La práctica de la Ciencia Cristiana incluye la negación de que pueda haber realidad en el pecado, la enfermedad y la muerte a través de la comprensión de que la verdadera idea de Dios es la Mente infinita y perfecta, y el hombre es Su expresión pura, saludable y armoniosa. En este trabajo sanador, a menudo se descubre y destruye alguna fase particular de la habitual forma errónea de pensar del paciente, y así se facilita la curación.
A veces, sin embargo, los estudiantes han enfatizado demasiado la necesidad de descubrir algún error específico para lograr una curación, y han prestado más atención al descubrimiento del error que a la comprensión de la verdad espiritual de la totalidad de Dios y la unidad del hombre con Él, cuyo discernimiento confiere el poder sanador de la Verdad. Se sabe que los trabajadores bien intencionados ahondan profundamente con la pala de la curiosidad, o se entrometen con el cincel de la sospecha, en el pasado de un paciente. Tal actitud a menudo desanima o asusta al paciente, y resulta inútil para edificar su fe y confianza en Dios y en Su Cristo salvador, que es el verdadero propósito de la práctica de la Ciencia Cristiana.
El modo científico de ninguna forma consiste en ser indiferente al descubrimiento del error, sino dejar que este venga de la manera en que la Verdad lo ordene, y no a través de una inquisición personal acompañada, tal vez, de una condena personal. Es correcto y necesario que un individuo reconozca sus errores y los corrija. Sin embargo, señalar algún error en particular en su experiencia y sacar la conclusión de que es, con certeza, aquel a partir del cual han evolucionado los problemas posteriores es un grave error. Dicho razonamiento humano a menudo nos lleva lamentablemente por el camino equivocado.
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