Mediante la revelación que Mary Baker Eddy recibió, a los Científicos Cristianos se les ha otorgado la comprensión espiritual de las enseñanzas del Maestro, así como el poder para obedecer sus mandatos de sanar la enfermedad y el pecado, y de destruir el dominio de la muerte. En la medida en que se mantengan fieles a ese mandato, ellos serán sirvientes de la humanidad y líderes de las naciones. Serán ciudades asentadas en las colinas del pensamiento, donde las demostraciones de la curación cristiana pueden ser vistas por todos los hombres. A ningún profeta de antaño le fue otorgado desde lo alto, mayor autoridad y poder que al consagrado Científico Cristiano de hoy. Y ningún Científico Cristiano tiene menos obligación de expresar su devoción hacia este don, que la que tuvieron los antiguos hombres de Dios en sus misiones terrenales.
La obra sanadora de la Ciencia Cristiana sigue el modelo de las historias de la Biblia que relatan cómo Dios liberó a los hombres del mal, porque emana de la misma fuente que inspiró a profetas y apóstoles. Funciona hoy para advertir a la humanidad de los errores del enemigo, para proteger las puertas del pensamiento, para fortalecer los muros de la valentía, y para hacer que el reino de la justicia se manifieste de forma más permanente. Este trabajo sanador anuncia desde las atalayas mentales del mundo, que la paz de Dios está presente.
Sin duda, el deseo de muchos pueblos, hoy en día, es experimentar mayores evidencias del poder divino sanador en todos los ámbitos de la vida. Los Científicos Cristianos están humilde y sinceramente esforzándose por alcanzar esta meta en su trato con sus semejantes y consigo mismos. Han aprendido en cierto grado que ese tipo de curación se produce cuando la consciencia humana reconoce y cede a la energía de la santidad. Y han encontrado que los efectos de esta energía se hacen más evidentes a medida que el pensamiento deja de contemplar el materialismo y se mantiene firme en la realidad espiritual. En la proporción en que los hombres recurran sin reserva y de manera continua a Dios en busca de ayuda en toda situación, la curación divina se manifestará como algo más que un hecho ocasional; se convertirá en una evidencia ininterrumpida de la armonía suprema y omnipresente. Es el mandato del Cristo, no una demanda de la mortalidad. Un análisis inspirado del ejemplo de Cristo Jesús, revela cuál era el factor esencial que le permitía sanar con tanta eficacia, e indica cómo los hombres de hoy pueden aplicar con éxito el método de su hermano mayor.
Lo que Jesús sabía sobre sus antecedentes espirituales contribuyó de forma decisiva en su obra sanadora. Cada persona tiene un antecedente espiritual. El Maestro sabía que el hombre es siempre el hijo de Dios, el linaje del Espíritu, que habita en la Mente eterna. Cuando se enfrentaba con el testimonio de los sentidos que decían lo contrario, él se mantenía firme en el punto de vista de la comprensión espiritual. Lo que hacía a nivel humano en el momento de la curación era secundario. El mantenerse firme en lo que siempre había sabido y vivido acerca de la existencia espiritual, fue el factor esencial. El hecho de ser receptivo a la consciencia divina lo capacitó para liberar a los hombres de las creencias falsas. El conocimiento que lo ayudaba con más eficacia no era lo que aprendía de la situación humana, sino lo que había sido siempre real para él en la existencia eterna.
Desde esta elevada consciencia sagrada el Maestro enfrentó y superó cada testimonio mortal. Su consciencia nunca cedió a las pretensiones del mal. La lepra, la desfiguración prenatal, la hipocresía, la injusticia, el hambre, el asesinato, la llamada ley mortal y la muerte, cedieron ante la comprensión espiritual de que el hombre es hijo de Dios. Jesús no comenzaba a vencer el error cuando se le presentaba. Para él, el error no tenía existencia alguna porque comprendía la preexistencia y la existencia eterna del hombre por ser el linaje perfecto de Dios.
En su libro, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “La Mente inmortal, que gobierna todo, debe ser reconocida como suprema tanto en el así llamado reino físico como en el espiritual” (pág. 427). Eso es justamente lo que Jesús hacía. Él siempre reconocía que el hecho espiritual imperaba, no que luchaba contra la mortalidad. El llamado reino físico no es otra cosa más que el falso sentido de la existencia, de modo que no es de ninguna manera un reino. Jesús jamás pensó que el poder de la Mente inmortal luchaba contra la carne al tocar el supuesto reino de lo físico. Nunca pensaba en términos de que el poder divino estuviera intentando establecer su reino en medio de la oposición. Él sabía que dondequiera que Dios esté, Él es Todo-en-todo, y que Dios está en todas partes.
