Cuando parece que tu barco se está hundiendo, hay esperanza. Cuando parece que no puedes ser sanado de un problema físico o mental, hay esperanza. Hay más esperanza de la que te puedas imaginar; y lo que es más, está la Verdad espiritual, disponible y lista para darte la percepción que necesitas a fin de ayudarte a revelar tu condición como el hermoso y amado hijo de Dios.
En la Ciencia Cristiana, aprendemos que Dios es la Verdad. Es uno de los muchos nombres de Dios. También aprendemos que Él no es solo Padre, sino también Madre para nosotros. El Padre-Madre Dios, la Verdad, está listo. No eres un ser humano alienado que espera redención y curación. No eres temeroso o impotente, ni puedes ser etiquetado como incurable. Eres la idea espiritual de Dios, de la Mente divina, y estás viviendo una vida espiritual. Dios es tu Padre-Madre y te provee de todo lo necesario, está siempre contigo y no conoce absolutamente nada material acerca de ti.
Nuestra identidad está definida por Dios y no se puede encontrar en el ruido de las opiniones humanas, en los diagnósticos médicos, ni siquiera en la empatía y los temores bien intencionados de familiares y amigos. Se encuentra en la comunión con Dios a través del sentido espiritual, definido en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras como “una capacidad consciente y constante de comprender a Dios” (Mary Baker Eddy, pág. 209).
Si comprendes a Dios, entonces te comprendes a ti mismo, porque reflejas a Dios; fuiste hecho a imagen de Dios. Pero ¿cómo obtenemos esa comprensión cuando todo lo que nos rodea grita lo contrario? Trastornos como la ansiedad y la depresión, junto con los tratamientos basados en medicamentos recetados, se han convertido en la norma, especialmente en las culturas occidentales.
Pero ¿y si hubiera otra manera de hacerlo?
Hace unos tres años me sometí a una serie de procedimientos dentales. El asistente dental me administró fuertes dosis de gas óxido nitroso para ayudar a controlar la ansiedad y el dolor. Era normal para mí usar esto, ya que no estaba practicando la Ciencia Cristiana en ese momento. Sin embargo, después de que se completaron los procedimientos, comencé a experimentar trauma mental y físico, insomnio y lo que parecía ser daño neurológico, con progresivos pensamientos suicidas. A pesar de sus mejores esfuerzos, los profesionales médicos no pudieron diagnosticar por qué estaba sucediendo esto. Comenzaron a probar diferentes tipos de medicamentos recetados para controlar los síntomas de lo que veían como un trastorno mental grave. Pero las cosas solamente empeoraron.
Hubo períodos en los que pasé más de una semana sin dormir realmente y comencé a tener convulsiones. Fue entonces que mi familia me instó a comunicarme con un practicista de la Ciencia Cristiana. Había sido criada en esta Ciencia e incluso había tomado instrucción de clase de la Ciencia Cristiana, pero por varias razones me había alejado del estudio regular. Entonces, llamé a un practicista. No pedí un tratamiento espiritual específico, porque tenía miedo de dejar la medicina. Me había vuelto dependiente de los tranquilizantes y sentía que dejarlos desencadenaría una emergencia médica. Así que oré por mi cuenta por un corto tiempo.
Un día, me quedó claro que estaba nadando entre dos aguas. No confiaba en la atención administrada por los profesionales médicos, y no confiaba plenamente en Dios. Recordé que una vez había amado a Dios y quería ser discípula de Jesús. Así que, una noche, mientras estaba acostada en la cama, dije en voz alta, casi en broma: “Dios, si me amas, entonces ayúdame”. En respuesta, de inmediato escuché estas palabras que Jesús dijo a sus discípulos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Me reí a carcajadas porque no estaba haciendo nada remotamente parecido a seguir sus mandamientos. Pero quería hacerlo. Quería sentirme viva nuevamente. Creo que, en el fondo, muchos de nosotros queremos lo mismo. Entonces, ¿por qué esperar? Ahora bien, encontrar y experimentar la verdad de Dios era lo único que me importaba.
Después de aproximadamente una semana, le pedí a otro practicista de la Ciencia Cristiana un tratamiento espiritual específico y estaba dispuesta a seguir cualquier inspiración que recibiera, incluso dejar atrás la dependencia de la medicina. Desde el momento en que hice la llamada a este practicista, recibí la afirmación más compasiva de amor así como un claro mensaje de la verdad, y sentí que estaba exenta del mal. La Sra. Eddy hace esta profunda declaración en Ciencia y Salud, y nunca me canso de ella: “Si el Científico Cristiano llega a su paciente por medio del Amor divino, la obra sanadora será efectuada en una sola visita...” (pág. 365).
Y así fue. Era un amor que nunca antes había sentido. No del tipo que recibirías de una persona, sino la gracia divina: un conocimiento profundo y compasivo de que eres infinitamente amado. Somos dignos de este tipo de amor, y está aquí para nosotros, sin que tengamos que hacer una sola cosa, excepto estar dispuestos y listos para aceptarlo. Dejé de tomar el medicamento. También comencé a perdonar a los profesionales dentales y médicos que sentía que me habían diagnosticado mal y me habían recetado y administrado incorrectamente medicamentos adictivos.
Hasta ese momento, hacía más de un mes que no salía de la casa, pero más tarde ese día, estaba de compras en un invernadero local, comprando plantas para nuestra casa. Los síntomas físicos y la confusión comenzaron a desaparecer. Continué trabajando con el practicista para abordar los síntomas restantes y progresé de manera constante. Desde entonces, me he recuperado por completo y he seguido confiando en la Verdad espiritual para que me guíe a través de esta y todas las situaciones de mi vida.
Dios está listo para bendecirnos porque nos ama. Él me bendijo incluso cuando no sentía que podía ser “bendecida”, y Él te bendecirá a ti. Cuán importante es saber que tenemos el estado de bendición original, no de pecado original. En el Génesis se declara que todos somos buenos: “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (1:31). Él nos ve, nos ama y somos buenos. Fin de la historia. No somos mortales traumatizados, enfermos o adictos, ni somos mortales ansiosos y sufrientes. De hecho, no somos mortales en absoluto. Cada uno de nosotros es una idea espiritual, que vive una vida espiritual.
Somos dignos de este tipo de amor y curación, y ahora somos, y siempre seremos, libres. En palabras del salmista: “El Señor en las alturas es más poderoso que el estruendo de muchas aguas, sí, más que las poderosas olas del mar” (Salmo 93:4, KJV).
El estruendo de muchas aguas no puede ahogar ni dominar la poderosa voz de Dios. Puesto que Dios siempre está hablando, siempre podemos escucharlo y seguirlo.