La práctica de la Ciencia Cristiana incluye la negación de que pueda haber realidad en el pecado, la enfermedad y la muerte a través de la comprensión de que la verdadera idea de Dios es la Mente infinita y perfecta, y el hombre es Su expresión pura, saludable y armoniosa. En este trabajo sanador, a menudo se descubre y destruye alguna fase particular de la habitual forma errónea de pensar del paciente, y así se facilita la curación.
A veces, sin embargo, los estudiantes han enfatizado demasiado la necesidad de descubrir algún error específico para lograr una curación, y han prestado más atención al descubrimiento del error que a la comprensión de la verdad espiritual de la totalidad de Dios y la unidad del hombre con Él, cuyo discernimiento confiere el poder sanador de la Verdad. Se sabe que los trabajadores bien intencionados ahondan profundamente con la pala de la curiosidad, o se entrometen con el cincel de la sospecha, en el pasado de un paciente. Tal actitud a menudo desanima o asusta al paciente, y resulta inútil para edificar su fe y confianza en Dios y en Su Cristo salvador, que es el verdadero propósito de la práctica de la Ciencia Cristiana.
El modo científico de ninguna forma consiste en ser indiferente al descubrimiento del error, sino dejar que este venga de la manera en que la Verdad lo ordene, y no a través de una inquisición personal acompañada, tal vez, de una condena personal. Es correcto y necesario que un individuo reconozca sus errores y los corrija. Sin embargo, señalar algún error en particular en su experiencia y sacar la conclusión de que es, con certeza, aquel a partir del cual han evolucionado los problemas posteriores es un grave error. Dicho razonamiento humano a menudo nos lleva lamentablemente por el camino equivocado.
¡Qué presuntuoso sería suponer que debido a que un paciente apostó en las carreras, o perdió los estribos, en 1930, estos errores resultaron en que tuviera reumatismo en 1940! Si sus negligencias hubieran sido más recientes y más graves, seguiría siendo un error por mero razonamiento humano vincularlas sin reservas con alguna dificultad física actual.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, define el único camino correcto de la siguiente manera: “Deja que la Verdad descubra y destruya el error a la propia manera de Dios, y deja que la justicia humana imite la divina” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 542). Se debe confiar en la verdad y en sus fuerzas del todo activas que exponen el error, y esperar que descubran y destruyan el error de la manera que Dios disponga —a la manera de la sabiduría— no a la manera a menudo imprudente de la mente humana.
La curación es la obra que Dios hace, y la Mente omnisciente impulsa cada paso para contribuir a su logro. El Científico Cristiano necesita recordar este hecho con frecuencia. Su trabajo es comprender, mediante el sentido espiritual, lo que Dios es y está haciendo, así como la unidad espiritual inherente al hombre con el Todo-en-todo. La comprensión de estos hechos básicos opera como una ley para liberar al paciente, y para sacar a la luz y destruir toda fase del error; ya sea miedo, odio, obstinación o pecado, que pueda pretender ser una obstrucción para la curación.
El error básico es siempre la mente mortal, y el Científico Cristiano debe invariablemente atacar este error sabiendo que, puesto que Dios es la única Mente infinita e inmortal, no puede haber mente mortal. Su aparente presencia es una negación, una ficción. Es de suma importancia ver que cada efecto del error básico —ya sea pecado, enfermedad, guerra, muerte o un sentido material de la creación poblado de mortales de mentalidad material— es tan erróneo como el error básico mismo. Ningún efecto de una causa falsa puede elevarse por encima del nivel bajo y carente de verdad de su causa. A menudo, cuando nos enfrentamos al argumento de la mente mortal sobre la organización, la multiplicación, la extensión y las mentalidades mortales agresivas, se pierde de vista este importante hecho que reduce el mal. Si dejamos de ver suficientemente el error básico —la mente mortal— con la verdad espiritual, es posible manejar la causa remota e inmediata de la condición equivocada.
Por cada mirada que echemos al error, haremos bien en recurrir más tiempo y con mucha más frecuencia al Cristo viviente. La Sra. Eddy vio, y deseaba que nosotros viéramos, que no es profundizando en el fango de las creencias materiales que encontramos y demostramos el poder sanador de la Verdad, sino mirando hacia el poder redentor del Amor eterno y la unidad del hombre con él, comprendiendo que este rebatirá y derrocará con una sabiduría y exhaustividad que ninguna cantidad de mero esfuerzo humano puede lograr.
Los Evangelios dicen de Cristo Jesús que “él conocía sus pensamientos”; y la Sra. Eddy escribe en la página 95 de Ciencia y Salud: “Nos acercamos a Dios, o la Vida, en proporción a nuestra espiritualidad, nuestra fidelidad a la Verdad y al Amor; y en esa misma proporción conocemos toda necesidad humana y somos capaces de discernir el pensamiento de los enfermos y los pecadores con el propósito de sanarlos”. Más adelante dice: “Esta manera de leer la mente no es clarividencia, pero es importante para el éxito en la curación, y es una de las características especiales de la misma”. Aquí hay algo para que todo Científico Cristiano reflexione bien.
En proporción a nuestra espiritualidad somos capaces de descubrir los pensamientos de los enfermos y pecadores con el propósito de no ver todo lo que es falso, y así sanarlos. No es mediante la curiosidad de la mente mortal —aunque esté revestida de sinceridad humana—, no es al hurgar en el cubo de basura de la experiencia material, no es al husmear en pasados olvidados, sino simplemente al crecer en espiritualidad, y el discernimiento espiritual que coincide con ella, que podemos ver los errores que quizá sea necesario manejar a fin de lograr la curación.
Cada uno de nosotros está dotado por Dios con la capacidad de conocer los pensamientos de aquellos que buscan nuestro apoyo con el propósito de ayudarlos. Esta capacidad nos permite reclamarla diariamente como nuestra, como una facultad esencial de nuestra verdadera individualidad, que no puede ser oscurecida, embotada o robada.
Muchos casos han sanado rápidamente, aunque no se haya manejado ningún error habitual. Otros casos pueden ser sanados mediante algún hallazgo en el pensamiento del paciente y su renuncia al error sin tal vez haberlo hablado con el practicista. Reitero, las curaciones a menudo se producen cuando el practicista se da cuenta de algún error obstructivo y lo revierte, sin la necesidad aparente de conversarlo con el paciente.
El capítulo de ochenta páginas sobre “La práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud es el capítulo más largo de este volumen. Su lectura frecuente y aplicada revelará al individuo el método correcto de la práctica científica como ninguna otra cosa puede hacerlo. Muestra la mejor manera de lidiar con tipos particulares de enfermedad y enfatiza que la necesidad esencial de una curación rápida es la espiritualidad genuina, expresada en la Mente de Cristo.
El hecho de que esto nunca debe perderse de vista lo declara sencillamente la Sra. Eddy de la siguiente manera (ibid., pág. 365): “Si el Científico Cristiano llega a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora será efectuada en una sola visita, y la enfermedad se desvanecerá en su nada nativa, como el rocío ante el sol de la mañana”.
Paul Stark Seeley
