“El Señor me poseía en el principio, … Cuando formaba los cielos, allí estaba yo. … Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo” (Proverbios 8:22-30). Estas son palabras de sabiduría del libro de Proverbios. Pero ¿cómo podemos expresarlas de la mejor manera para demostrar nuestro reconocimiento y gratitud por la preexistencia y coexistencia del hombre con su creador?
Antes de comenzar a estudiar la Ciencia Cristiana, muchos probablemente aceptábamos la creencia, generalizada entre los cristianos, que para nosotros la vida comienza aquí, y que podemos esperar la inmortalidad espiritual en el más allá. La Ciencia Cristiana nos muestra que todo aquello que tiene un comienzo tiene que tener un fin, y que aquello que es inmortal debe ser eternamente inmortal.
Para el pensamiento no iluminado, la idea de la preexistencia puede traer de por sí muy poco consuelo o inspiración espiritual. ¿Qué pueden los mortales saber, o incluso teorizar, acerca de esta idea si su pensamiento solo puede remontarse a los monos y a las moléculas o a la transmigración? Sin embargo, en la Ciencia Cristiana la revelación de Dios, el Principio, como el verdadero origen, causa y ley gobernante del hombre y del universo, trae a luz la causa espiritual y la continuidad eterna del efecto perfecto.
Como Científicos Cristianos reconocemos un único Dios infinito como la única causa y creador, y al hombre como Su efecto. Por lo tanto, toda causa debe ser el Espíritu, y el efecto espiritual. Puesto que la Mente infinita lo incluye todo, nada puede existir fuera de ella. Todo lo que está incluido en la infinitud —jamás tocado por el tiempo o las limitaciones de espacio— siempre fue, es y por siempre será. El infinito jamás comenzó. Por lo tanto, nunca hubo un momento cuando el hombre individual, por ser la idea completa y perfecta de la Mente infinita, no existiera. Él no tuvo que ser hecho de la nada. Comprender esto correctamente es comprender algo de la preexistencia.
Para nosotros es muy importante reconocer con inteligencia nuestra preexistencia. De hecho, es tan importante como reconocer nuestra inmortalidad. La preexistencia está incluida en nuestra inmortalidad: es parte de ella. Jesús no dijo: “Antes que Abraham fuese, yo fui”. No. Él dijo: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:58). Él conocía la continuidad de su verdadero ser y podía decir: “Sé de dónde he venido y a dónde voy” (Juan 8:14).
Mary Baker Eddy dice en Escritos Misceláneos: “El conocimiento firme y verdadero que poseía el manso Nazareno en cuanto a la preexistencia, a la naturaleza e inseparabilidad de Dios y el hombre —fue lo que le hizo poderoso” (pág. 189). ¿Tenemos, cualquiera de nosotros, suficiente “conocimiento firme y verdadero de la preexistencia, de la naturaleza y la inseparabilidad de Dios y el hombre” que nos hace poderosos? De no ser así, ¿por qué no? El poder siempre está en la idea espiritual correcta, y esta idea correcta del verdadero conocimiento concerniente a la preexistencia y a la coexistencia e inseparabilidad de Dios y el hombre, nos es revelada en la Ciencia Cristiana ahora. ¿No es acaso imperioso para nosotros reflexionar acerca de esto y asirnos a aquello que puede brindarnos renovación de vida, gran consuelo, aliento y gozosa inspiración?
La Sra. Eddy afirma en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Ciencia divina aleja las nubes del error con la luz de la Verdad, y levanta el telón sobre el hombre que nunca ha nacido y nunca muere, sino que coexiste con su creador” (pág. 557). ¡“Nunca ha nacido”, “coexiste con su creador”! Si no reconocemos lo que esto significa en relación con nuestra preexistencia, ciertamente estamos dejando de lado algo que necesita ser reconocido.
