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Seguridad en el aire

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 17 de junio de 2013

Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 18 de marzo de 2013.


Terminé de conversar con un colega piloto en la sala de la tripulación, y cuando me di vuelta para salir por la puerta, se despidió con un “¡Que te vaya bien! ¡Buen vuelo!” A los pilotos comerciales les parece más natural decir esto que decir “hasta pronto”, “cuídate”. En realidad refleja la prioridad más grande que tiene cualquier piloto y para la que se ha entrenado constantemente: la seguridad. 

Para las líneas aéreas la seguridad es prioridad número uno, seguida del confort del pasajero y la economía. El extenso y continuo entrenamiento que he tenido como piloto insiste en que la seguridad es la primera responsabilidad, y debe transformarse en algo instintivo, especialmente cuando se enfrentan situaciones anormales o de emergencia. Es necesario reaccionar con rapidez y actuar con decisión. 

Como estudiante de la Ciencia Cristiana, me he sentido agradecido por saber que la seguridad no es meramente estar libre de peligro o lesión. Es una cualidad de Dios, el Principio, que expresa el infalible gobierno que tiene sobre cada uno de nosotros y el universo. Durante mi carrera tuve que leer muchos manuales de entrenamiento para conocer las características del avión en particular que estaba volando. Igualmente importantes para mí eran otros dos libros guía: la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. La lectura de la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana me ofrecía muchos ejemplos del poder y cuidado protector de Dios, que me ayudaban a realizar mi trabajo. 

El Cristo está infinitamente presente para eliminar el temor por nuestra seguridad dondequiera que estemos.

Aprendí que cualquiera fuera la tarea, todas las habilidades y aptitudes que valen la pena tienen su origen en Dios y están gobernadas y controladas por la Mente divina. Tuve que comprender que yo no tenía una mente personal vulnerable a los errores, la apatía o a un ego inflado. Yo era el hombre de Dios, y reflejaba todas las cualidades que necesitaba en la cabina de vuelo, tales como, precisión, estar alerta y adaptabilidad. Estas no eran posesiones personales fluctuantes, sino que derivaban espiritualmente del Principio. Esto me dio una base sólida, fortalecida por la seguridad que brinda la Sra. Eddy al afirmar que “la Mente divina gobierna, y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 393). 

Puede que digas que eso está muy bien, pero qué pasa con el pasajero, ¿qué decir de esa insistente aprehensión de volar que puede tratar de imponerse? A lo largo de los años, he aprendido que cuando hay preocupación ya sea por los pilotos, los controladores de tráfico aéreo, el clima, los problemas mecánicos, o cualquier otra cosa impredecible, lo que se necesita es orar declarando mentalmente con firmeza el control infalible del Principio divino. Esta ley espiritual se cumple por sí sola, y está activa e incluye a hombres, mujeres y niños con persistencia invariable, no conoce interrupciones y nos mantiene a todos a salvo. 

El azar no es un factor. La ley de Dios lo anula. Cuando carreteo en la pista para decolar y empujo hacia adelante los aceleradores, no pienso: “Confío en que la ley aerodinámica funcionará hoy, para que esto pueda elevarse del suelo”. Cada vez que vuelo, yo confío en que el diseño de la aeronave está de acuerdo con los principios aerodinámicos; esta ley demuestra el “buen vuelo” tanto para los pilotos como para los pasajeros, y así nos elevamos hasta llegar a los 35.000 pies de altura. El Cristo, es decir, la presencia activa y el poder sanador de Dios en la consciencia humana, está infinitamente presente para eliminar el temor por nuestra seguridad dondequiera que estemos. 

Recuerdo una ocasión cuando estaba carreteando para despegar con el avión lleno de pasajeros, y una azafata llamó por el teléfono interno y dijo: “La cabina está llena de humo!” Esto fácilmente podría haber sido una situación que hubiera requerido evacuar el avión en la pista a través de los toboganes de emergencia.  

De inmediato empecé a orar, reconociendo el infalible control de la Mente. Razoné que el Principio divino incluye toda causa, efecto y ley. Así trabaja Dios, y el Cristo lo revela. Como señaló la Sra. Eddy: “El Cristo presenta al hombre indestructible, a quien el Espíritu crea, constituye y gobierna” (Ciencia y Salud, pág. 316). 

En segundos recordé que antes del vuelo, el avión había tenido una pérdida hidráulica que había sido reparada en el área cercana a los sistemas de aire acondicionado. Los apagué y el humo se disipó de inmediato. Resultó que el humo era fluido hidráulico vaporizado proveniente de un pequeño derrame que no habían limpiado después de la reparación. Regresamos a la puerta del aeropuerto con total seguridad, limpiaron el derrame, y emprendimos el viaje. 

Para mí, esa experiencia confirmó que preocuparse o tener temor supone la ausencia de la ley de Dios. Aun como fotógrafo digital, puedo identificarme con el dicho de que el temor es la cámara oscura donde se revelan negativos. La Ciencia Cristiana nos permite vivir lo que comprendemos de Dios sin temor alguno. El Principio es firme y constante, no frío o abstracto. El Principio es el Amor. Su ternura y disponibilidad siempre bendice y protege. Hace que se cumpla el bien. Permanece con nosotros, ya sea que seamos un pasajero o un piloto. Como escribe el Salmista: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Salmo 139:7–10).

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