¿Sería mi vida la misma si nunca hubiera ido a la Escuela Dominical? No, francamente, no lo sería. De hecho, la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana fue, en muchos sentidos, una experiencia que cambió totalmente mi vida.
Había pasado todo el verano de mi tercer año del bachillerato aprendiendo todo lo que pude sobre Canadá y Estados Unidos en asuntos mundiales. Este era un tema que se le daba a cada estudiante de tercer año del bachillerato en mi estado natal de Kansas, con la oportunidad de ser seleccionado para representar a Kansas en una visita a Canadá para reunirse con altos funcionarios. Me tomé muy en serio el encargo y me convertí en uno de los tres candidatos finales.
Nuestros últimos discursos tuvieron lugar un lunes. Para el domingo, yo era un caso perdido. Nunca antes había dado un discurso; mientras que los otros candidatos eran todos experimentados oradores; y los jueces eran los líderes de nuestro estado.
Como siempre, fui a la Escuela Dominical. Mi maestra vio mi angustia y me preguntó qué me pasaba. Cuando le conté que temía ser un fracaso total, me entregó un ejemplar del Himnario de la Ciencia Cristiana y me pidió que leyera el Himno 354. No recordaba haber leído ese himno antes, pero desde ese día supe que nunca lo olvidaría:
Es el Espíritu
quien guía nuestro andar,
y si el trabajo nuestro es,
la fuerza es de Dios.
Su gracia fuerza da,
sostén en la labor;
divino premio alcanzaréis
en dulce amanecer.
Divina voluntad,
impulsas mi obrar;
de Dios, la gloria y el poder,
que alientan mi labor.
(Benjamin Beddome, Adaptación)
Ese himno cambió todo para mí. Sabía —sin lugar a dudas— que Dios era la fuente de todo lo que estaba haciendo. Dios era la causa, yo era el efecto. Cada talento que expresaba, cada idea que necesitaba venía de Él, no de mí. Fue un cambio total en la forma en que veía mi identidad y mis dones.
¡Gané! Regresé de Canadá con una historia que contar: la historia de dos grandes países con una frontera abierta entre ellos. Después de eso, di discursos sobre nuestras mutuas alianzas, luego recibí una beca de oratoria para la universidad y una beca para la escuela de posgrado. A todo eso le siguió toda una vida de hablar con el público, con alegría y sin miedo.
Eso es abreviar la historia, pero digamos que la Escuela Dominical fue una experiencia que me cambió la vida. Me ayudó a descubrir quién soy yo realmente —mi identidad espiritual— y la libertad que viene al vivir desde esa base.
