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Todo el camino

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 30 de septiembre de 2013

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Octubre de 1949.


El Dios que todo lo incluye jamás puede conocer la frustración o la inactividad. Puesto que la Deidad es Vida en constante actividad, Su creación no puede quedarse estancada, sino que debe ser debidamente activa. Está compuesta de ideas espirituales, las cuales moran en la Mente divina y se desenvuelven por siempre armoniosamente de acuerdo con la ley divina. Para Dios sería imposible crear ideas deficientes o que funcionaran de manera imperfecta. La comprensión de que el Amor controla constantemente y suministra eternamente la provisión que sus ideas necesitan, puede aplicarse a diario.

Hace más de treinta y cinco años, los empleados de la antigua Compañía de Trenes Elevados de Boston, entraron en huelga. Dos amigos del escritor tenían que ir a los tribunales en el centro, así que comenzaron a caminar hacia allá desde las afueras de la ciudad. En el camino, un conductor detuvo su auto y ofreció llevarlos. Les explicó que no iba al centro —sólo a mitad de camino— pero que con placer los llevaría esa distancia. El esposo contestó que aceptaban con mucho gusto.

Su esposa no dijo nada, pero pensó: “El Amor jamás lleva a nadie hasta la mitad del camino. El Amor nos lleva todo el camino”. Ella reconoció de inmediato que ese era un mensaje angelical, y dijo: “Gracias, Padre; es todo lo que necesitaba”. Mientras reflexionaba agradecida acerca del hecho espiritual de que el propósito del Amor siempre es plenamente cumplido, que el Padre glorifica al hijo por completo, que en cualquier situación, todo aquello que se origina en el Principio es acabado por el Principio, el conductor comentó: “Estamos a mitad de camino, pero tengo tiempo para llevarlos todo el camino y me dará mucho gusto hacerlo”.

Por supuesto la demostración de esa señora no fue que la llevaran a los tribunales, sino discernir y aceptar una verdad espiritual. Desde entonces, ella ha usado con frecuencia esta verdad: “El Amor nos lleva todo el camino”. Cuando una enfermedad mejoró, se dio cuenta de que el Amor no sólo nos mejora, sino que también nos sana por completo. Cuando el error ha argumentado que es necesario economizar, ella ha sabido con certeza que el Amor no responde parcialmente a nuestras necesidades, sino que otorga al hombre los recursos infinitos del Alma. Cuando ha enfrentado responsabilidades que parecían estar más allá de sus posibilidades, ha recordado que la inteligencia divina jamás brinda la oportunidad de hacer algo sin darle a uno la habilidad para realizarlo. El Amor apoya todo aquello que es constructivo en nuestra experiencia. El Amor jamás pone al descubierto alguna tendencia material egoísta sin brindar la generosidad y la espiritualidad necesarias para destruirla. “El Amor nos lleva todo el camino”.

¿Acaso puede alguien imaginar que Jesús creía en la frustración? Entonces, si seguimos a nuestro Maestro, no admitiremos que Dios hace las cosas a medias. Dios no nos da un deseo correcto para que luego no logremos concretarlo. En el plan que Dios tiene para Su Creación no existe ninguna transacción infructuosa o hecha a medias. Como leemos en el libro de Zacarías: “Habrá simiente de paz; la vida dará su fruto, y dará su producto la tierra, y los cielos darán su rocío; y haré que el remanente de este pueblo posea todo esto” (Zacarías 8:12). 

Aun cuando la mente mortal argumente que una experiencia ha sufrido un retroceso o que una enfermedad se ha agravado, la quimicalización mental o la acción de la Verdad en la consciencia humana está meramente trayendo el mal a la superficie para ser destruido. Sólo la ley del Amor está en operación con el fin de producir armonía. El Amor tampoco sana por un tiempo. La curación del Amor es para siempre. Dios mantiene eternamente al hombre a Su semejanza. Por lo tanto, uno jamás puede manifestar lo que el error falsamente afirma que alguna vez tuvo. Por otra parte, no habrá frustración en nuestra experiencia si nos volvemos una ley para con nosotros mismos, y nos negamos a aceptar el argumento del mal de que Dios hace las cosas a medias. Más bien aceptemos la ley del Amor como la ley que nos gobierna por completo.

El hombre, la idea de Dios, jamás está separado de la Mente, sino que mora en ella. No es una personalidad material en una situación discordante de la cual hay que extraerlo. Su individualidad es completamente espiritual. Mary Baker Eddy escribe: “Impersonalizar científicamente el sentido material de la existencia —en vez de aferrarse a la personalidad— es la lección de hoy” (Escritos Misceláneos, pág. 310). Abandonar la falsa creencia de que un problema, ya sea de enfermedad o frustración, es personal, y reconocer que es una ilusión en un sentido falso e impersonal, ayuda a demostrar la impecable individualidad espiritual del hombre.

La verdad necesaria para resolver cualquier problema está presente donde el problema parece estar. La Mente infinita que todo lo sabe y el hombre, el reflejo de la Mente, ya conocen esta verdad. No puede esconderse. Es más, el Amor hace que sea evidente en nuestro pensamiento y en nuestra experiencia. Isaías representó de esta forma la ley de inevitable fruición de Dios: “Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos” (65:21, 22). La fruición y la realización no son algo que está afuera del hombre real y que él necesite obtener. Son inherentes a su ser. Los posee eternamente porque él incluye todas las ideas correctas y atributos de Dios. 

