En Nochebuena, suelo asistir a un servicio de Navidad a medianoche en una catedral en el oeste de Inglaterra. Al entrar, a todos los miembros de la congregación se les da una vela y un candelabro. Durante el servicio, todas las demás luces se atenúan y el resplandor de cientos de velas ilumina la oscuridad. A continuación, hay un período de oración y reflexión silenciosas antes de que el servicio continúe.
La temporada navideña celebra el nacimiento y la vida de Cristo Jesús, quien, como se afirma en los Evangelios, trajo luz espiritual y curación a multitudes durante su ministerio de tres años. El Cristo, la naturaleza espiritual y eterna de Jesús, está siempre activo y presente, e ilumina continuamente la consciencia humana con su inspirador mensaje. En el Nuevo Testamento, el autor de la epístola a los Hebreos escribe: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8). El poder redentor y la eficacia del Cristo son ilimitados e inmutables.
El Evangelio de Marcos registra que Jesús entró una vez en la casa de dos de sus discípulos, Simón y Andrés, cuando la suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Jesús la tomó de la mano y la levantó; ella fue sanada de inmediato (véase 1:29-31). Jesús percibió la verdadera identidad de las personas con las que se encontró como el reflejo de Dios, íntegro y completamente libre de enfermedad, y la luz de esta comprensión espiritual trajo curación.
El Cristo nos revela la unidad inquebrantable del hombre con Dios, la Vida divina, y nos permite demostrar esta unidad en nuestras propias vidas. En el Evangelio de Juan, Jesús declara: “Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (12:46).
Los discípulos de Jesús siguieron las enseñanzas de su Maestro y continuaron su obra de curación, como lo afirma el libro de los Hechos. Comprendieron y demostraron el poder del Cristo, el mensaje divino de Dios, para sanar y transformar las vidas humanas. En su práctica sanadora, los discípulos vieron una y otra vez, como Jesús reveló tan plenamente, que el verdadero ser del hombre es completamente íntegro y espiritual; por lo tanto, armonioso y saludable.
Nuestra propia receptividad a la luz del Cristo conduce hoy al progreso moral y espiritual. El Sermón del Monte, que se encuentra en el Evangelio de Mateo, presenta las enseñanzas fundamentales de Jesús. A medida que nos esforzamos por vivir en obediencia a estas enseñanzas, somos capaces de apreciar —y expresar activamente— las cualidades propias del Cristo inherentes a nosotros, como el perdón, la pureza, la amabilidad y la humildad, que abren la puerta a la verdad que sana.
Si estamos separados de nuestra familia o amigos, la luz del Cristo puede consolarnos y asegurarnos el amor de Dios por nosotros y por todos. El Cristo puede hacernos tomar conciencia del valor moral y la claridad cuando enfrentamos decisiones difíciles que ponen a prueba nuestro temple. Si una creencia de enfermedad o dolencia parece asaltarnos, el Cristo puede revelar que nuestra verdadera identidad como expresión de la Vida divina está sana e intacta.
En un artículo publicado por primera vez en un periódico de Nueva York, Mary Baker Eddy, fundadora del Monitor, escribe: “La Navidad respeta demasiado al Cristo para sumergirse en medios y fines meramente temporarios. Representa al Alma eterna que ilumina, que se reconoce sólo en armonía, en la belleza y la munificencia de la Vida imperecedera, en la verdad que es Vida, la Vida que sana y salva a la humanidad” Alma es otro nombre para Dios (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, págs. 259-260).
Una Navidad, tuve que retirarme de las actividades familiares debido a una intoxicación alimentaria. En una habitación silenciosa, oré para saber que el Cristo está presente y activo, y que revela salud y armonía a todos. Afirmé que mi conexión con Dios, la Vida y el Amor divinos, es indestructible y está intacta. Por ser la manifestación de la Vida divina, el hombre expresa libertad y dominio, y cada uno de nosotros es esa idea espiritual, el hombre, a quien Dios crea. Pronto pude reunirme con mi familia, repuesto y sano. Por medio de esta rápida curación, obtuve una comprensión y apreciación más profundas del Cristo y de cómo opera en nuestras vidas al mostrarnos nuestra integridad.
La luz y la majestuosidad del Cristo nos acompañan a lo largo de esta temporada navideña y más allá. El Cristo eterno trae consuelo, fortaleza espiritual y alegría a todos. Al igual que aquellos que sostienen velas encendidas en una catedral a oscuras, cada uno de nosotros tiene la capacidad de experimentar y compartir la luz del Cristo esta Navidad.
Publicado originalmente en la columna Christian Science Perspective de The Christian Science Monitor.
