Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Coronemos la cruz

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 3 de enero de 2014

Del Christian Science Journal de Enero de 1950


Al estudiar el conocido y tan amado emblema de la Ciencia Cristiana, la cruz y la corona, que por siempre tiene que ser el sello de la auténtica literatura de la Ciencia Cristiana, uno se queda impresionado con el carácter de la corona. Descubre que es el opuesto de la corona de espinas; es más bien una corona de poder y autoridad, de triunfo y regocijo. ¿La cruz no simboliza acaso el camino del sentido material, el camino humano de sueño y sufrimiento, y la corona el camino de la Verdad, de la realidad del Amor? Tenemos que mantener claro en el pensamiento que la corona no es material. Es la corona del Espíritu, que significa comprensión espiritual y regocijo. A medida que seguimos el camino de la corona, la cruz desaparece, es eliminada de la consciencia.

En la página 350 de Escritos Misceláneos, Mary Baker Eddy dice: “No emito ningún argumento, y no induzco al uso de ninguno en la práctica mental, que lleve a la gente al sufrimiento”. Esto quiere decir que el camino de la cruz no es el camino del Amor, del Principio divino. Es el camino del sueño material; y este sueño despierto, como el sueño cuando dormimos, no tiene ser, no tiene ego, mediante el cual pueda ser identificado. Se trata siempre de un sueño que se llama a sí mismo soñador. Sin embargo, a veces parece mesmerizarnos para que lo afirmemos y le demos un ser, llevando la cruz del sufrimiento, de la creencia en la separación del bien que es Dios. No obstante, mediante la corona de la comprensión espiritual, encontramos nuestro verdadero ser en el Espíritu, y la cruz se desvanece en la nada. Este desvanecimiento de la cruz está bellamente ilustrado en el poema “Christ and Christmas” (Cristo y la Navidad) de nuestra Guía.

En uno de sus poemas más queridos, la Sra. Eddy escribe: “La cruz yo beso, al conocer un mundo ideal” (Poems, p. 12; Himnario de la Ciencia Cristiana N° 253).

¿Qué quiere decir “besar la cruz”? ¿Acaso no quiere decir que debemos ver el error que representa la cruz como un desafío a nuestra comprensión de la verdad del ser como la constante e ininterrumpida expresión de la Mente divina; una oportunidad para demostrar la presencia y el poder del Amor divino y ser su reflejo intacto? ¿Acaso no es esto lo que Jesús quiso decir cuando mandó a sus seguidores a tomar la cruz y a seguirlo? A fin de hacer esto tenemos que estar totalmente convencidos de la verdad que él declara y su omnipotencia, su ley infalible. Tenemos que confiar con inteligencia y resolución en esa ley y en su incesante actividad, que opera sin ser estorbada por los falsos conceptos materiales.

Una mujer que llevaba en creencia una cruz de discordancia física, le dijo al practicista a quien había recurrido en busca de ayuda: “Por supuesto que quiero sanar físicamente, pero no antes de haber aprendido todas las lecciones que esta experiencia tiene para enseñarme”. Esta disposición de besar la cruz, de aprender las lecciones de la Verdad, necesariamente produjo una rápida curación mental y física. ¿No fue esta la actitud mental que tuvo Jacob cuando luchó con el ángel y dijo: “No te dejaré, si no me bendices”? (Génesis 32:26)

De esa manera, al aprender a besar la cruz, dejamos de temerle, de sentirnos resentidos o de quejarnos contra ella. Más bien, nos preparamos para aprender, con diligencia y triunfalmente, la verdad de su opuesto superlativo. Aprendemos que la cruz nunca es una dificultad material o física, que exige un remedio material o físico, sino más bien, una perversión mental que debe corregirse mentalmente. Aprendemos las maravillas de la Ciencia divina, las resplandecientes verdades del ser real. Aprendemos a desplazar todo rasgo de carácter malvado, con las cualidades semejantes al Cristo de la Mente divina.

De esta forma aprendemos a amar, en vez de odiar o tener miedo, a estar agradecidos, en lugar de resentidos, a dejar de lado las falsedades de la crítica, la condena, la impaciencia, la obstinación, el desaliento. Alguien definió el desaliento como “obstinación frustrada”. De manera que uno aprende a dejar de lado la obstinación, ya sea que se manifieste como una buena obstinación o lo contrario. Aprendemos a esperar en la buena voluntad de Dios, la cual está siempre actuando a nuestro favor. Aprendemos a desplazar las luchas intelectuales con humildad científica, a llevar puesta la corona de la unidad, en lugar de la cruz de la separación. Besar la cruz con comprensión es coronar la cruz con la demostración y “conocer un mundo ideal”.

Debemos aprender a poner una corona en cada cruz, dondequiera que aparezca, por más alto que tengamos que subir para hacerlo. Puede ser una cruz que representa la falsa teología, una enseñanza equivocada acerca de Dios y el hombre, que presenta a un Dios contradictorio, quien conoce y permite tanto el bien como el mal, y al hombre sujeto a estos poderes conflictivos, un Dios que consiste tanto de Espíritu como de materia y, por lo tanto, está continuamente dividido contra Sí Mismo. He aquí una oportunidad, realmente, de poner en esta cruz, cualquiera sea, la resplandeciente corona de la enseñanza de Cristo Jesús de que Dios es un solo Dios y es eternamente bueno: un Dios de vida que no conoce la muerte, un Dios que no conoce el temor o el odio, sino que es un Dios de amor que con Su omnipotencia decreta amor para Su creación. Trabajemos, entonces, con consagración para coronar toda cruz de ignorancia, fanatismo, intolerancia y despotismo eclesiástico, con la radiante diadema de la comprensión espiritual, la Verdad omnipotente.

¿Nuestro prójimo parece llevar una cruz? Apresurémonos a coronarla con el Amor reflejado, manteniendo nuestra propia consciencia limpia, no ensombrecida por las sombras que forman la cruz. Ciertamente, esta corona iluminada por el Amor ayudará a nuestro prójimo en su camino. Si bien, no podemos sin su solicitud presumir darle un tratamiento específico, tenemos el privilegio, no, más bien, nuestro sagrado deber, de poner en esa cruz la corona de regocijo en nuestro propio pensamiento, es decir, la comprensión de su irrealidad. Tenemos el privilegio de conocer el amor universal del Padre, quien no aflige a Sus hijos, sino que los mantiene por siempre en la luz y la ley del Amor y la armonía. Tenemos el privilegio de saber que no existe nada que pueda resistir o que esté resistiendo esta ley divina del Amor. Entonces podemos con alegría y paz dejar a nuestro prójimo bajo la ley del Amor, conscientes de que la verdad de su ser y la irrealidad de la cruz que parece llevar, le serán reveladas. Al mismo tiempo, no dejamos de brindarle el bondadoso toque humano que revela que el Amor se refleja en amor. ¿Acaso no es esto el cumplimiento del mandato: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”?

Entonces, no importa cuán pesada pueda parecer la cruz, o cuánto tiempo parece que la hayamos cargado, debemos mantener ante nuestra vista la diadema que está coronando cada paso del camino con vistas más claras y nuevas de la realidad. Al revelar esta comprensión espiritual, encontramos la corona del poder y el dominio, y nos regocijamos en nuestro verdadero ser, como la gloria reflejada del ser espiritual puro de Dios, eternamente libre del peso ya sea de la cruz o de la corona materiales.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más artículos en la web

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.