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Qué aprendimos cuando lo perdimos todo

Del número de enero de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"Nuestra Familia perdió todo", era el titular de un diario de Vancouver. Me llamó la atención debido a una experiencia que habíamos tenido hacía algunos años. Estábamos construyendo una casa en un pueblo en las montañas de Colorado. Toda la familia participaba. Había que clavar clavos, poner reboques y pintar. Los chicos, de ocho a diecisiete años, habían trabajado muy duro durante el verano, mientras vivíamos en una pequeña casa rodante.

Entonces una mañana me despertó la sensación de que hacía mucho calor y el olor a humo. Cuando abrí la puerta de la casa rodante, vi que nuestra casa estaba incendiándose. La casa se quemó totalmente, así como el pequeño cuarto que habíamos hecho para guardar la mayoría de nuestros artefactos, muebles ropa.

Mientras trataba de consolar a mi esposo, que estaba llorando, y a los chicos más pequeños, que no podían entender lo que pasaba, yo pensaba que no era posible que esto nos estuviera ocurriendo a nosotros. ¿Qué habíamos hecho para merecer algo así cuando habíamos trabajado tan duro? Vimos cómo desaparecían dieciocho años de posesiones bajo las llamas. Nuestra ansiedad fue en aumento cuando pensamos en las consecuencias. Las clases comenzarían en dos semanas y teníamos cinco hijos a los que debíamos vestir y alimentar. No teníamos donde vivir, y no había lugar disponible para alquilar. Los tres chicos más grandes regresarían del campamento de verano al día siguiente, y todos no podíamos pasar el invierno en la casa rodante.

Siempre me habían gustado las líneas de un poema de Robert Browning, "Dios está en Su cielo — Todo está bien en la tierra". Era un hecho que Dios no había cambiado con el incendio, y nuestra habilidad para reflejarlo seguía intacta. Sin embargo, también oré para saber qué lecciones debíamos aprender.

Poco a poco durante el año que siguió, mediante la oración, reevaluamos completamente la situación y descubrimos no lo que habíamos perdido, sino lo que habíamos ganado. Nuestro primer momento de progreso surgió cuando les contamos a nuestros hijos mayores sobre el incendio. Kelly, que tenía diecisiete años, supo que algo no andaba bien porque no les permitíamos regresar directamente a casa. Cuando les dijimos lo que había ocurrido, ella dijo: "Oh, gracias a Dios. Yo pensé que se estaban por divorciar o que alguien había muerto". Todos nos reímos entre lágrimas mientras nos abrazábamos. Cuando vimos lo agradecidos que estaban los chicos de que nuestra familia estuviera intacta, a pesar del incendio, inmediatamente comprendimos lo agradecidos que debíamos estar. Comprendí que esta difícil experiencia podía ser un toque de clarín para nosotros, para que creciéramos y obtuviéramos un sentido más elevado de hogar y familia.

Durante las semanas siguientes, oré con una idea de la historia de 1 Reyes, donde Elías está tan enojado y temeroso, que se siente tentado a pensar que Dios lo había abandonado. Es guiado a una montaña donde siente el viento, el terremoto y el fuego. Posteriormente llega a comprender que Dios no está en esas fuerzas, sino en "la voz callada y suave". 1 Reyes 19:1–12, Versión Moderna. Pasé mucho tiempo tratando de empaparme de esa "voz callada y suave de Dios, estudiando la Biblia y Ciencia y Salud, el libro de texto de la Christian Science.

Con el tiempo, mi estudio espiritual me trajo mucha libertad. Me saqué un gran peso de encima, y pude ver más claramente las cualidades espirituales de hogar, familia y posesiones, sin el peso de los objetos materiales. Este vigor espiritual me elevó de modo que el diario desafío de tomar decisiones y tratar de cumplir las fechas de vencimiento, en realidad me resultaron fáciles de cumplir. Encontramos una casa para alquilar, y contratamos a alguien quien prometió, a pesar del invierno (en el Hemisferio Norte), que vendría a construirnos otra casa antes de Navidad.

No obstante, estos hechos palidecían ante la luz de lo que estaba ocurriendo en la familia. A medida que pasaban las semanas, todos queríamos demostrar el poder de la Verdad, la atracción del Amor, y un sentido más elevado de Vida. Perder todo lo material, era una oportunidad para encontrar un sentido más elevado de compañía. Enfrentamos cada desafío juntos como una familia.

Había una mayor camaradería entre los chicos mayores; tenían sus diferencias pero se volvieron mejores amigos, y ahora hacían todo lo posible por apoyarse unos a otros. El criticismo propio de los adolescentes, se desvaneció con este nuevo deseo de ayudarse mutuamente. Cada uno de ellos sacrificó su propio tiempo y energía para ayudar al otro a que se ajustara a la nueva escuela y sus alrededores. Cada conversación y comida, eran momentos llenos de alegría para charlar.

Nuestro hijo más chico pareció estar traumatizado por el incendio. Quería dormir cerca de nuestra cama todas las noches y no quería dormir en ningún otro lado. Su temor hasta le impidió querer ir a visitar a sus abuelos. Sin embargo, a medida que oramos juntos, pudo ver que la ilusión del mal no podía tocarle. El temor gradualmente se fue disipando, y a su debido tiempo pudo dormir en su propia cama y hasta pasar la noche con amigos.

Mary Baker Eddy escribe: "El hogar es el lugar más querido en la tierra, y debiera ser el centro, mas no el límite, de los afectos".Ciencia y Salud, pág. 58. Ese centro es una idea espiritual, no una estructura física. A medida que cada miembro de la familia reconoció esta verdad espiritual, la sensación de pérdida fue reemplazada por la certeza de que Dios aún estaba presente y lo podíamos sentir. Ninguna pérdida humana podía borrar este hecho. Nuestro hogar se transformó en un lugar más feliz y sano, de lo que había sido. Y en los siguientes años se transformó en un cielo para otros jóvenes atraídos por nuestra familia por las cualidades que expresaban los niños.

Aunque el seguro pagó por la casa y el reemplazo de algunas necesidades, habíamos perdido muchos tesoros materiales. Cada vez que recordábamos uno, también recordábamos que la idea detrás de él era eterna. Nos daba mucho consuelo saber que las ideas no se pueden quemar ni perder. Nuestra experiencia también nos enseñó a arreglárnosla con menos objetos materiales, y a ser creativos cuando reemplazábamos las cosas necesarias. Esos desafíos se transformaron en aventuras. Estábamos muy agradecidos de que poco a poco los objetos materiales que realmente necesitábamos fueron reemplazados, pero todos nos dimos cuenta de que en realidad no eran muy importantes. El bienestar físico de nuestra familia no dependía de mansiones, muebles finos ni aparadores costosos.

También sentimos mucha gratitud por las expresiones de amor de la comunidad. Los amigos llamaban para alentarnos y traernos comida. Cuando llegó la Navidad en nuestra nueva casa, nos despertamos una mañana y encontramos un árbol de Navidad ya decorado en la puerta.

Los desafíos nos alientan a elevarnos más, a comprender más claramente nuestra relación con Dios y con cada uno, y a apoyarnos más lealmente en El, en lugar de en un persona, lugar o cosa. Podemos sentir el amor que siente por nosotros en cualquier situación.

"Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti".

Isaías 60:1

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