La paz del mundo depende enteramente de la devoción del pensamiento al bien imperecedero. Puesto que solo la realidad puede ser eterna, la seguridad y el progreso de la humanidad dependen del pensamiento de aquellos que perciben que la Mente, Dios, es Todo-en-todo. Dicha forma de pensar participa inevitablemente de la naturaleza perfecta de lo que se percibe y se evidencia en lo que parecen ser asuntos humanos en la medida de su fidelidad a la Verdad.
Un diccionario define fidelidad como la “estricta adherencia a la verdad o hecho”. El hecho de que la consciencia es fundamental —pronunciamiento reconocido por físicos notables, aunque ellos no entienden su significado y profundidad espirituales— ha sido claramente dilucidado en los escritos de Mary Baker Eddy, quien deduce sus conclusiones del conocimiento demostrable de que Dios es la única Mente. Al hacerlo, la Sra. Eddy ha declarado, tan total y exactamente como permite el lenguaje humano, la irrefutable consecuencia de este hecho divino, es decir, la irrealidad de la materia. Ella ha presentado este hecho en la única forma en que un hecho divino puede ser correctamente considerado, como la verdad indivisible, para ser aceptada en su totalidad o de ninguna manera.
La inspirada guía de su presentación de la Verdad apareció en la plena medida de su propia aceptación y adherencia a la verdad revelada. Ella ofrece una recapitulación de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana en la página 468 del libro de texto, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, en “la declaración científica del ser”. Dice en parte: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es la Mente infinita y su manifestación infinita, pues Dios es Todo-en-todo”. Esta profunda y absoluta declaración de la Verdad nació de la fidelidad de nuestra Guía a lo que ella discernió espiritualmente.
Desde el momento en que recurrió a la Biblia en busca de consuelo por lo que parecía ser una lesión fatal, y comprendió la naturaleza de la curación del paralítico que Jesús realizó, demostró fidelidad a la verdad que progresivamente percibió. Su inquebrantable convicción de que todo lo real es bueno y divinamente mental, continuó y creció ante los insistentes reclamos del error. La firmeza con la que ella mantuvo como consciencia individual la perspectiva espiritual que se le iba revelando, hizo posible la progresiva aparición de la Verdad, comprendida y demostrada. En su autobiografía, Retrospección e Introspección, leemos (págs. 28, 29): “Mi empeño es ser una cristiana, asimilar el carácter y la práctica del ungido; y ningún móvil puede hacerme abandonar este esfuerzo”.
La habilidad de demostrar la Ciencia Cristiana exige una fidelidad inmutable a la Mente divina. Requiere que aceptemos que la identidad verdadera es nuestro conocimiento consciente. Significa la demostración constante de la Mente divina, la cual incluye las verdades desconocidas para la mente mortal. La Ciencia Cristiana enseña que la primera percepción del ser verdadero no es una comprensión de algo externo, sino una revelación, o desenvolvimiento, de aquello que es innato, una manifestación de la naturaleza inmortal de todo ser o existencia real. Por lo tanto, la lógica obliga a reconocer que las verdades discernidas por aquellos que son receptivos al entendimiento de que la Mente divina es Todo-en-todo, deben ser continuamente reconocidas y mantenidas a fin de que este pensamiento receptivo pueda aproximarse y demostrar progresivamente la completa actividad de la inteligencia pura, el Amor.
Cuando consideramos las palabras que acabo de citar de nuestra Guía, vemos que asimilar el carácter o la personalidad del ungido, es una experiencia divina mental que no puede disociarse del punto de vista espiritual habitual de nuestro pensamiento. Fue el inmutable punto de vista espiritual de Pedro lo que resucitó de entre los muertos a Dorcas, una mujer que “abundaba en buenas obras y limosnas”. El relato de esta curación en el noveno capítulo del libro de los Hechos indica que Pedro dejó afuera de la habitación todo pensamiento negativo y luego la levantó y la presentó viva.
Las personas reflejan la naturaleza indestructible del Amor que es Vida, solo en la medida que conocen la creación de la Mente como la conoce la Mente, y permanecen impasibles ante las presentaciones del sentido finito. La comprensión que tenía el Maestro acerca de la verdad, le permitió sanar a los enfermos y alimentar a miles, instantáneamente. Su fidelidad a la Mente y a la creación de la Mente constituyó su carácter, se evidenció en su práctica y probó que la Vida es eterna.
