse por completo más allá de la falsa creencia de que somos materiales. Si bien este paso final de la salvación individual no se repite súbitamente, ejemplifica nuestra capacidad diaria para dar pasos en esta dirección. Al rendirnos al Cristo, logramos lo que humanamente parece fuera de nuestro alcance. Contemplar la verdadera idea espiritual de lo que somos nos permite elevarnos por encima de pensamientos aparentemente cautivos del espectro de que nosotros mismos o los demás estamos en deuda con la materia, y corregirlos.
En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras y sus otros escritos, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, nos muestra cómo esta elevación del pensamiento trae libertad. Ella cita la frase “Ha resucitado”, y también la expande más allá del suceso crucial de la crucifixión para referirse a la elevación del pensamiento que todos podemos reproducir. Al referirse a lo que Jesús logró, como se explica en la Ciencia Cristiana, ella dijo: “En la nueva religión la enseñanza es ésta: ‘Él no está aquí; la Verdad no está en la materia; él ha resucitado; la Verdad ha llegado a ser más para nosotros —más verdadera, más espiritual’. La autora entonces pregunta: “¿Hemos abandonado la consciencia de la enfermedad y del pecado por la de la salud y la santidad?” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 179).
Es una promesa tan alegre saber que podemos emerger de la consciencia de la enfermedad y el pecado al descubrir nuestra verdadera forma de pensar espiritual, nuestra inherente semejanza al Cristo. Al anhelar comprender y encarnar al Cristo, la conciencia de que la salud y la armonía son la realidad de todos, comprendemos que por ser hijos de Dios nunca estamos cautivos de ninguna creencia en la existencia basada en la materia. Por muy arraigada que parezca estar la convicción de ser materiales en nosotros mismos o en los demás, el Cristo nos da la posibilidad de elevarnos por encima de ese sentido equivocado de identidad, y nos permite percibir la plenitud del Espíritu y demostrar nuestra identidad como descendencia armoniosa y saludable del Espíritu.
Elevarse para aceptar y abrazar esta verdadera visión de Dios y lo que Dios crea trae solución y curación a todos los aspectos de nuestra vida. Como promete Ciencia y Salud: “Podemos elevarnos, y finalmente nos elevaremos, a tal punto que aprovecharemos en toda dirección la supremacía de la Verdad sobre el error, de la Vida sobre la muerte y del bien sobre el mal, y este crecimiento continuará hasta que lleguemos a la plenitud de la idea de Dios, y ya no temamos enfermar y morir” (pág. 406).
Con cada paso de progreso espiritual y curación, nuestro pensamiento se eleva por encima de la tensión mental que exalta erróneamente la materia como realidad. En cambio, al exaltar al Espíritu, a Dios, como Todo, podemos decir hoy: “¡Ciertamente ha resucitado!”. Eso no es debido solo a que nuestro Mostrador del camino, Cristo Jesús, lo demostró de un modo maravilloso y perdurablemente relevante. También se debe a que nosotros mismos seguimos en el Camino. Con cada paso fiel, el Cristo se eleva nuevamente a la vista humana mediante nuestra comprensión y prueba de la Verdad que el ministerio sanador, resurrección y ascensión de Jesús nos han mostrado.
Tony Lobl
Redactor Adjunto