Al reconocer verdaderamente que la Mente, el Espíritu y el Principio inmortales, son supremos en el reino físico, la llamada consciencia humana deja de estar consciente del físico, la enfermedad, el sentido personal y el mal. Se libera del mesmerismo de la creencia de vida en la materia, de la lucha contra el mal, y se afirma en la paz y el dominio de la comprensión espiritual. Ya no considera que una percepción enfermiza pueda ofrecer información alguna sobre la condición de la existencia del hombre, al tiempo que acepta que la consciencia divina es la que dice la verdad. Este es el camino por el que se acaba con la aparente esclavitud de la carne, el camino mediante el cual nuestro Maestro alcanzó la resurrección y la ascensión final.
La curación divina es ascender al monte de la revelación; es purificarse como por medio del fuego; es elevar de manera irresistible la consciencia para contemplar la presencia del “cuerpo del cielo cuando está sereno” (Éxodo 24:10, según versión en inglés), la identidad espiritual del hombre. Fue en el monte de la revelación y de la transfiguración que la eternidad y la divinidad del hombre aparecieron como un ser concreto ante Pedro, Santiago y Juan. De repente tomaron consciencia de aquello que para Cristo Jesús era una evidencia constante, mas luego lo perdieron temporalmente de vista. Jesús nunca descendió de la altura de la percepción espiritual, donde las ideas de Dios son una realidad tangible. El monte de la revelación se convierte en el monte de la transfiguración a medida que se produce la curación divina.
En Éxodo leemos que cuando Aarón y los hijos de Israel vieron a Moisés después de su experiencia en el Monte Sinaí “la piel de su rostro era resplandeciente” (34:30); y en Mateo leemos que en el monte de la transfiguración el rostro de Jesús “resplandeció… como el sol” (17:2). Los tres discípulos vieron y escucharon a Jesús, a Moisés y a Elías hablando juntos. El sentido mortal de estos hombres fue silenciado, y los hechos eternos que les interesaban se hicieron claramente evidentes. Nadie estaba atrapado en la materia, sujeto a la edad, a la muerte o ausente. Se reconoció que la identidad individual de cada uno de ellos era divina y eterna.
En el monte de la revelación y de la transfiguración, es decir en el momento de la curación divina, el pensamiento se divorcia de la doctrina humana, el credo, la terapia, el experimento y el temor. Es conscientemente uno con la realidad divina y con la ley divina. Es capaz de ver la obra del Espíritu. Puede escuchar la voz de Dios declarando que el hombre es Su hijo amado. El pensamiento deja de ser esclavo y víctima de los sentidos materiales, y experimenta la libertad de la realidad divina. Las formas de la materia se desvanecen, y las formas del Espíritu se hacen visibles. Las palabras de San Pablo de que tanto el cuerpo como el espíritu son de Dios, se ponen de manifiesto para el pensamiento elevado.
Un niño permanece de manera natural en el monte de la curación divina, ansioso, expectante, receptivo, sin temor. El adulto tiene a veces que trepar por encima de los obstáculos de su propia opinión, falsa educación o resistencia mental. Pero la transfiguración de la mano de Dios los espera a ambos. En su Mensaje a la Iglesia Madre para 1901 la Sra. Eddy escribe “el Amor divino atraviesa el oscuro pasillo del pecado, la enfermedad y la muerte con la justicia de Cristo —la expiación de Cristo, por la cual el bien destruye al mal— y la victoria sobre el yo personal, el pecado, la enfermedad y la muerte, se gana según el modelo mostrado en el monte” (pág. 10).
Como vemos en esta experiencia de Jesús, “el modelo mostrado en el monte”, de la curación divina, no se trata de un razonamiento humano, sino de una contemplación en silencio. Es un modelo de dominio divino, no una disputa personal; de quietud humana ante la presencia de la omnipotencia. Es un modelo de audacia espiritual, más que del conservadurismo sacerdotal. Esta forma de curación requiere auto-inmolación, pureza, inocencia y sacrificio. Es una forma totalmente espiritual que desdeña el halago humano, el poder mundano y la gratificación personal. Está desprovista de debilidad, ascetismo y timidez. “El modelo mostrado en el monte” es un modelo de nobleza espiritual, ante el cual huyen todas las bastardas creencias de la mortalidad. Es el modelo para la práctica de toda curación cristiana.