Cristo Jesús dio a la humanidad la excepcional prueba de lo que significa tener fidelidad a la realidad del ser. Permaneció inamovible ante las múltiples fases que adoptaba el mal para desacreditarlo y desanimarlo, y con confianza y valentía se mantuvo firme, conociendo con toda certeza la perfección presente y eterna del hombre. A lo largo de su ministerio hay evidencias innegables del dominio que se va manifestando y está disponible a cada momento en la experiencia de todo aquel que de todo corazón disciplina su pensamiento para mantener el punto de vista del gran Mostrador del camino. La Sra. Eddy escribe lo siguiente acerca de su enseñanza en la ladera de la montaña cerca del mar de Galilea: “En esta sencillez, y con tal fidelidad, vemos a Jesús ministrar la necesidad espiritual de todos los que se pusieron bajo su cuidado, siempre guiándolos hacia el orden divino, bajo el influjo de su perfecta comprensión” (Retrospección e Introspección, pág. 91).
El constante punto de vista espiritual del pensamiento de Jesús se demuestra en su declaración: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras” (Juan 14:10). La continuación de esta frase indica que él no reclamaba para él mismo ningún poder que no pudiera ser plenamente comprendido y utilizado por todos: "El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores que hará; porque yo voy al Padre”. Con su vital y permanente sentido de la realidad, Jesús demostró su verdadera identidad, expresada en sus palabras: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). Si sus seguidores hubieran percibido y practicado la completa integridad de su ejemplo, ninguna época del oscurantismo habría oscurecido la luz de la revelación de la Vida.
La prueba registrada en la Biblia y por el movimiento de la Ciencia Cristiana que la omnipotencia de Dios no pertenece a ninguna época, tiempo o individuo, en especial, establece que la naturaleza de aquello que es infinito, es invariable. Entonces es comprensible que el pensamiento que acepta la Verdad sólo como una teoría y en el nombre de la Ciencia Cristiana, y que por consiguiente recurre a ella para encontrar un remedio sólo en ocasiones, no participa de la naturaleza inmutable de la Verdad. Mucho más que ser una cualidad admirable de su identidad o carácter, la fidelidad es una cualidad de pensamiento esencial para la progresiva aparición del amor de Dios.
La invariabilidad de la visión espiritual ha distinguido a los pensadores pasados y presentes que han percibido algo de la totalidad de Dios. Abraham, a quien la Sra. Eddy define como fidelidad, tenía la devoción de pensamiento equivalente a dejar todos los lugares que le resultaban conocidos, estableciendo de este modo no solo una salud duradera y una gran prosperidad para sí mismo, sino un concepto más espiritual de la Deidad para toda una nación. Ahora, como entonces, la disposición de renunciar a las antiguas señales y hábitos mentales falsos, a cambio de la fidelidad a nuestro sentido espiritual de la existencia, evidencia la presencia del constante desenvolvimiento de la paz y la libertad espirituales.
El continuo y consciente conocimiento que tiene el hombre del hecho divino, constituye fidelidad. Puesto que la realidad no tiene ni principio ni fin, la continuidad del ser es indiscutiblemente la verdad de la existencia. La continuidad, por lo tanto, es la esencia del Principio inmortal, Dios, y debe caracterizar el punto de vista de cualquier pensador que demuestre este Principio por siempre activo. No podemos aceptar la mortalidad por autocomplacencia o por no estar alertas, para nosotros mismos u otros, si queremos tener la realidad —la Mente eterna, que constituye su propia aparición divina— progresivamente presente en nuestro pensamiento, determinando nuestro carácter y práctica.
Solamente esta devoción del pensamiento a lo que ya comprendemos del ser real puede satisfacer “el primero y grande mandamiento” que dio el Maestro: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37). La percepción de la totalidad de Dios es la revelación o desenvolvimiento de la Verdad inherente en la consciencia individual, y también requiere nuestra total fidelidad.
Proporcionalmente, a medida que permitimos que el afecto puro impregne nuestro punto de vista acerca de la existencia, percibimos cómo el Amor imperecedero abraza a la humanidad en su propia paz y perfección eternas. Las palabras intemporales de Pablo en la epístola a los Romanos eran un llamado a la fidelidad: “El amor sea sin fingimiento” (12:09).