“El Señor me poseía en el principio, … Cuando formaba los cielos, allí estaba yo. … Con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo” (Proverbios 8:22-30). Estas son palabras de sabiduría del libro de Proverbios. Pero ¿cómo podemos expresarlas de la mejor manera para demostrar nuestro reconocimiento y gratitud por la preexistencia y coexistencia del hombre con su creador?
Antes de comenzar a estudiar la Ciencia Cristiana, muchos probablemente aceptábamos la creencia, generalizada entre los cristianos, que para nosotros la vida comienza aquí, y que podemos esperar la inmortalidad espiritual en el más allá. La Ciencia Cristiana nos muestra que todo aquello que tiene un comienzo tiene que tener un fin, y que aquello que es inmortal debe ser eternamente inmortal.
Para el pensamiento no iluminado, la idea de la preexistencia puede traer de por sí muy poco consuelo o inspiración espiritual. ¿Qué pueden los mortales saber, o incluso teorizar, acerca de esta idea si su pensamiento solo puede remontarse a los monos y a las moléculas o a la transmigración? Sin embargo, en la Ciencia Cristiana la revelación de Dios, el Principio, como el verdadero origen, causa y ley gobernante del hombre y del universo, trae a luz la causa espiritual y la continuidad eterna del efecto perfecto.
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