Cuando los diez leprosos fueron sanados, Jesús estaba en el monte con el poder para mostrarles algo de la verdadera identidad de ellos. Cuando resucitó a la hija de Jairo y cuando yacía en la tumba, él estaba en el monte de la transfiguración, revelando a la consciencia humana al hombre eterno de la creación de Dios. Solo en el monte de la revelación se produce la transfiguración, la mortalidad cede a la inmortalidad y aparece la evidencia de la Vida eterna y la identidad perfecta. Solo a la altura del conocimiento espiritual perdemos de vista el yo mortal y conocemos al hombre como Dios lo conoce. La curación divina es la experiencia de la transfiguración, el momento culminante de la revelación a la consciencia humana de la preexistencia y la identidad eternas del hombre como hijo de Dios.
¿Y dónde está el monte de la revelación y de la transfiguración? En su significado metafísico, es mucho más que un punto concreto en Palestina, más que un lugar en una región donde se produjo un milagro que jamás volverá a repetirse. Es en este monte donde la consciencia humana se quita las sandalias de la creencia mortal y sabe que se encuentra en tierra santa. Jesús reconocía la presencia del monte en los recintos del gobierno, junto a los caminos rurales y en las sinagogas. Pedro, Pablo y Juan estaban conscientes de esta presencia en la cárcel y en el exilio. La Sra. Eddy la encontró entre las colinas de Nueva Inglaterra. Se encuentra en todo el pasado y se vislumbra en el horizonte del futuro. Solo aquellos que ascienden al monte en compañía del Cristo, la verdadera idea de Dios que libera totalmente a los hombres, contemplan la visión celestial. Ciertamente, en el monte de la revelación y la transfiguración todas las cosas son posibles para Dios.
La curación espiritual es el requisito de Cristo de que todos los cristianos practiquen lo que predican, sean lo que profesan, hagan lo que proclaman, se vuelvan humanamente humildes y espiritualmente poderosos. La vara que mide el logro religioso es la que sondea la profundidad de la sinceridad cristiana. Este tema es tan profundo, ancho y elevado que el sentido humano aún no puede comprender su alcance. El trabajo del Cristo penetra todo espacio y conocimiento con el poder que resucita de toda creencia materialista. Está presente en mucho más que en todo el mundo; está presente en todo pensamiento.
Sobre este tema, la Sra. Eddy escribe enfáticamente: “Terminemos con las abstracciones. Comparezcamos ante la presencia de Aquel que quita toda iniquidad y sana todas nuestras enfermedades. Unamos nuestro concepto de Ciencia con aquello que conmueve el sentimiento religioso del hombre. Abramos nuestros afectos al Principio que todo lo mueve en armonía —desde la caída de un gorrión hasta el girar de un mundo. Por encima de la Osa Mayor y sus hijos, más extensa que el sistema solar y más alta que la atmósfera de nuestro planeta, está la Ciencia de la curación mental” (Escritos Misceláneos, pág. 174).
El Maestro solo incluyó a tres de sus discípulos en su experiencia en el monte de la transfiguración. Hoy, el Cristo, la Verdad, está elevando multitudes a la altura de la percepción y la transformación divinas. La curación divina se produce en aquella elevación y actitud espirituales donde la comunión con Dios se manifiesta de manera concreta. Este acontecimiento no requiere lugar alguno dentro de una ceremonia religiosa; más bien, indica la necesidad de apartarse del ritual. Ninguna supuesta habilidad de la mente humana en medicina, cirugía o manipulación mental podría iniciarlo. Solo a medida que la consciencia humana se eleva por encima del nivel de la creencia mortal puede contemplar las maravillas forjadas por la mano de Dios. La curación divina que se logra en toda época es el cumplimiento de la ley divina y de la profecía hecha a los hombres.
Dondequiera que el poder de la liberación divina toque al mundo hoy, unifica los corazones de los hombres, revela la presencia del orden del cielo, establece la justicia, y abre posibilidades de búsqueda y descubrimiento más allá del llamado reino de la materia. El hecho de que vence la enfermedad, aunque mucho más amplio en su alcance, es, no obstante, la menor de sus capacidades, ya que ha venido para reemplazar todo concepto material de la existencia en el pensamiento humano, por la realidad espiritual del universo y del hombre. Este aprecio por el término curación divina, lo lleva muy lejos para satisfacer las necesidades de las naciones y de las personas en los campos de la física, la economía, el gobierno, la educación y la religión, así como en la medicina. Es el factor más poderoso para el bien que existe en el mundo, porque es el poder de Dios con los hombres, revelado una vez más en la Ciencia Cristiana de acuerdo con “el modelo mostrado en el monte”.