Todo aquel que no sabe lo suficiente acerca de la preexistencia para reconocerla y aceptarla con alegría, debe tener hasta ahora un concepto muy incompleto de su ser inmortal y, por lo tanto, no puede regocijarse en esa gloria que Jesús tenía con el Padre “antes que el mundo fuese” (Juan 17:5). Si no tuvimos esa gloria con Dios en nuestra preexistencia, nunca podremos tenerla. Nuestro Padre-Madre Dios, el Amor divino infinito, que es el Principio inmutable, no conoce mudanza ni sombra de variación.
Pensemos nuevamente en ese vigorizante desafío que enfrentamos todos, de salir de la oscuridad de la materialidad a la luz gloriosa que revela el esplendor de nuestro ser inmortal. “La Ciencia divina aleja las nubes del error con la luz de la Verdad, y levanta el telón sobre el hombre que nunca ha nacido y nunca muere, sino que coexiste con su creador”. Es maravilloso levantar esa cortina, eliminar ese velo, y conocernos a nosotros mismos, saber que nuestro verdadero ser inmortal, ¡coexiste con nuestro creador! La Ciencia divina nos revela esta coexistencia hoy, para nuestra iluminación, aliento y gozosa libertad. Entonces reclamemos y demostremos esta coexistencia.
Nunca nacimos y nunca morimos, y para comprender y demostrar esta verdad acerca del hombre, debemos volver a la preexistencia del hombre y reclamar todo lo que pertenece a ella. Debemos reclamar la continuidad de la perfección que nos pertenece a cada uno de nosotros porque somos el reflejo perpetuo de la Mente perfecta, la emanación del Amor divino.
Comenzar bien es importante. De modo que reflexionemos acerca de la causa espiritual, y maravillados y con gozosa gratitud demostremos lo que la comprensión del origen espiritual del hombre significa para nosotros. Desde ese punto de vista, cada uno de nosotros puede declarar con completa confianza verdades tales como: “Mi experiencia, como idea o reflejo de Dios, es totalmente satisfactoria. Yo soy el efecto de la causa espiritual únicamente. Por lo tanto, mi naturaleza es totalmente espiritual, divina, perfecta, completa. Siempre ha sido, es así ahora, y por siempre será. Mi origen es la perfección, y la continuidad de esta perfección es mi inmortalidad”.
La Sra. Eddy nos ha demostrado que la verdadera visión que tenía nuestro Maestro de la perfección eterna y espiritual del hombre, era la base de su maravilloso ministerio de curación. ¿Acaso no coincidimos todos en que es reconfortante y alentador para nosotros apartarnos de la evidencia falsa de los sentidos materiales, reflexionar acerca de la perfección eterna y original del hombre, e identificarnos a nosotros mismos y a nuestros semejantes con ella? ¡La perfección es la verdad de nuestra existencia, y es poderosa!
Debemos esforzarnos constantemente por vernos a nosotros mismos a través de la lente del Espíritu. Nuestra Guía compasivamente saca esto a relucir en La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea: “¡Y cómo se agranda el hombre visto a través de la lente del Espíritu, y qué opuesto es su origen al polvo, y cómo se adhiere a su original, jamás separado del Espíritu!” (pág. 129). Dejar de vernos a nosotros mismos, al universo, a todas las cosas, a través de un “espejo, oscuramente”, y verlo todo a través de la lente del Espíritu, ciertamente disipará la nebulosidad del sueño-Adán, y la realidad de todas las cosas saldrá a la luz.
La Biblia relata que desde un torbellino Job escuchó la voz de Dios que le decía: “Yo te preguntaré, y tú me contestarás. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia” (Job 38:3, 4). ¿Acaso no se nos está planteando esta exigencia divina hoy en día, pidiéndonos que alcancemos una comprensión y reconocimiento correctos de nuestra preexistencia y coexistencia con nuestro Hacedor?
A medida que todo lo que se implica en esta exigencia se vaya revelando en nuestro pensamiento, veremos que somos capaces de responder a esa trascendental pregunta, “¿Dónde estabas tú?” con entendimiento, y con alegre convicción: “Cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios”, allí estaba yo” (Job 38:7).
Señor, ¡“allí estaba yo”!