En los sitios de Internet y mensajes online abunda la gente que se niega por desconfianza a creer que está bien de salud, aunque el médico se lo haya dicho. Por ejemplo, Jimmy confesó: “No tengo razón alguna para creer que sufro de una enfermedad en particular, pero contra toda razón y lógica, simplemente creo que la tengo”.
Él sabe lo que es estar ansioso por la salud (se llama hipocondría), pero su diagnóstico médico no lo ha ayudado. Jimmy sigue acosado por ataques de pánico y por la duda de ¿pero qué tal si? Termina sus comentarios diciendo: “No tengo síntomas ni factores de riesgo, pero siento un miedo irracional que no logro controlar”.
Jimmy no es el único, hay millones de personas que se sienten abrumadas por la alarmante información sobre la salud —comerciales y programas que hablan de estar alerta a las señales de peligro y las razones por las cuales están en riesgo— que entran en pánico y piden ayuda a gritos. Aparentemente, hace siglos que la gente ha estado en peligro. ¿Te acuerdas de Job, quien en tiempos bíblicos dijo: “Me ha venido lo que tanto temía”? (3:25, según la versión King James).
Algunos quizás no puedan creer que personas sanas se sientan tan angustiadas y ansiosas por la enfermedad. Pero para aquellos que sienten esa angustia esto es mucho más que mera imaginación. Hay serias preocupaciones que resolver, y serias preguntas que responder. ¿Acaso pueden cambiar esas creencias tan arraigadas? ¿Cómo puede pasar uno de estar preocupado por alguna enfermedad, a aceptar la buena salud y el bienestar?
Estar más fortalecidos espiritualmente ayuda. Todos podemos ser más consecuentes al ejercer nuestra autoridad como porteros encargados de vigilar qué entra en nuestro pensamiento y qué vamos a creer. Por más convincentes o aterradores que puedan parecer los pensamientos, es un hecho que sólo son pensamientos, esto significa que podemos aceptarlos o rechazarlos.
Lo más importante respecto a la ansiedad por la salud, no es que estos pensamientos de temor sean un hecho concreto, sino que no lo son. Hay una gran diferencia entre el sentido normal acerca de nosotros mismos y el sentirnos mesmerizados por el temor y por una sensibilidad anormal del cuerpo y sus posibles síntomas.
Lamentablemente, esos temores son en su mayoría alimentados por anuncios e información sobre la salud, bien empaquetados y agresivamente distribuidos, cargados de pensamientos aterradores, que nos instan cada vez más a que los hagamos parte de nuestra vida.
¿Cómo puede pasar uno de estar preocupado por alguna enfermedad, a aceptar la buena salud y el bienestar?
La sanadora cristiana Mary Baker Eddy percibió el impacto que los medios de comunicación pueden inconscientemente tener en el pensamiento y en la salud del público, aun en la época anterior a los medios sociales y la radiodifusión. Ella escribió lo siguiente: “La prensa sin darse cuenta propaga muchos pesares y enfermedades entre la familia humana. Esto lo hace al dar nombres a las enfermedades y al publicar largas descripciones que reflejan nítidamente imágenes de enfermedad en el pensamiento” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 196–197).
La Sra. Eddy también vio cuál era la respuesta correcta a este problema. No es ser complaciente, sino adoptar una posición firme a favor de la libertad individual. Tenemos el derecho de determinar la calidad y cantidad de pensamientos que ocupan nuestra consciencia, y somos nosotros los que determinamos lo que amamos, en qué nos enfocamos, sobre qué rumiamos, a qué nos sometemos, o categóricamente rechazamos.
En lugar de explorar el Internet para averiguar lo que hay que saber acerca de los síntomas potenciales, el sufrimiento que provocan o las aterradoras especulaciones, y sentirse cautivado por los peligrosos pensamientos de ¿pero qué tal si?, es mucho más inteligente y saludable invertir el curso de esa acción. En este mismo momento, uno puede cambiar los modelos de pensamiento y de comportamiento.
¿Cómo? Existen numerosos estudios e innumerables experiencias personales (como las que están documentadas en las publicaciones de la Ciencia Cristiana) que confirman el efecto saludable de nuestros pensamientos en nosotros mismos, cuando éstos son predominantemente espirituales, expansivos, altruistas y compasivos.
Pienso que esta atmósfera espiritual más llena de amor es lo que tenía en mente el escritor del Nuevo Testamento cuando recomendó a los colosenses poner su atención en algo más elevado: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (3:2).
¡Qué forma más poderosa e inmediata de responder a todo pensamiento que está petrificado de miedo! El amor que proviene de Dios y que es apacible, fortalecedor y seguro, y la realidad espiritual que está presente aquí mismo, son lo opuesto del temor. Jamás estamos separados de este amor de Dios, y nuestro profundo deseo de comprender la presencia de este amor, nos acerca cada vez más a él. Esa es la mejor manera de cambiar el pensamiento.
Queremos cambios en muchos aspectos de nuestra vida, y esto es muy cierto cuando nos sentimos perturbados y ansiosos por la salud. Es bueno saber que podemos cambiar nuestros patrones de pensamiento. Podemos resistir de una manera muy real e inmediata todo pensamiento que promueva el temor, y permitir, en cambio, la entrada a pensamientos que muestren la función tan poderosa que tiene el amor de Dios, para tener una vida completa, saludable y libre de temores.