"Nuestra Familia perdió todo", era el titular de un diario de Vancouver. Me llamó la atención debido a una experiencia que habíamos tenido hacía algunos años. Estábamos construyendo una casa en un pueblo en las montañas de Colorado. Toda la familia participaba. Había que clavar clavos, poner reboques y pintar. Los chicos, de ocho a diecisiete años, habían trabajado muy duro durante el verano, mientras vivíamos en una pequeña casa rodante.
Entonces una mañana me despertó la sensación de que hacía mucho calor y el olor a humo. Cuando abrí la puerta de la casa rodante, vi que nuestra casa estaba incendiándose. La casa se quemó totalmente, así como el pequeño cuarto que habíamos hecho para guardar la mayoría de nuestros artefactos, muebles ropa.
Mientras trataba de consolar a mi esposo, que estaba llorando, y a los chicos más pequeños, que no podían entender lo que pasaba, yo pensaba que no era posible que esto nos estuviera ocurriendo a nosotros. ¿Qué habíamos hecho para merecer algo así cuando habíamos trabajado tan duro? Vimos cómo desaparecían dieciocho años de posesiones bajo las llamas. Nuestra ansiedad fue en aumento cuando pensamos en las consecuencias. Las clases comenzarían en dos semanas y teníamos cinco hijos a los que debíamos vestir y alimentar. No teníamos donde vivir, y no había lugar disponible para alquilar. Los tres chicos más grandes regresarían del campamento de verano al día siguiente, y todos no podíamos pasar el invierno en la casa rodante.
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