El amor comienza en el corazón del hombre y trae paz a todos los hombres. Este gentil pensamiento fue una respuesta a mi deseo de centrarme más en Dios, centrarme más en el Amor, al orar por la paz mundial.
Estaba relacionado con una cita que había visto y apreciado a lo largo del tiempo después de leerla en el edificio de las Naciones Unidas, en la ciudad de Nueva York, hace muchos años: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz” (Constitución de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Esto me hizo entender que la guerra comienza y termina en la mente de los hombres. Durante años, esto me había animado a estar alerta para evitar iniciar o participar involuntariamente en una guerra mental agitando opiniones negativas o meramente humanas; juzgar el comportamiento de otra persona; condenar una noticia; o reaccionar negativamente de alguna manera contra otro.
Me parece muy útil esta guía compasiva que se encuentra en el libro de Mary Baker Eddy Escritos Misceláneos 1883-1896: “Debiéramos recordar que el mundo es grande; que existen miles de millones de voluntades, opiniones, ambiciones, gustos, y afectos humanos diferentes; que cada persona tiene una historia, una constitución, una cultura, y un carácter diferente de todos los demás; que la vida humana es el trabajo, el juego, la incesante acción y reacción del uno sobre el otro, de estos distintos átomos. Por tanto, debiéramos entrar en la vida con la mínima esperanza, pero con la mayor paciencia; con un vivo deseo de regocijarnos con todo lo hermoso, grandioso y bueno, y apreciarlo; mas con un estado de ánimo tan genial que la fricción del mundo no afecte nuestra sensibilidad; con una ecuanimidad tan firme que ningún hálito pasajero ni disturbio accidental llegue a agitarla o perturbarla; con una caridad lo bastante amplia que cubra los males de todo el mundo, y lo suficientemente dulce que neutralice lo que en él sea amargo —resueltos a no ofendernos cuando no hubo mala intención, ni aun si la hubiera, a menos que la ofensa sea contra Dios” (pág. 224).
Estas ideas me resultaron útiles después de tener, en una ocasión, una interacción desagradable. Estaba usando un dispositivo con programador, cuando la siguiente persona en la fila para usarlo se paró a mi lado y me preguntó con voz exigente y degradante cuánto tiempo más iba a retener el equipo. Mi respuesta fue igualmente dura, señalando que terminaría cuando el equipo completara su ciclo.
Después de orar sobre esto más tarde, me di cuenta de que necesitaba expresar más paciencia al escuchar a los demás. Necesitaba observar lo bueno en todos y reemplazar la ofensa con el perdón.
Comencé estableciendo mis oraciones con la comprensión de que “Dios es amor” (1 Juan 4:8). Dios, el Amor, me creó a mí y a todos en todo el mundo. Con un corazón anclado en el Amor, sería capaz de bloquear los pensamientos faltos de amor. No podrían entrar, molestarme, interrumpirme o invadirme. Sentí que esta posición espiritual era como un escudo protector, que me mantenía y me preservaba con este pensamiento centrado en el Amor, y tenía un efecto práctico.
Unas semanas después de la dura interacción mencionada anteriormente, estaba en el mismo lugar, y disfrutando de una conversación con un pequeño grupo de personas, cuando aquella persona vino y se sentó a mi lado. Esta vez, el intercambio entre nosotros no tuvo ninguna animosidad. De hecho, nos reímos todos juntos. Me sorprendió que fuera la misma persona que había estado tan impaciente antes. Lo único que podía ver ahora era una persona muy agradable. Sentí como si estuviera mirando a través de una ventana transparente y viera que el malentendido había sido reemplazado por comprensión, conexión e incluso buen humor. La impaciencia por las diferencias había sido reemplazada por la paciencia y el disfrute de puntos de vista nuevos y frescos.
De allí en más, si encuentro que mis palabras son involuntariamente duras, me esfuerzo por reemplazarlas con un tono amoroso. Al ver la paz que esto proporciona, me doy cuenta de que seguir el ejemplo de Cristo Jesús de tener un solo Dios, el Amor, y mantener el amor de Dios en nuestros corazones, trae paz individualmente, y puede hacerlo colectivamente, en todo el mundo.