Al no poder percibir la naturaleza espiritual y perfección presente del hombre real, la humanidad cree que el hombre es material y que, por lo tanto, está sujeto a la limitación y a la frustración. Cuando parece que se ha frustrado un propósito correcto, la gente exclama: “¡Otra cosa más!” Esta expresión implica que existe una influencia maligna incontrolable que ha actuado en contra del bienestar del hombre. El reclamo falso del error debería negarse, no admitirse. Siempre que una experiencia es limitante o dañina no es verdad, por lo tanto, no está ocurriendo en el universo armonioso de Dios.

En la Ciencia no existen ninguna de “esas cosas”, nada que pueda funcionar o trabajar en contra de la perfección del hombre. Sólo la ley de Dios, la ley del bien, está en operación, y por siempre bendice al hombre. La voluntad de Dios es, ha sido y por siempre será hecha. En realidad la respuesta a cada oración y el cumplimiento de cada deseo correcto está en la Mente. Digamos esto sin reserva mental alguna, y obtengamos la bendición que siempre reciben aquellos que reconocen por completo a Dios.

Puesto que la experiencia humana es enteramente subjetiva —la externalización del pensamiento humano— podemos mejorarla a medida que espiritualizamos el pensamiento. La Sra. Eddy declara en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Comandas la situación si entiendes que la existencia mortal es un estado de engaño propio y no la verdad del ser” (pág. 403). Lo que parece ser un fracaso o frustración es un estado de decepción propia. Solo cuando estamos dispuestos a admitir esto estamos en la posición mental de “comandar la situación” y anular los reclamos de la mente mortal en su intento por impedir todo esfuerzo honrado. 

Descubriremos que la demostración en la Ciencia Cristiana tiene doble significado. Aumenta nuestra gratitud por la totalidad y la perfección de Dios y, a su vez, nos impulsa a alcanzar mayores logros espirituales. Como escribió Thomas Huxley: “El travesaño de una escalera jamás tuvo el propósito de que descansáramos en él, sino de sostener simplemente el pié del hombre lo suficiente como para permitirle poner el otro un poco más alto”. Los problemas que enfrentamos y superamos nos permiten subir más alto en nuestra demostración de la realidad. Entonces probamos que la promesa de Dios es práctica: “Y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte” (Éxodo 31:3). La promesa es que estamos llenos “del Espíritu de Dios, …en ciencia y en todo arte” para que la humanidad tome posesión de ella indefectiblemente.

Nuestras responsabilidades no parecerán ser una carga cuando reclamemos con comprensión la espontaneidad y la alegría inherentes al hombre por ser el hijo bendecido de Dios. El estancamiento en nuestros asuntos será eliminado a medida que aceptemos —a pesar del testimonio de los sentidos— el hecho espiritual de que el progreso, la inoponible ley del desenvolvimiento del bien de Dios, está por siempre en operación en la experiencia del hombre. La verdad es que uno puede negarse a ser engañado y a creer que la expresión del Principio pueda jamás dejar de ser segura, alegre, adecuadamente activa, o dejar de recibir la recompensa que merece.

El Amor está presente para liberarnos, no sólo en nuestras obligaciones, sino también cuando el error sugiere que existe alguna enfermedad o coacción. Si alguien se cayera en una represa o en un pozo profundo abandonado, su acompañante no le arrojaría simplemente una soga. Su amigo lo alentaría a que tuviera confianza, asegurándole que lo van a sacar del pozo. Trataría de hacerle sentir que detrás de la soga está la fuerza y la inteligencia de su rescatador.

A veces, cuando sentimos congoja o estamos enfermos, el error puede argumentar que no hay nada que podamos hacer. No obstante, podemos agarrarnos de la soga, es decir, mantener activa en nuestra consciencia la idea correcta que nos brinda el Amor. El Amor siempre será nuestro salvador. ¿Por qué? Porque como dice nuestra Guía: “Dios no está separado de la sabiduría que concede” (Ciencia y Salud, pág. 6).

Los pensamientos que Dios brinda no son eficaces en parte, así como tampoco están jamás separados de la Deidad. Por el contrario, llevan consigo Su inteligencia, acción y poder. De hecho, todo lo necesario para su desenvolvimiento y fruición.

La inspiración de la Mente divina hace que una experiencia o enfermedad desagradable se vuelva tan irreal, que percibimos que jamás formó parte alguna del hombre. El Amor no solo sana, sino que aniquila todo vestigio de enfermedad o recuerdo de pecado.

Si sentimos que una curación tarda en manifestarse, o que estamos luchando contra un aparente muro de frustración, podemos regocijarnos al descubrir que gracias a la revelación de la Ciencia Cristiana, la ley de Dios no puede ser revocada. El mal es por siempre irreal. El Amor está presente en toda situación para actuar con rapidez y de manera concluyente; para “llevarnos todo el camino”.

En realidad, tenemos la misma inspiración y convicción que permitió al Salmista registrar para la humanidad la operación completa e inexpugnable de la ley del Amor cuando escribió: “Clamaré a Dios, el Altísimo, al poderoso Dios que lo cumple todo por mí” (Salmo 57:2, Versión Moderna). 

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