"Ya viene", le dije a una mujer que esperaba conmigo el ascensor. Ella me respondió: "No se preocupe. No me importa tener que esperar. Antes era impaciente, pero ahora agradezco a Dios por cada momento que tengo para orar".
"¿Ora por su salud?", le pregunté. Ella miró a su alrededor, hizo una pausa y contestó: "Bueno, sí". Sin embargo, me pareció que no tenía demasiada confianza en su oración y que estaba buscando un método mejor. Se me ocurrió que era un buen ejemplo de lo que la fundadora de esta revista, Mary Baker Eddy, escribió: "Esta era aspira por el Principio perfecto de las cosas".Escritos Misceláneos, pág. 232.
Incidentes como el que acabo de relatar dejan claro que una de las necesidades más imperiosas de la sociedad en estos primeros años del siglo XXI es aprender a sanar mediante la oración.
Desde hace más de diez años, las librerías están repletas de libros sobre autoayuda y autocuración. Hace poco vi en una biblioteca pública una lista de reposición con los nombres de muchos libros sobre esos temas. Además, hace ya tiempo que se inició un proceso de codificación y registro de los nombres de sanadores espirituales, e instituciones tales como el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos y la Universidad de Duke, entre muchas otras, continúan realizando estudios sobre la eficacia de la curación mediante la oración.
Hoy en día disponemos de mucha información sobre el tema de la curación espiritual. Como tantos otros, yo siempre he confiado mi salud únicamente a Dios y he obtenido innumerables curaciones, exclusivamente mediante la oración. Por ejemplo, una vez, jugando al tenis, la pelota me pegó en un ojo, que se puso negro y quedó sin visión durante una semana. Sané completamente, sólo por medio de la oración. Esto fue comprobado por un riguroso examen oftalmológico, al que tuve que someterme pocos días después, pues el médico que me examinó ni siquiera hizo alusión a la herida. Esto sucedió hace casi cincuenta años y no he vuelto a tener problemas con ese ojo.
El mundo tiene cada vez más interés en saber cómo se producen estas curaciones.
No es cuestión de suerte, autohipnosis, uso de la imaginación, o alguna fórmula secreta, sino un proceso espiritualmente científico y natural, mediante el cual Dios, el Amor divino, abraza a la humanidad tan completa y tiernamente que el pensamiento humano se transforma y el cuerpo se normaliza. La curación espiritual puede ser tan suave y sencilla que hasta los niños pueden aprender a practicarla, y tan exigente que puede dejar perplejos a los adultos.
Una de las razones para esa perplejidad es que no siempre resulta sencillo expresar humildad, cualidad tan esencial para la curación espiritual como el agua lo es para las rosas. La oración sanadora a menudo exige un cambio radical en nuestra percepción de la realidad, y a menudo tendemos a resistir ese cambio. El más grande sanador de todos los tiempos, Cristo Jesús, dijo: "...el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él" Marcos 10:15. y "Arrepentíos", Mateo 3:2. es decir, cambiad vuestra manera de pensar.
Mucha gente está de acuerdo en que la oración es una forma de pensamiento que implica la consideración de ideas expresadas en forma de peticiones, gratitud, afirmación, razonamiento. La humildad en la oración es la disposición para admitir que las verdades espirituales son tremendamente valiosas. Tres de esas verdades son: que Dios es totalmente bueno, que cada uno de nosotros es Su semejanza, y que, en consecuencia, toda forma de mal, incluso la enfermedad, no tiene realidad.
Para el pensamiento acostumbrado a aceptar el sentido mundano de las cosas, estas ideas pueden resultar tan extrañas como lo era la posibilidad de caminar en la luna hace un siglo. No obstante, el mundo aspira a alcanzar algo mejor, más elevado.
Quizás sea esto lo que sintió la mujer que esperaba el ascensor. Si es así, cuenta con mi sincera compasión. Cuando por primera vez consideré seriamente las ideas que mencioné anteriormente, sentí la resistencia mundana de la lógica tradicional, sugiriéndome que yo conocía la realidad mejor que Dios. Pero gradualmente, al esforzarme por comprender cada vez mejor esas ideas, me resultó más natural, y aun fascinante, inclinarme ante Dios, la Mente divina, y realmente comprender que vivo rodeado de Su verdad.
Esta clase de oración se ha transformado para mí en una expresión de Amor divino que se relaciona con el afecto humano y lo trasciende. Es amar las cosas al verlas en la forma en que Dios las ve. Es el Cristo, o la Verdad divina, palpitando en el pensamiento humano. Es despertar para ver todas las cosas y a todas las personas como parte de un universo cuya existencia antes no percibíamos. Es fortalecerse y sentirse fascinado por este nuevo conocimiento, muy superior a las enseñanzas tradicionales, de que esta realidad espiritual abarca incluso aquellos lugares que solíamos pensar que estaban ocupados por objetos materiales. Donde antes veíamos mortales sufrientes, ahora despertamos para ver a los hijos e hijas perfectos de Dios.
Entonces se producen curaciones. Sanadores y pacientes nos informan que la salud reemplaza a la enfermedad, el valor al temor. Esto no ocurre mediante el ejercicio de la voluntad o la persuasión personal, sino mediante el poder del Cristo, que eleva nuestra conciencia por encima de las creencias tradicionales, hacia el antiguo y nuevo reino de la totalidad de Dios. De esta manera, elevamos el pensamiento, al igual que lo hace un ascensor, para obtener una perspectiva más elevada de todas las cosas.
El libro que me ha explicado más claramente estas verdades básicas, que trascienden la física y nos permiten poner en práctica el don precioso de la curación, es Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. La mayoría de quienes lo han leído, reconocen su valor y lo recomiendan a otros. Este libro contiene la siguiente declaración: "Las categorías de la metafísica descansan sobre una sola base, la Mente divina. La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos de los sentidos por las ideas del Alma.
"Esas ideas le son perfectamente reales y tangibles a la conciencia espiritual, y tienen esta ventaja sobre los objetos y pensamientos del sentido material — son buenas y eternas".Ciencia y Salud, pág. 269.
En otra ocasión, también en un ascensor, al salir un hombre me dijo: "Que tenga un buen día". Yo le respondí: "Se lo dedico al Señor". El hombre se dio vuelta, sonriendo, estiró el brazo para impedir que las puertas del ascensor se cerraran y levantando su dedo índice, se dirigió a todos sus ocupantes, diciendo: "¡Eso es! ¡Eso es lo importante!" Todavía sonriente, retiró el brazo y nos saludó con afecto.
Las puertas del ascensor se cerraron y aquel pequeño cubículo, lleno de perfectos extraños, ascendió. Sin embargo, yo sentí que había una nueva unidad entre nosotros. Ese hombre nos había recordado que mediante el amor de Dios podemos encontrar aquello a lo que cada uno de nosotros aspira a su manera. La curación se produce al comprender nuestra relación con Él/Ella. Veo a toda la humanidad incluida en ese ascensor.